Supongamos que afirmo que creo en la existencia de un ser invisible que lleva a cabo milagros termodinámicos, es decir, contradice los fenómenos habitualmente observables, realizando lo que, según cualquier modelo terrenal consideraría imposible.
Supongamos que afirmo que ese demonio de Maxwell me pide que le dé dinero a unos que sí que afirman haberlo visto. Esos, además, establecen una serie de normas según las cuales me he de regir y mi conducta se ha de conducir. Por ende, debo pagarles por ello también. Y ellos (alguna ella puede que también, pero menos) me piden que crea, no ya en la existencia de ese ser invisible, sino directamente en el hecho de que ellos son elegidos o sí que lo han visto. Como testimonio, me piden que crea… lo cual es algo fácil, si es que estoy dispuesto a creer en la existencia de un ser invisible que lleve a cabo contradicciones espaciotemporales varias.
Supongamos que en otro rincón de la ciudad otro grupo de personas también afirma haber visto a ese ser invisible, o que lo han oído, esta vez, con una voz clara y distinta. Y supongamos que esa voz les dice que los que ven a ese ser invisible son unos estafadores, unos embaucadores, unos mentirosos. Que esa voz les dice que deben ir a la guerra contra ellos y demostrarles, así, que ellos sí que tienen el apoyo de ese ser invisible que lleva a cabo milagros termodinámicos.
Supongamos que esos milagros, entre otras cosas, implican la configuración espacial de los átomos formando moléculas, formando macroestructuras a las que llamamos cuerpos. Podríamos llegar a afirmar que es un dios creador, aunque también sería un dios destructor puesto que se afirma que esas formas se remodelan para dar lugar a otras estructuras. Podemos decir que no, que el dios destructor es otro, es un dios distinto al que no se le deben tributos, así que solo tenemos que pagar al dios «bueno» que crea las estructuras.
Supongamos que otra panda de seres humanos, creados, naturalmente, por esas fuerzas demoníacas, recupera a ese dios «malo» como un dios con mala fama y lo eleva a los altares y pide o reclama, también, diezmos para el mismo.
Supongamos que ya hemos olvidados que seguimos hablando de seres invisibles de dudosa existencia, cuya única prueba de existencia consiste en que no se pueda probar su existencia. Y supongamos también que ya no nos acordemos de que hay varias agrupaciones variopintas que ven, oyen, tocan, huelen, a esa divinidad termodinámica sin habernos dado ninguna prueba de su existencia salvo el hecho de que debemos creer porque no hacerlo sería cuestionar la misma esencia de nuestra forma humana, hecha a raíz de una estructuración macromolecular varia.
Supongamos que formamos, en torno a esta deidad, un culto rentable y propagamos nuestra idea más o menos similar a las anteriores, por medios pacíficos o no… ¿acaso importa?
Supongamos que existe alguien que cuestiona la necesidad de esa creencia primera en la existencia inverificable de un dios invisible.
Hummm…
Me cansan las suposiciones: ¡a creer y punto en boca!