Hambre

El hambre en el mundo

Hoy Iñaki Gabilondo centraba su comentario del día en torno al Hambre en el Mundo. Da cifras (y letras). Es descorazonador, desgarrador, pero preclaro. Conecta esta situación con la que vivimos en la famosa crisis financiera, habla de la posibilidad de resolver este problema y de que está, por primera vez en la historia de la humanidad, a nuestro alcance.

Y sigue pareciéndome tan lúcido como cuando veía sus entrevistas políticas en CNN+. Antes de que el canal fuese sustituido por la emisión ininterrumpida del programa El gran hermano. Y no pasó nada. Entonces no pasó nada y ahora tampoco.

Me canso de los códigos del Tango y dejo de ir a las milongas; es algo que puedo hacer, porque nadie me obliga a vivir en ellas, pero ¿qué ocurre cuando me canso de vivir en un mundo con unos códigos, unas prioridades que, como dice Iñaki, parecen locura absoluta? ¿qué lugar hay para poder evadirse?

Mientras, cada día me horroriza más esta frivolidad con la que tratamos el tema manido de esta década: la crisis, una crisis que ni mucho menos es de subsistencia, sino más bien de niños pijos acostumbrados a tener de todo. Hemos luchado para conseguirlo, pero también cabría comenzar a recordar a base de qué lo mantenemos. ¿No es cierto que, en parte, este sistema necesita la desigualdad para generar incentivos? Es la bandera que se enarbola contra comunismos aparentemente trasnochados constantemente, como si fuesen el infierno de lo posible… Mientras, cada día vemos que este sistema (¿capitalista?) es un sistema diabólico, perverso, que se alimenta de nuestra sangre y nos obliga a alimentarnos de las sangres de otros, como si de una película de zombies se tratase o una de vampiros.

Siempre me dieron mucho miedo las películas de vampiros. Mi amiga Aída se ríe de mí cuando le cuento que no soy capaz de ver la película dirigida por Coppola sobre el más famoso de ellos. Pero lo que más me aterraba era que me pudiesen morder y, así, convertirme en uno de ellos, en un vampiro que necesitaría alimentarse de la sangre de los demás, convirtiéndolos a su vez en otros vampiros que se alimentasen de las sangres de otros… y así hasta ocupar el planeta completamente.

No me di cuenta de que yo ya era un vampiro, de que ya había sido mordido por otros que a su vez lo habían sido por otros… y que llevaba dentro de mí la necesidad de seguir perpetuando este sistema perverso para poder vivir, para poder pervivir.

Cuando leí Los Cantos de Maldoror, ese libro apasionante del Conde de Lautreamont, no pude evitar sentirme identificado, en lo más profundo de mi ser, con ese Maldoror vampiresco, pero con una angustia existencial y un sentimiento de soledad tan profundo como consciente de su carácter perverso irremediablemente. (Hoy día es posible que ese libro fuese censurado por la iglesia católica, pero esto y Krahe no vienen al caso en esta ocasión)

Ser antisistema dentro del sistema es tan absurdo…

Esto no es una broma