Ayer, que era nuestro aniversario, Carmen y yo divagamos por la ciudad, caminamos sin rumbo, viendo y viviendo algunas experiencias y lugares (o lugares y experiencias) adorables de esta villa que habitamos con sumo placer y delectación.
Comenzamos dando un garbeo por los alrededores de nuestro barrio, después fuimos yendo hacia la Puerta de Toledo y yo le sugerí que nos acercásemos a la exposición cuya inauguración me había perdido el día anterior.
Se titulaba Re-Encuentros de Arte y Naturaleza y ocurría en la Ronda de Segovia, 34, Madrid, en un centro cultural de la Comunidad de Madrid.
Por supuesto, no había nadie viéndola pues salvo para cubrir el expediente de la inversión que hace la comunidad en el soporte mínimo de las prácticas artísticas, no tenía el más mínimo valor. Ni siquiera documental, pues se desmontará sin dejar una huella de su existencia.
Pero lo que no me gustó fue que se expusiera como si fuese obra plástica, como si se tratase de una tradicional exposición de pintura o fotografía o arte más o menos convencional y objetual, cuando se trataba de documentación. Sí, quedaba dicho en la entrada o en el folleto que se permitía recoger para visitarla, pero no en la forma en la que estaba montada.
Si se trataba de documentar el trabajo (muy bueno en muchos casos) de quienes habían estado durante un periodo de tiempo en una residencia de Guadarrama creando obras en su inmensa mayoría, poveras, conceptuales y efímeras, con una componente performática indudable, no estaba logrado, pues la mejor manera habría sido la elaboración de un soporte adecuado para la pervivencia del documento, como podría ser un catálogo, un libro o, más acorde con la mayoría de los formatos, un vídeo o, idealmente, una página web con contenido multimedia.
Pero no, la incomprensión de este tipo de artes lleva a crear la necesidad de mantener una obra física, objetual, expositiva, que pueda ser vista sin el esfuerzo de estar en Guadarrama, sin el compromiso de asistir a un evento, edulcorada la asistencia con una, seguro, divertida inauguración regada de vino y panchitos.
Y, sin embargo, se presenta como si el documento, el residuo, el refrito, fuese la obra. Y no. No lo es. Es inadmisible y vergonzoso. Es indecoroso. Es deshonesto. Destroza los intentos por avanzar en un arte que reivindicaba (como el de todos los participantes en Guadarrama o casi todos) un formato efímero, una desmaterialización de la obra que no se acaba de tolerar. Pero hay que defenderla… o dedicarse a otra cosa. Si esa reivindicación no se considera adecuada, no hay porqué trabajar en esa línea, hay pintores, grabadores, escultores, artistas plásticos a los que respeto sobremanera que no pretenden seguir esa tendencia a la desmaterialización. Y es más que correcto. Pero son honestos.
Lamentablemente, no puedo decir lo mismo de lo que vi ayer.
Al menos, alguna que otra persona, algún que otro colectivo, tuvo la decencia de intentar hacer algo instalativo con valor propio, una obra nueva a partir del material que trajo del lugar en el que había estado, generando una pieza única e independiente de la que había realizado en Guadarrama. Inspirada en aquella, pero no un mero documento, sino una pieza mostrable en una exposición de arte, como anunciaba la entrada. Al menos mi amiga Natalia, que me había invitado al evento, fue una de las que, seguramente consciente de ello, trabajó en esta puesta en escena, en esta creación.
Lo demás, ni creación ni re-creación, era un mero espectáculo de indecencia mostrando como obras fotografías o vídeos de lo que sí que habían sido obras (repito, en ocasiones muy, muy, interesantes).
Pero el pensamiento crítico y la consciencia son la base del arte contemporáneo. Sin ellos, un orinal es solo un orinal.
Ayer, estuve en un refrito de orinales.
Los detritos habían sido mucho más interesantes.