Ayer voté por correo.
Nací mientras aún estaba vivo
Francisco Franco.
A la tierna edad de 13 años
viví con intensidad una jornada
pavorosa
durante la cual
un grupo de personas
que no creía en los partidos políticos
como modo de gestión de nuestras necesidades nacionales
quiso imponer una regenerada dictadura.
En ambos casos
la figura de la monarquía fue relevante.
Ayer voté por correo
porque creo en la democracia
incluso en la democracia parlamentaria representativa.
Se me dirá que soy un ingenuo.
Se me dirá que todos son iguales.
Se me dirá que no hay arreglo.
Pero quienes me dicen eso
son los que me empujan a votar.
Quizá porque Francisco Franco
habría pensado que yo era un ingenuo
habría pensado que los políticos eran algo de lo que desconfiar
habría pensado que él podía arreglarlo.
Ayer voté por correo
arriesgándome a que en último momento
pase algo (de última hora)
que pueda hacerme dudar de mi voto
no tan importante, después de todo.
Me dio por pensar
que no votaba por los últimos momentos
sino por la confianza (ingenua) en una propuesta
articulada con mayor o menor acierto
en un programa electoral
que ha de ser un programa de gobierno
por la confianza en la diferencia
aunque sea sutil
de quienes se postulan para dirigir las riendas del país
por la confianza (ingenua, lo sé)
en la intención de arreglar
lo que puede que no tenga arreglo.
No quedo expectante
a ver si ganan «los míos»
porque creo en la democracia
y ganarán los que elijamos
los que somos tan ingenuos
como para votar
(sistemas electorales aparte).