Han vuelto a desaparecer varias cucharillas
y, quizá, algún que otro tenedor
aunque hay un par de cuchillos que no consigo
que desaparezcan.
Es un misterio asentado
en la impudicia de la infelicidad
de la cubertería
cibernética
contra el paradigma de la extra-post-modernidad.
Desaparecen
perdidas en la niebla del olvido
bajo las mantas de algún residuo putrefacto
sobre las láminas petroquímicas
reutilizadas.
Vuelven a desaparecer
como si fuese cíclica costumbre arrabalera
que inunda la nostalgia de la pérdida
y la prédica
de una semana de festejos
con candor de ventana
y un Río Orinoco
de cauce sacro
que acaricia el recuerdo
de mi niñez.
Las cucharillas
ya no son ningún símbolo
de un pasado que nunca conocí
ni de un futuro que no deseo saber
sino unas herramientas
para voltear infusiones
o alguna combinación láctea en la mañana.
Son solo eso
sin vínculos conocidos con el tráfico de drogas
o las corruptelas de ningún partido político de corte neoliberal.
Son solo eso:
cucharillas que
tras un puñado de días
desaparecen
para no volver más.