Esta semana santa (lamentable eso de seguir celebrando una fiesta marcadamente religiosa con todos los honores de un país pretendidamente laico), en vistas de que íbamos a estar en casa más de la cuenta y teniendo en idem la cuestión de que había sido mileurista tres meses seguidos, pudimos irnos de vacaciones.
Y no de prestado, como viene siendo habitual, ya que la generosidad de mi familia (y su poder adquisitivo) nos permiten vivir por encima de nuestras posibilidades con estancias en primera línea de playa viajando en coches nuevos y sin más gastos que los estrictamente necesarios para nuestra alimentación. Esta vez, pudimos pagárnoslo nosotros. Y para mí es un orgullo saberlo. Es un placer sentir la independencia como el aire fresco en la cara, como si fuésemos pudientes, de esos que pueden, aunque siempre se puede, pero se suele olvidar.
Le dije a Carmen que podía gastarme en total 250€ en estos días, así que podía buscar un vuelo barato (que ya no están tan baratos) a cualquier destino, con la única restricción de no ir al sur de la península, donde las procesiones campan sin límites y hay que aguantar masivas demostraciones de fervor religioso. Me da tanto miedo…
Con estas restricciones, decidimos viajar a Bilbao.
Yo casi no lo conocía, al menos no había estado desde hacía más de 20 años. Lo último que recuerdo fue una excursión a ver a un amigo, cuyo nombre no alcanzo a recordar, que vivía en Getxo. Recuerdo el puente colgante de Portugalete, y algo de la ría de Bilbao… pero difusa, sucia, negra, envuelta en humos y cargueros.
Sabía que había cambiado, que se había inyectado dinero en infraestructuras (como en todas partes, a costa de endeudamiento, claro) que habían embellecido la ciudad. Habían limpiado la ría, habían rehabilitado el casco viejo, habían modernizado el moderno y, por si eso fuera poco, habían acordado edificar uno de los más bellos edificios que haya visto hasta ahora: El Guggenheim.
Hay que añadir el apéndice: «de Bilbao» porque hay otros museos derivados de la fundación homónima que siempre me recuerda a Peggy y sus relaciones con Jackson Pollock. Parece, a veces, seguir dominada (la línea de la fundación) por ese espíritu un tanto megalomaníaco, cuando dedica la parte más importante del museo al engreído Richard Serra.
Y también había tenido la suerte de ver el formidable documental titulado Apuntes de Frank Gehry dirigido por Sydney Pollack, del que puedo dejar algún fragmento al final del texto. En él, Gehry cuenta los pormenores de su proceso creativo y, en particular, cómo le surge la idea de realizar un edificio como este.
Quizá, más allá de la belleza del edificio, a mí me perturbaba el cómo estaría resuelto el tema de no captar más focos que la obra expuesta que, claramente, resulta secundaria ante la mirada de la mayoría de los espectadores. Pero hay que decir que está bien conseguido el hecho de, estando en un edificio de tamaña personalidad, poder olvidarla por momentos para adentrarse en galerías de arte bastante asépticas, pero bien distribuidas en el espacio para observar con un mínimo de interferencias las obras expuestas.
Así, por ejemplo, las obras de Serra ocupan todo lo que él quieren que ocupen, siendo algo desmesuradas para un trabajo cuyo mayor atractivo estriba en la concepción del mismo. Pero es bello encontrarse las obras de Brancusi, esas que hace tiempo que sé que son tan importantes… ver su desarrollo, su bello camino hacia la abstracción. Y no ver, en esos momentos, el marco incomparable del museo.
En resumidas cuentas, cuando recuerdo Bilbao, tengo en mente sobretodo las impresionantes formas del edificio que más me ha atraído en los últimos años. Solo por estar dentro y hacerse algunas fotos, ha sido merecido el gasto minúsculo de una cantidad de dinero que seguro que podré recuperar.
Apuntes de Gehry (Fragmento)
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