Ventana, M-20040130

Nos bajaremos en otra parada, iremos despacio a entrever la mirada y en un ramo de nuevos soles abrigará la esperanza. Zapatos como soles donde la mirada baja. Un crisantemo de plata gime.

Nunca será el futuro una palabra, una única palabra que contenga todas las contradicciones. Un abismo de plomo sacude la indiferencia que arroja un halo de tristeza en mis ojeras. Cansancio de muertes acumuladas donde la noche que ya decían que mentía vino a llevarse un beso y me robó palabras hasta dejarme en la punta de la lengua un oscuro sabor a mermelada enmohecida.

¿Vas viendo?

Me dicen que no te da tiempo y lucho y (¿lucho?) me pongo a la tarea de escribir un poquito. Sí, sí, me dará tiempo, ya lo verás. Y si no me da tiempo me voy a morir, me voy a encontrar abrazando el olvido, el renacimiento feroz de quien no quiere morir. La divertida carcajada da da es algo más que una siniestra mueca contra lo establecido, es mi sonrisa lisa lisa sisa nosa que bate en esta terraza la única batalla posible:

la que me hará
ser dios
o
no ser.

Ventana, M-20040127

Viaje tenaz. Emprendido en solitario en grupo. Siempre viajaba solo como una hoja que cae. Otoño vislumbraba el crepitar. Palabras y palabras. Su paladar está quemado por una sopa hirviendo que tomó de pequeña. Su mano derecha guarda una muesca de un fogón de carbón. Uno de los últimos de esta ciudad. Estaba en la pequeña cocina de la casa de sus abuelos a los que tenía que querer y no lograba entender.

Una raya blanca separa el cielo azul en 2.

Ellos murieron uno a uno sin mucho misterio, como cucarachas, como habían vivido.

El fogón de carbón, que estaba hecho de un hierro que parecía cerámico, era negro y plata por dentro. El rojo de las brasas era hipnótico, pasional. Ella no pudo evitar sentir tocar palpar la superficie circular incandescente y sus dedos perdieron para siempre su huella digital. Ya no era ella. Pudo cambiar de nombre y casi también de sexo pero finalmente decidió seguir siendo una mujer. Sus labios enrojecieron y se volvieron carnosos. Se rodearon de besos y sus ojos de lágrimas. Su respiración se arreboló, se aceleró, creció, rugió, gritó, vibró… pero nunca volvió a sentir aquella fascinación hasta quemarse los dedos de su mano izquierda.

Un hombre, a su lado, lame su no huella mientras ella abre los ojos. Otro día da comienzo.

Esto no es una broma