Como en la vida misma
Con motivo de la vigésima edición de la revista caminada convocada por Hilario Álvarez y su Oficina de Ideas Libres, a la que fui invitado a participar mediante un correo electrónico el 9 de mayo, respondí diciendo que contase conmigo y que me diese un tiempo estimado de duración de la acción como máximo a lo que me contestó diciendo que, entre otras cosas, si elegía que durase en continuidad, podía ser todo el tiempo que durase la revista.
Me acabé inclinando por esta modalidad, pensando en mi situación actual y en cómo se pasa la vida, como se viene la muerte, que diría Manrique: apagando fuegos.
Esta expresión, que muy bien simboliza ese tiempo en el que parece que no se hace otra cosa que ir sometiendo las dificultades, apagándolas antes de que se puedan convertir en incendios, si bien, desde su nacimiento, son pequeños incendios que queman nuestras vidas.
Decidí apagar fuegos, para lo que dispuse de una cajetilla de cerillas grande, de las utilizadas en la cocina de gas, con fósforos de unos 3 centímetros de longitud. Había pintado el exterior de la caja con rotulador negro.
El número de cerillas que debía apagar era de 81, pues la vida la podemos medir en «alfabetos» o sus múltiplos.
A lo largo del recorrido debía ir encendiendo y apagando las cerillas, con soplidos, o como fuese menester, sin dramatismo, sin mayor cuestión que la de ir devolviendo las cerillas apagadas a su caja, de la que partieron, pero cabeza abajo, es decir, con la parte ennegrecida en sentido contrario al sentido en el que la parte roja estaba inicialmente.
El obvio final de la caja debía ser el entierro, aunque bien podría servir el abandono en un contenedor, pues los alcorques de los árboles del centro de la ciudad no son adecuados para este menester.
Afortunadamente, en un momento dado del recorrido a punto de terminar la revista caminada, encontramos una saca con tierra para poder llevar a cabo el apropiado entierro de la caja que contenía el conjunto completo de fuegos apagados a lo largo del camino.