Me pongo el casco de dios
y mi lóbulo temporal izquierdo
ve lobos y temporales e izquierdistas
mientras el casco de dios
idiotiza mi mente
magnetizando el córtex central
hasta desnortarme.
Me pongo el casco de dios
telúrico como pocos
o seleniúrico como ninguno
para encontrar un parietal
en el que alojar un fantasma
con la boca grande de plata
y una navaja afilada segando mi niña en dos.
Me pongo el casco de dios
hasta romper la monotonía de la monogamia
o la monomanía de la monología
evitando el monoteísmo
anatémico forense.
Me pongo el casco de dios
o de tries o de ciuatro
y así innumerables o numerables
veces
por muchas que sean
siempre distintas de infinito
que es otra de esas invenciones fruto de la iteración
femenina y eterna.
Me pongo el casco de dios
justo antes de montar en bicicleta divina
y darme una hostia que no ostia
contra una farola que ilumine el alma
opaca
alojada justo al lado de mi intestino grueso.
Me pongo el casco de dios
con la tristeza nauseabunda
de la soledad existencial
a la que llaman angustia
y se apellida libertad.
Me pongo el casco de dios
cuando descubro que el mundo no necesita más humanos
y los humanos sí otros mundos
para explicar lo que no comprenden de este
y olvidar que es este
el único que hay que salvar
de nuestra obsesión por destruir
aquello que ignoramos
cuando nos ponemos
el casco de dios.