La culpa de resfriar

El domingo asistí a un evento
convocado por Jaime Vallaure
en una galería de algo así como arte contemporáneo
en la calle costanilla de los ángeles
esquina con la calle arenal
justo junto a una bella cafetería
llamada Viena Capellanes.

El espacio se llamaba
y se llama Gotelé.

Cada domingo, él y otros artistas
a los que admiro
se reúnen a crear dibujo
sobre pizarra
interviniendo mutuamente
en el trabajo de los demás
con respeto
pero con aprieto
así que van quedando obras
cuya importancia
no reside en el objeto
sino en la acción y la concepción
del método de trabajo
y expositivo
pues cada domingo
tras su tiempo reservado para la creación
abren el local a la recreación
pública
y los asistentes pueden acudir
como Carmen y yo el pasado domingo
a contemplar las obras, charlas con los artistas
y distenderse un rato entre buenas conversaciones
nutritivas.

Durante este periodo
y haciendo un interesante llamamiento
sobre el mercado del arte y la dificultad
especial por la que está atravesando
el sector
venden las obras que se van generando
de manera que si alguna no se vende
vuelve al ciclo de la creación colectiva
repintándose
al domingo siguiente
sobre la anterior
dejando
o no
huellas de la anterior
como en un palimpsesto
del siglo XXI
que no maneje aún mucho la orientación magnética
de materiales
sino la marca abandonada de tiza sobre pizarra.

Es divertido darse cuenta de la ironía
que supone que en ciertas críticas a la comercialización
especulativa
se acabe por caer en los mismos juegos
pérfidos
de oferta y demanda
para adjudicar valor
y precio,
así,
los cuadros que pinta el ínclito
Isidoro Valcárcel Medina
se venden antes de estar terminados
y son adquiridos por gente que
como yo
le idolatran
hasta la tontería
de convertirlo en un mito viviente.

Supongo que él
se ríe de eso
y de nosotros
con mucho
mucho
respeto.

Mi preocupación
el otro día
era acercarme demasiado a él
y contagiarle esta gripe
que me ha atrapado
y
eventualmente
provocarle la muerte.

Mi inevitable bagaje católico
me hace sentirme culpable
de lo que podrían hacer mis virus
que ni siquiera son míos
salvo pensando que son inquilinos de un cuerpo
que, en cierta medida, poseo.

No adquirí ningún trabajo
pero me quedé con algo de ganas
de comprar una pieza de Jaime
el la que había jugado con el material de la tiza
usándolo como pintura de pared
realizando un cuadro de pintura blanca
sobre el negro de la pizarra
con
(¿cómo no?)
gotelé.

Esto no es una broma