Acabo de terminarme el libro de Delillo, un escritor característico de la nueva prosa norteamericana, que intenta luchar contra el desplazamiento del centro hegemónico cultural al lejano oriente. Es una batalla perdida, pues la hegemonía se impone mediante la fuerza de la economía.
Ayer, incluso, vi que empezaba a anunciarse en autobuses y marquesinas de Madrid, ciudad atractora de turistas, una oferta de viajes y alojamiento turístico en China. Incluso, después de desplazado el centro de producción industrial del mundo, ahora van a desplazarse los demás sectores. Es inevitable. La cultura (su centro «de influencia») lleva tiempo moviéndose hacia oriente: Japón, China, son cada vez más leídos en occidente, de una manera u otra. De hecho, es muy probable que el próximo libro que comience, mañana, sea el de Murakami: 1Q84. Está, como quien dice, guiñándome los ojos desde su hueco entre Muñoz Molina y Neruda.
Del libro que he terminado hoy, de Ruido de Fondo, decir que me ha gustado poco, menos que los últimos suyos que leí, o los de escritores que podríamos considerar de su misma generación o contexto social y temporal, como son los de Cosmópolis o los autores Palaniuk o Foster Wallace.
Pero, de cuando en cuando, en las 430 páginas, encontraba maravillas como esta que a continuación muestro y que me recuerda a las innumerables veces que hablo con el padre de Carmen y me siento exactamente como este protagonista cuya vida gira en torno a un trabajo de investigación acerca de la figura de Hitler, un trabajo de dudosa utilidad, de nulo pragmatismo, casi, diría, inútil (o poético).