Quizá no se trata de gritar en la calle ni de hablar en el bar, aunque esto segundo me encante.
Quizá debemos ser capaces de hablar con contundencia, no solo con vehemencia, como en mi familia es habitual, sino con una contundencia, con una radicalidad que deje claro nuestros noes.
Cuando no queramos algo, debemos decir no. Pero no creo que sea cuestión de gritar acá o allá, por más catártico que resulte, sino que se trata de decirlo con una claridad meridiana, con una nitidez insoslayable, decir rotundos noes en los lugares y momentos en los que nos surgen dilemas que no lo sean, aquellos en los que estamos seguros de nuestra posición o aquellos en los que estamos seguros de la inadecuación de una de las opciones.
De todos cuantos dicen que gritarán, cuántos están dispuestos a decir no cuando no quieren algo, les cueste lo que les cueste. No a un trabajo en el que son explotados. No a una comida junto a un machista. No a estar sentado en la misma mesa que un dictador (aunque sea a pequeña escala). No a asistir a la boda de una amiga que se case por la iglesia si no se cree en ello. No a mentir, ni desvirtuar la verdad, para obtener un beneficio propio, ya sea en impuestos, en ventas, en compras…