Ventana, M-20040203

Se acaban los días pares como se acaba todo. Se acaba mi paciencia, mi poder esperar que pase algo que no pasa y no hablo de sexo esta vez sino de tristeza agotadora de cada mañana ante la ventana con mi cerebro vacío, con mi mente en blanco pero ya no por relax sino por ausencias. Blanca como mis pastillas vasodilatadoras antiespasmódicas que evitan que eche saliva por la boca como un perro con hidrofobia.

2 gorriones cruzan mi vista como una película muda y un despertador hace las veces de pianista en el foso. ¿Cuántas veces ha de sonar antes de que yo recuerde un sueño?

Me puedo mentir y decirme que no está bien forzar y que hay que dejarse escribir y que me falta psicoanálisis y que si follara con una negra puta tendría más emociones pero es de Mª Luisa de quien debería estar hablando/escribiendo y no de mí, de mí, de mí…

Mª Luisa ayer comió judías pintas y le han sentado mal. Bueno, no del todo mal, porque ya que estoy mintiendo quiero que sea una ficción verosímil.

Simplemente, le han provocado una flatulencia atroz, unos gases que le atrapan el estómago como pompas de jabón a punto de estallar en un planeta sin atmósfera.

Ventana, M-20040202

No solo a pasear. Hace 2 años que está encerrada bajo el adobe. Conoce el sol en esa terraza que grafío cada mañana. Su marido de trae la compra semanal. Congelan el pan para ir, día a día, calentando pequeños fragmentos de barra. Sale a la terraza y absorbe el aire húmedo que dejan sus prendas en mi aire húmedo de nubes bajas.

Hace dos años murió su padre.

Las ventanas, traslúcidas, empobrecen el ambiente. Los marcos sucios llenos de pintura que sobró de la última vez que pintaron su habitación. Ni siquiera entonces le gustaba. La pintura beige estuvo de moda un tiempo y Mª Luisa respetaba con celeridad los avatares dictatoriales del consumo.

Ese color de nombre francés ha ido tiñéndose de tiempo y tiene la vejez que le corresponde.

7 agujeros en la pared. Soportes de un toldo en verano para hacer habitable el exterior. Dentro, un pequeño altar rezuma tristeza que impregna las paredes de un rojo sangre que volvería loco a cualquiera.

Mª Luisa no ama la vida.

Pasea desnuda por la casa con sus tetas cayendo hacia el abismo del miedo dando portazos como nieblas. Un helado gigante vive al lado derritiendo su pena. No puede, si quiera, llorar.

Esto no es una broma