Al revés

alreves

Saltándome las instrucciones, comencé a leer el texto que en realidad era una imagen de un texto (¿es lo mismo?) hasta que llegué a la primera falta de ortografía. No pensé que no fuese a llegar, ni siquiera, hasta el primer signo de puntuación.

Luego, procedí a leer las instrucciones. Allí, por supuesto, también había faltas de ortografía y una redacción descuidada por decir algo.

Pierdo tiempo porque estoy cansado, muy cansado de utilizar el tiempo en asuntos que parecen no importarle a nadie más que a mí. Me siento muy solo. No importa demasiado (salvo a mí). Seguiré perdiendo el tiempo irremisiblemente: no tengo arreglo.

Sobre los evenki

ramatungus

He comenzado hace unos días a clasificar las lenguas de la rama tungús o tungú-manchú de las lenguas altaicas, con todas las salvedades que caben ser hechas, pero he tenido un rato de diversión matemático-atípica encontrando este texto sobre la historia de las etnias evenki y sus lugares de habitación:

Los evenki fueron en sus orígenes un pueblo nómada, por lo que solían vivir en campamentos formados por diversas tiendas. En idioma evenki, estas tiendas, generalmente de forma redonda, son conocidas como cuoluozi. Aunque el tamaño de las tiendas variaba según la estación del año y el tamaño que tuviera la familia, solían medir unos tres metros de ancho por cinco metros de diámetro.

Y yo no paraba de pensar ¿redondas? ¿ancho? ¿diámetro?.

Así que no he terminado de entender si el error estaba en que no eran «redondas» sino redondeadas, que podríamos considerar elípticas, aunque hablar de diámetro en este caso no sería muy razonable, o si el error estaba en que los metros de ancho en realidad serían de alto.

Evidentemente error hay, ya sea matemático o de redacción. Supongo que más bien será esto último si me fijo en una de las fotografías que he encontrado sobre una de las viviendas evenki en Siberia:

¿Y si mi cuchara es un tenedor?

Ayer surgió una conversación durante la cual uno de los participantes comparó lo que la gente sabe hacer con «comer con el tenedor un caldo«, cuando, según el susodicho, lo suyo es comerlo con una cuchara.

Y claro, no he parado de preguntarme desde ese momento si eso es correcto.

En primer lugar, está la cuestión del tenedor en lid, si no puede ser lo suficientemente amplio como para abarcar el caldo, pero en segundo lugar está el caldo, pues no dejo de imaginarme el famoso caldo gallego o esos caldos (sopas) orientales de pasta y carne que ya no sólo con tenedor, sino incluso con palillos puede ser disfrutado. (Por cierto, no sé por qué, esto me recuerda que leí una vez lo ridículo que es vincular mentalmente pasta a Italia cuando lo verdaderamente razonable sería vincularla con China, por históricos motivos obvios).

No paro de preguntarme si no es una bonita imagen, mucho menos prosaica que la de comer un caldo con cuchara, incluso, por qué no, con cucharón. Pero ya se sabe mi tendencia a la inutilidad, a la poesía y otros males de la humanidad que se encargan de comer caldo con tenedores… siendo mancos y ciegos.

Tengo la imagen tan grabada en mi cabeza desde que la pronunció que no quiero dejar que se me olvide (¡ole con esa triple negación!) y me encantaría usarla para realizar una acción poética con ese nombre, con ese motivo, con esa imagen.

Ahora tengo que elegir para ello el caldo adecuado, el tenedor preciso y la ocasión propicia. Pero esto es caldo de cultivo para mi creatividad. Nada mejor para retarme que un «imposible«.

En ningún momento durante la conversación el argumentista dudó de estar en posesión de esa cuchara indispensable ni, por fundación, poner en entredicho conocer la composición de ese caldo. Es una de esas personas que saben, como cuando alguien habla del «buen gusto», que nunca jamás suponen que ese «buen gusto» no sea el suyo.

Hay que añadir, casi en último momento, que el interlocutor pretende enseñar a comer caldos con cuchara.

Tuve que estar callado. No pude intervenir. No tengo ni idea de si conozco el caldo debatido ni mucho menos si mi cuchara no es realmente un tenedor. ¿Existen diferencias irreconciliables entre los tenedores y las cucharas? Hablar de lo indecible me recordaba a Wittgenstein. También a Roland Barthes. Pero me quedó el agridulce sabor de la obediencia debida a la autoridad… en algo tan absurdo, íntimo y personal como disfrutar de un caldo.

El general de bronce

El general de bronce
desciende del pedestal.

Con paso firme camina
hacia el banco de madera
de la esquina inferior derecha
del plano
donde, sentado, se come la mano
que le llega volando
desde su derecha.

Todo sería distinto
e igual
si hubiese estado de frente.

Esto no es una broma