A la primera señal de maltrato, vuela.
Mi primera pregunta es ¿qué se considera una primera señal de maltrato?
Para mí, que una persona sea machista, por ejemplo, es claramente una señal de maltrato.
Para mí, que una persona sea celosa, es claramente una señal de maltrato.
Que una persona sea prepotente, es claramente una señal de maltrato.
Pero sigue desplazando la pregunta:
¿cuándo una persona es machista?
¿cuándo una persona es celosa?
¿cuándo una persona es prepotente, racista, violento, de ideas violentas o que las justifica…?
Machista (o sexista, sin venir a cuento) es alguien desde el momento que considera que hay roles que deben ir, necesariamente, asignados a géneros. Eso es lo mínimo. Si además, por ello, existe una gradación (mejores vs peores), ya ni hablamos. No me es necesario que me diga que la mujer no vale una mierda, basta con que me diga que hay bebidas «de hombres», como escuché, medio en serio medio en broma, el otro día en una cena. Está claro que quien dice esto no conoce a mis amigas.
Machista es el que considera que la tradición o la naturaleza debe dictar nuestra moral. Que el hombre, frente a la mujer haya sido considerado el sexo fuerte durante periodos históricos en los que la fuerza bruta era necesaria para adquirir el sustento, no significa que ahora, en el siglo XXI (ya estamos en el 21, aclaro para quienes aún no lo saben), sea una razón justificativa de discriminaciones o segregaciones.
Celosa es cuando lo reconoce. Sí, hay gente capaz de, sin pudor, reconocerse celosa. Y yo me pregunto: ¿cómo alguien no es capaz de ver ahí una forma indigna e insana de amar? Hablo, no tanto de inseguridades ante la pérdida de la exclusividad sexual, que es otra cuestión que siempre me ha resultado inquietante, sino de la idea de posesión que va asociada a los celos: ¡no me gusta que miren a mi mujer!
Este mi es tan tremendo como incontestable. Quien lo pronuncia ya está, desde mi punto de vista, maltratando, y no es una señal, es mucho más que eso. No puede haber celos sin maltrato. O, dicho más suavemente, son, claramente, la antesala del maltrato.
No hablo de un mi que establece una connotación sobre la relación: mujer con la cual tengo una de mis más importantes relaciones. Sino de aquel mi que dice que es mía y solo mía, que quien desee tener algún trato mínimamente afectivo con ella, táctil, o similar, ha de pedirme permiso, como alguna vez alguno ha osado hacer en una milonga antes de bailar con Carmen. Yo me he reído y he contestado: pregúntale a ella, es un ser independiente.
Pero quizá una palabra que no he había llamado tanto la atención fue la de VUELA, que está bien marcada en una mayúscula desgastada, no había reparado en que no hace frente, en que se trata de una huida que deja tras sí impunidad para con el maltratador (el «ser» maltratador, no el hombre necesariamente).
Podría haber sido sustituida por cualquiera de una serie como LUCHA, MÁTALO, DENUNCIA… y esta denuncia puede ser no solo mediante los canales telefónicos correspondientes, sino empezando por el entorno, hasta que éste no lo tolere, le excluya, le condene al ostracismo o al exilio, que le suponga, a ese y a otros, una reeducación al más puro estilo de la Revolución Cultural China (o casi).
No soporto entornos que justifican o incluso alaban ciertas de estas actitudes pre-maltratadoras como algo «normal», humano, natural… sin cuestionar su moralidad, sin haberse hecho una idea de qué modelo de sociedad se desea tener. Pero quizá este es el verdadero trasfondo del problema. Falta de conciencia social.
¿Cómo y por dónde empezar a conseguirla?
De momento, seguiré escribiendo sobre estos temas a modo de denuncia callada, sosegada, que pueda servir de reflexión para otras personas. Espero.