Tengo amigos y amigas (la verdad es que la mayoría de las veces son amigas) a las que quiero mucho, a las que añoro, vivan donde vivan, incluso aunque vivan a la vuelta de la esquina y me obsesiona no perderlas o, lo que es lo mismo, temo perder.
Es un miedo que mi padre me inculcó hace años cuando, seguramente sin mala intención, me dijo que cuando te vas haciendo mayor te quedas únicamente con tu familia y «los amigos» desaparecen. No solo se refería a que morían, estoy seguro, puesto que entonces él era más joven y sus amigos no fallecían. Ahora comienzan a hacerlo… pero también los familiares, no obstante.
Sin ninguna mala intención, pero con muy mala leche, hizo que quisiese llevarle la contraria, quisiese impedir que esto me ocurriese a mí: mis amigos (as) no desaparecerán.
En primer lugar, me encargué de asegurarme que mi pareja entendiese esta fijación, esta enfermedad por defender a capa y espada mis amistades, como si fuesen el verdadero tesoro que puedo llegar a tener en vida. Y di con Carmen, que, aún más que yo (le he llegado a decir que de manera insana) mantiene a sus amigos, sus vínculos, sus nostálgicas, en ocasiones, relaciones.
Así que esta cuestión estaba resuelta. He visto a muchos que, tras unirse en parejas, dejan de tener amigos de manera individual, como si eso de la amistad fuese tan arbitrario como para poder elegir un grupo entero del que amigarse (una pareja, una familia, un otro colectivo…). A mí no me pasará lo mismo.
Y adopté a algunas amigas como hermanas, como esa que parece que no tenía (tengo una con la que siempre me había llevado mal… hasta que empezó a ser la madre de mi sobrino). A algunos amigos como referentes, como espejos, como alter egos, creo que, incluso, comencé así a ser mi propio amigo.
Pero de entre todos mis amigos, tengo algunos que son en blanco y negro. No sé muy bien cómo explicar esto. No se trata de que no los quiera, sino de asumir que no tienen mucho color, que su forma de ser es un tanto gris, con matices, claro, pero gris. Son amigos que, a veces, me entristecen, como un día de lluvia. Y me encanta la lluvia.
Y otros amigos son en color. Sí, casi seguro que es una forma plausible de clasificar tipos de personas.
El otro día caminaba con unos amigos en blanco y negro y encontré a una recién conocida chica claramente en color y fue como un rayo de luz entre los espesos nubarrones. Agradecí encontrarla especialmente por el contraste, ese contraste romántico, patético, que recuerda una madonna iluminada por el sol filtrándose sobre las vidrieras azules en mitad de un ábside claustrofóbico de paredes de granito.
Y pensé en esto de los amigos en blanco y negro o en color. Tengo incluso alguna amiga de color tan intenso que podría decirse que está saturada, con el contraste desajustado, subida de tono… algo, en resumen, chillona.
Siento que algunos de estos amigos en blanco y negro me ven de esta manera, como si su blanco y negro fuese una forma de color en la que el mío resulta grotesco, payasesco, bufónico, histriónico. Siento que se sienten apabullados, sobresaltados por el despliegue casi pavorealesco de colorines que notan en mí.
Y yo, sin embargo, me siento tan apagado al lado de mis amigos y mis amigas en color…
¡Ay! ¡Relativismo!
Relativismo.