Cada día pienso más y más acerca de la inutilidad de la información que se vierte en las redes sociales compulsivamente y si no estoy, yo mismo, contribuyendo a ello.
Hace tiempo que reduje (últimamente no ha desaparecido de todo, cosas de las elecciones) la lectura de prensa, pues la sensación era más de desasosiego que de calma o información necesaria. Pero sigo en FaceBook. Sigo como un usuario particular que no puede manifestar sus opiniones abiertamente como usuario particular puesto que se trata de un lugar demasiado común y descontextualizado como para hacerlo con un mínimo de rigor o de sentido.
Me digo a mí mismo (como si pudiera decírmelo a otro mismo que yo) que lo utilizo con moderación y con el objetivo último de apoyarme en la divulgación de información (publicitaria) sobre mis talleres de poesía, así como para mantener el contacto con personas que están lejos (siempre de mí), amigas argentinas, chilenas, australianas, alemanas, pero algo no me acaba de convencer.
En otras ocasiones afirmo utilizarlo para «distraerme» del agotador trabajo solitario de creador, como estas ocasiones en las que comparto algo sobre lo que esté investigando o profundizando en mi muro sobre clasificación de lenguas o parecidos proyectos, pero algo me dice que es un indicador de una mala acción pues si necesito «distraerme» podría buscar otras formas de hacerlo, como, entre otras, dar un paseo.
Las cuestiones sobre lo que debe o no debe hacer esa compañía con mis datos y lo que puede o no ser utilizado en mi contra ante un tribunal me da, no ya miedo, sino casi diría que asco. Pero lo estoy aceptando voluntariamente, al fin y al cabo, Facebook es otra más de las puntas de lanza del capitalismo más neoliberal posible en el que lo que ha triunfado es la marca, por muy vacua que esta sea.
Y así sigo, en una incertidumbre o una duda que dista mucho de ser metódica. Pero cada día que alguna persona querida o admirada desaparece voluntariamente de esa red social (o de otras) siento una punzada de envidia, un aguijoneo de alejamiento de este griterío instalado en la población de la red (y no sólo).
Creo que me sentiría solo, pero por otro lado, cuando paso largas temporadas (como casi dos meses de verano) desconectado de esta página azul y blanca, siento más conexión conmigo mismo, con cierto mundo y algo menos con otro mundo.
No sé qué quiero hacer. No lo tengo claro. Pero apunta a que mi futuro estará en otro sitio. Y quizá, en otra actividad. Pero esta es otra historia…