Es muy amargo, pero creo que es cierto. Es una frivolidad continua la de felicitar a todas las mujeres por igual, como si las no luchadoras mereciesen el aplauso. Y por no luchadoras me refiero a aquellas que aceptan la situación de sumisión a las que las somete el sistema (que somete también a hombres, pero hoy no es el día para hablar de ellos).
He llegado a ver un comentario que decía: felicidades a todas las mujeres, las que trabajan en casa, las que trabajan en oficinas y una felicitación especial para las que tienen un trabajo mixto, trabajando en ambos sitios. Y yo me pregunto si no es terrible esa felicitación, perversa, que anima a que las mujeres tengan esa sobrecarga de trabajo que nunca le desearíamos a nadie.
Por ende, felicitar a quienes deberían deshacerse de parejas tan sinvergüenzas como para permitir esa falta de reparto del trabajo o de las tareas domésticas es insultante, es depravado y sádico, incluso. Esas mujeres, responsables, porque siempre asumo que son responsables de sus actos, son merecedoras de insultos, si es que los insultos son alguna vez merecidos: al menos, se las puede tachar de sumisas más allá de lo razonable, perpetuando una situación que debe cambiarse ya.
No puedo entender que no se piense en ello.
Puedo comprender que algunas mujeres estén en esa situación, pero no, bajo ningún concepto, que esa situación sea felicitable. Es canallesca y debería ser cambiada, debería revertirse, debe hacerse un esfuerzo por mostrar rechazo social hacia quien acepta esas situaciones, para que la presión que las lleve allá sea «compensada» por presión en sentido contrario.
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En 1908, 40.000 costureras industriales de grandes factorías se declararon en huelga demandando el derecho de unirse a los sindicatos por mejores salarios, una jornada de trabajo menos larga, entrenamiento vocacional y el rechazo al trabajo infantil.
Durante esa huelga, 129 trabajadoras murieron quemadas en un incendio en la fábrica Cotton Textile Factory, en Washington Square, Nueva York. Los dueños de la fábrica habían encerrado a las trabajadoras para forzarlas a permanecer en el trabajo y no unirse a la huelga. El 8 de marzo es día de conmemorar y no de festejar.
Y me quedo con esa última frase como algo que estoy empezando a ver: la mayor parte de las veces, las manifestaciones se convierten en fiestas, en lugar de lugar de reflexión y crítica, los días de conmemoración se banalizan, se celebran cosas (¡CELEBRAN!) como el día del hambre infantil o la desigualdad, o la violencia (de género o no), etc.
Ser mujer (como ser hombre) es algo casual y no es digno de ser ni celebrado ni conmemorado, es como ser alto o bajo, rubio, moreno, de piel clara u oscura, pero ser luchador o luchadora es una elección y eso forma parte de lo que nos caracteriza como humanos racionales, como seres más interesantes (interesantes) que el resto de los animales, la ética de la elección nos hace dignos y dignas, nos encumbra… o todo lo contrario.
Muchas gracias a Pilar Clua Nieto por enviarme ese texto que me ha hecho pensar. Muchas veces, sin alguien cerca para recordarlo, yo también caería en la simpleza de la banalización.