He leído una noticia (en realidad hace unos días y guardé el enlace hasta hoy) en la que cuentan que un bar en Estados Unidos ha prohibido la entrada con unas gafas de las diseñadas por Google.
Las gafas prometen hacer algo bastante espectacular, pero ni más ni menos que la culminación (en realidad solo un paso más) de un proceso de presencia tecnológica que nos está conduciendo a estar constantemente siendo objetos susceptibles de ser grabados para la posteridad. Por decir algo bonito.
Como se puede ver en la foto, son solo unas gafas (una montura) con un discreto sistema de grabación de alta definición. Una cámara de vídeo pegada a una montura. Y parece que reabre otro debate, adicional, que no acaba de cerrarse: ¿Deben ser prohibidas en salas de proyección cinematográfica por la posibilidad de ser utilizadas como dispositivo de captura de primicia fílmica para su posterior comercialización y competencia más o menos desleal con respecto a los medios tradicionales de proyección?
Tras esta larguísima pregunta se encierran varios dilemas éticos importantes: para mí, el primero y más importante es la prohibición ante la posibilidad de realizar un acto delictivo con ellas, es decir, una prohibición o un castigo o una medida coercitiva preventiva: antes, repito, antes de ser realizado el acto, se presume la culpabilidad y se evita que pueda realizarse. Como en otros casos, esto me parece tan terrible como castrante, censor, acusica… ya que implica que aquel que adquiera estas gafas es, antes de que pueda demostrar lo contrario, culpable de tener malas intenciones. Desvinculando la acción de la intención, vinculándola al objeto. Es como suponer que porque poseo un cuchillo (en la cocina hay varios) soy un asesino en potencia y me lo prohíben. Se puede aducir que, sacado de contexto, un cuchillo es, cuando menos, sospechoso de guardar ciertas intenciones no demasiado sociales, por ejemplo en un colegio o en un avión, pero de lo que estamos hablando es de unas gafas.
Gafas (monturas) que, eventualmente, podrán ser las que use alguien como yo para ir al cine y poder verlo en la distancia, dada mi miopía en aumento, así que no podré ser desposeído de ellas pues no podría ver. Es un problema estúpido donde los haya, pues es una batalla perdida.
Y aquí viene otra de las cuestiones que me plantea esta prohibición: la era de la reproductibilidad técnica implica, entre otras cosas, que la obra de arte no puede ser su proyección, su re-presentación, o al menos no puede estar dotada esta de un valor comercial asociado, pues la copia es inevitable, es deseable, de hecho. La película, la proyección de una película, es posible gracias al hecho de que se puede copiar. Si no existiese esa posibilidad el cine, tal como lo entendemos, no tendría ningún sentido, ni siquiera existencia.
Y quien dice el cine lo debería hacer extensible a cualquier otra pieza artística que no sea un trabajo más o menos artesanal (sin que desmerezca el valor de lo artesano). Lo electrónico existe en un mundo que algunos dan en llamar virtual, pero es ahí donde se están intentando trasladar las leyes tradicionales como si pudiesen tener sentido en él. Es como si a alguien le diese por imponer la ley de la gravedad (que no es una ley) sobre los archivos que uno guarda en el ordenador, diciendo que los que pesen más (habrá, por tanto, que definir peso en ese mundo) deben ir más abajo (definiendo abajo). A todas luces es un sinsentido, pero parece que se pretende llevar a cabo ese sinsentido.
Me apasiona el nuevo mundo al que vamos, uno en el que lo tradicionalmente objetual se entrelaza con unos objetos que hemos dado en llamar virtuales, un mundo que no es ciencia ficción, sino una especie de mundo ampliado, en el que los objetos ya no son lo que eran. ¿Y a quién le importa?
(Frase que parafrasea una de la película Blade Runner, a la que tanto seguimos acercándonos)