Fin de una era cinematográfica

Hoy he tenido la tristeza de encontrar esta noticia: Alta Films: fin de una bella película La primera distribuidora española de cine de autor cesará su actividad por falta de público y de apoyo de RTVE.

No salgo de mi tristeza. Siento que algo acaba de morir, estaba agonizante, pero acaba de recibir la puntilla, el punto final.

Ya hacía tiempo que se veía venir, que esto estaba acabándose, que la manera de ver cine, de proyectar cine, de hacer cine, tenía que cambiar… pero no deja de ser triste.

He escrito sobre el tema repetidas veces, como cuando comenté la famosa Gala de los Goya con la salida de Alex de la Iglesia. Como entonces, sigo sosteniendo que hace falta una visión más europea de la industria cinematográfica, pero no es el único problema.

Elegí el lugar en el que vivo porque había cines cerca. Había tantos cines que apenas recuerdo sus nombres: Los Luna, el Imperial, Los Rex, el Rialto, Capitol, Avenida, Palacio de la Música, Palacio de la Prensa, Callao, Acteón… y luego estaban los Renoir, los Alphaville (donde hace más de 10 años presenté mi libro Territorios), los Princesa…

Mi vida está rodeada de recuerdos en salas de cine. Gran parte de mi vida ha ocurrido allí. La maravillosa magia de ver una película como Bailar en la Oscuridad en la penumbra silenciosa de los Alphaville, es inalcanzable en casa, por ejemplo. Como crítico de cine, vi muchas películas por las mañanas, en horario de prensa, en los cines Palafox, pero también en las salas privadas de las distribuidoras, en el cine de la academia, en el instituto francés, en la Casa de América, en la peculiar sala del Pequeño Cine Estudio…

Tantas películas… tantas historias…

Y hoy cierran o anuncian su cierre próximo las salas más emblemáticas del cine-cultura de Madrid: Los Renoir, Renoir-Princesa, Lido, Roxy… Los cines que presumían, con razón, de una exhibición diferente, protegida y protectora de una forma de entender el cine que ha tocado a su fin.

La industria del cine entretenimiento ha terminado de asesinar a su hermana, la industria del cine de autor. Quedarán fracciones de autoría dentro del cine entretenimiento (que me encanta, no es su enemigo, es, simplemente, el superviviente, momentáneo, de una guerra sin cuartel contra la cultura).

Pero ¿cuáles son los enemigos dentro del conflicto que está terminando con el cine-cultura o cine-autor?

No está claro. Al menos, yo no lo tengo nada claro.

En parte, podemos culpar, simplistamente, a Hollywood, de su invasión, de su imperialismo, de su afán devorador, pero no es el responsable de los males que aquejan al cine de autor. Es la herramienta que usan quienes quieren terminar con él o a quienes no importa su sostenimiento.

Así como Bisbal no es el responsable de que se prostituya el Teatro de la Ópera, sino que no hay voluntad de protección y fomento de la cultura, la inútil cultura, como tal. Pragmatismo, entretenimiento, diversión, lo demás, ¿para qué sirve?

Ya hablé largo y tendido de la financiación del arte, de la cultura, en general, en varios artículos de este diario, pues es algo que me interesa y me afecta personalmente, pero citaré un texto especialmente significativo de una entrevista que me propuso el Colectivo Artón hace tiempo:

¿Piensas que en España la gente muestra interés por el ARTE?

Depende: la gente, en España, llama ARTE a cosas que yo no llamo ARTE (ni arte) como puede ser un músico más o menos enlatado que se permite el lujo de dar un concierto en el Teatro de la Ópera porque, pretendidamente, es un artista no elitista que ayuda al sostenimiento de una instalación como esa.

Tuve una árida discusión acerca del concierto navideño de Bisbal en navidades de este año en la que yo sostenía que jamás debería estar cantando allí porque ya tenía su lugar donde exhibirse y no en un lugar reservado (o que debería estarlo) al arte de la ópera. Aunque esto sea poco rentable, claro. Y acabamos otra vez en lo de siempre: el dinero y un sistema basado exclusivamente en ese valor como criterio objetivable de calidad.

Por no hablar del culto a ARTISTAS como pintores hiperrealistas o algún habitual de calendarios, otrora criticado Dalí, o algún cineasta más o menos pretencioso, o algún performer espectacular (¡contradicción!) como la aclamada Pina.

Ahora, se me olvida que yo soy gente. Soy poca gente, pero soy gente. Y sí, me gusta algún arte. De alguna persona que lo hace. No todo el arte ni todas las personas. Y no es una cuestión de género o forma. Me gusta o no me gusta. Siempre me interesa, eso sí, su función.

Podríamos hacer una pregunta parecida sustituyendo ARTE por CULTURA o CINE.

La forma de financiación basada en subvenciones me parecía imposible de sostener en una sociedad que está privatizando todo lo privatizable. No habría dinero público para invertir en cultura si no lo hay (presuntamente) para invertir en sanidad o educación infantil.

Cambiando radicalmente de tercio, la última vez que fui a ver una película a los Princesa, fue para ver Lincoln, una película del mainstream, que, no obstante, tenía muchas ganas de disfrutar en pantalla grande. Tras la espera, la sala estaba casi completa, elegí fila 5 y tuve durante toda la proyección, larga, como bien sabía, a un tipo de una altura no excesiva que, no obstante, impedía que pudiese ver la película con calidad. Además, el sistema de audio estaba reducido a una mínima estereofonía frontal, tan básica como la que tengo en casa. Los subtítulos me dieron dolor de cabeza, pues tuve que estar esquivando una cabeza ajena durante casi 3 horas… Y lamenté haber ido.

Entiendo que el problema no es sencillo, no es solo una cuestión de proteger la creación cinematográfica, sino también la calidad de las salas de proyección. Me dije a mí mismo que iría menos a ver cine al cine después de aquello. Es duro, pero mi proyector, el de mi casa, hace que sea complicado mejorar la calidad de la sala… pero deben seguir luchando por ello… o morir.

A esto se suma la famosa y criticada piratería, aunque esto es una soberana estupidez: apenas nadie piratea películas de producción europea, la mayoría de la piratería (denominación que aborrezco para una práctica mucho menos censurable que la reproducción técnica y compartición del soporte asociado con desconocidos, propio de una sociedad mucho más virtual e hiperconectada, que ha llevado la Era de la Reproductibilidad Técnica a su punto álgido), la inmensa mayoría, insisto, de las copias no autorizadas se realiza sobre cine entretenimiento, el que no está, de momento, en peligro de extinción.

Lo que sí que ha puesto de manifiesto es la necesidad de una comercialización/financiación diferente, como la que ha llevado a apostar por aplicaciones informáticas a costes ridículos que, sin embargo, aún pueden hacer ricos a más de uno. El caso de Whatsapp es especialmente significativo: más de 100 millones de personas usan esta app en el móvil y si tiene un coste (razonable) de 0,80 €/año, asegura un beneficio millonario.

Sí, hay posibilidad, incluso, de seguir comercializando cine Europeo de autor, pero utilizando Internet para el consumo privado en salas pequeñas, usando plataformas que deben tener más títulos de los que tienen, como Filmin.es, por ejemplo. Pero a unos precios aún más reducidos. El modelo de ingresos por venta de entradas ya no es sostenible, hay que inventar otro. Y no por la subida de IVA ni similares, sino porque la producción audiovisual asociada a una mínima cuota de pantalla hace imposible el ingreso de dinero para hacer una película de mediano presupuesto.

Si el cine de autor es cultura, requiere inversión pública. Si no, no hay nada que hacer, es decir, si no se considera cultura o si no se quiere invertir públicamente en desarrollo de la misma.

Hay un problema adicional al hecho de que resulte complejo definir CULTURA o ARTE, está el hecho de la rentabilidad del suelo en Madrid: siempre va a ser más rentable una sala transformada en gimnasio, como los desaparecidos cines luna, o en centro comercial de ropa, como el Avenida, o comprado por un banco rescatado con dinero público, como el Palacio de la Música (esto último ya huele tan mal al escribirlo que no sé si quiero, siquiera, comentarlo).

Por otro lado, la producción de una película de bajo presupuesto nunca había sido tan accesible, tan posible para infinidad de autores menores, menos conocidos, que deben ser mirados para rescatar lo que, de ninguna manera va a morir: la cultura. Surgirá de entre las cenizas para reinventarse, rehacerse, ser y estar en otros lugares, en Internet, para empezar, en otras salas, polivalentes, etc, aunque cierta profesionalidad se pierda (pero esta es otra historia).

El Cine se resistirá a desaparecer. Pero los cines tienen los días contados.

Y entonces ¿qué sentido tendrá seguir viviendo en Madrid? ¿Elegiría ahora mismo esta ubicación para vivir?

Esto no es una broma