Calabacines rellenos

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La semana pasada nos habían regalado nuestros vecinos un «megacalabacín» de más de 40 centímetros de longitud y un diámetro medio de unos 15 centímetros. Era, básicamente, un dirigible. Pero no me amilané y decidí darle un uso un tanto especial en esta ocasión.

Lo preparé relleno siguiendo este procedimiento con los siguientes ingredientes (los que tenía en casa en esta ocasión, como acostumbro):

Ingredientes para 2 personas:

  • Un calabacín enorme (2 medianos podrían haber servido)
  • 250 gr de carne picada mezcla (de vacuno y cerdo, para que sea más jugosa)
  • 2 tomates medianos
  • 1 cebolla pequeña y un diente de ajo
  • 8 láminas de queso tierno o un queso que se derrita bien, pero no demasiado
  • pan rallado
  • sal, pimienta, aceite de oliva, romero

Preparación:

Cocer el calabacín dividido en cuatro trozos (un corte longitudinal y otro transversal sirvieron para la ocasión) de un tamaño aproximadamente igual, siendo tremendamente consciente, casi hasta el sufrimiento, de que no iban a ser iguales, entre otras cosas, porque dos de las piezas serían, digamos, delanteras mientras que otras 2 serían, digamos, traseras.

En una olla grande, poner abundante agua con sal y dejar hirviendo los calabacines durante 15 minutos.

Mientras tanto, aprovechar el tiempo para ir preparando el material del sofrito/relleno.

Cortar la cebolla en trozos pequeños. Laminar el queso. Laminar, también, un diente de ajo. Cortar en tacos mínimos (relativos) los tomates (yo usé un tomate de esos enormes que se están poniendo de moda, que Carmen había dejado en unas dos terceras partes).

En una sartén profunda añadir un chorreón de aceite de oliva (algo menos de 7 centilitros o, en su defecto, de 70 mililitros, incluso, 70 centímetros cúbicos habrían servido). Puede parecer mucho, pero hay que tener en cuenta que la carne va a absorber gran parte del mismo, así como el tomate y el calabacín, incluso cocido.

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Casi en frío añadir el ajo laminado y cuando comience a calentarse, agregar la cebolla. Dejar que cambie de color, vaya, en realidad, que torne a cierta transparencia característica de la misma.

En ese momento verter la carne picada y remover bien, para que vaya haciéndose mezclada con la cebolla picada. Es una buena ocasión para comenzar a sazonar: agregar la sal, algo de pimienta negra en polvo y un puñadito de romero.

Se supone que para ese momento el calabacín ya está bastante cocido. Mejor no pasarse. Así que se retira del fuego y se le extrae la parte central o «contenido» dejando el «continente» preparado sobre una bandeja apta para horno con la base rociada ligeramente de aceite que meteremos al mismo precalentado previamente a 200 grados centígrados, vaya, lo que vendrían siendo 473,15 kelvin.

Volviendo al sofrito/relleno: Cuando la carne cambie de color (lo de los colores es bastante útil, como puede verse y nunca mejor dicho, para saber el estado de preparación de los alimentos) añadir el tomate cortado y el núcleo del calabacín que se habrá rescatado del mismo con una cucharilla o con un cuchillo habiendo tenido mucho cuidado de no destrozar el exterior del mismo pues va a servir de lugar de presentación del plato, así como comida.

Dejar que el tomate y el calabacín pierdan el agua llevando a cabo un sofrito a fuego lento. En la última parte del mismo, agregar una cucharada de pan rallado. No sé si aportó mucho, pero me dio la sensación de que «espesaba» lo que habría de ser el relleno.

Por último, sacar a los 15/20 minutos (coincidiendo casi plenamente con el tiempo de preparación del sofrito) la bandeja del horno con las cáscaras del calabacín, colocar sobre cada una de ellas una cantidad adecuada de relleno, cubrirlo con un par de láminas del queso que deseemos «fundir» sobre las mismas y volver a meter al horno durante 10 minutos.

Los últimos 2 minutitos, podemos darles un toque de grill para que el queso quede con un aspecto «gratinado» mucho más sugerente y como más «acabado». Vaya, el que tiene en esas fotografías tan mal enfocadas.

Muy rico marinado por un vinito semidulce blanco, para contrarrestar el clima del día y del plato, que, horneado, siempre sale a unas temperaturas y con un calor que le cuesta perder.

Yo, además, lo disfruté con una inmejorable compañía. 😉

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Esto no es una broma