Leo en un, espero, descuido periodístico la siguiente frase:
La carrera para reducir el precio del cine y recuperar a los (infinitos) espectadores perdidos se acelera.
Sí, literalmente han dicho infinitos. No innumerables, que ya era una exageración, pero que podía ser entendida como «difíciles» o «imposible» de numerar o e-numerar, pero esto de infinitos me parece ya no un error típico de los que suelen cometer, como los errores de magnitud al confundir billones con mil millones (como si en lugar de ganar un euro ganasen mil… para que nos entendamos), cientos de miles con cientos o miles, restas increíbles…
Pero mentar al infinito es hablar de dios, casi. El infinito, ni pese a los esfuerzos de George Cantor, no es un número. Se trata más bien, en matemáticas, al menos, de un concepto, de una idea, del límite de una sucesión… algo inalcanzable, algo que ni siquiera puede ser pensado, por ponernos agustinianos.
Y aquí se cita como el número de personas… que ni siquiera es infinito (¡¿cómo lo va a ser?!) en La Tierra. Ay… ya no pude seguir leyendo. Carecía de sentido.