El fin de semana aproveché para ver una serie de ciencia ficción algo malilla, pero que tenía entre sus curiosas propuestas una novedosa forma de hablar (un extraño idioma-fusión, al estilo de aquel que hablaba el inspector en Blade Runner), así como la idea de un sistema solar cuasi completamente habitado después de doscientos años de expansión terráquea.
Políticamente y sin entrar en detalles, el planeta Tierra estaba gobernado por las Naciones Unidas, mientras Marte lo estaba por una república militarista de la que se conoce poco. Supongo que se conocería más en la novela en la que se basaba la serie. En frente a ambas potencias, estaban los «cinturonianos» que habitaban los asteroides mayores, así como bases artificiales en esa órbita, quienes tenían sentimientos nacionalistas incluso cimentados en su diferente complexión muscular y ósea que les habría generado el vivir en un ambiente de mucha menor gravedad.
Interesante, aunque poco probable e inverosímil esa adaptación en tan solo unas cuantas generaciones… sin embargo qué poco había cambiado el futuro en otras muchas cosas:
El vestuario parece sacado de alguna revista de moda de este último lustro, los dispositivos de comunicación son poco más o menos como teléfonos táctiles del año próximo, se habla de una red de ordenadores… y así en lo demás.
Y me pregunté por qué era tan difícil concebir algo mucho más futurista, que puede adecuarse a lo que esté por venir, y claro, entre otras cosas, hay una dificultad intrínseca que es la de que no son sólo cosas más modernas, sino ideas más modernas. Tenerlas ahora implicaría que dejarían de ser futuras, provocando una especie de paradoja insalvable.
Supongamos que se me ocurre que los teléfonos móviles (dispositivos de comunicación) estén integrados en la red neuronal del cerebro, entonces hay muchas otras cosas que habrían tenido que cambiar para llegar a tener esa tecnología, incluso desde el punto de vista fisiológico.
Una línea de futuro que verdaderamente revolucionará nuestra forma de vida será la manipulación genética, que dará lugar a transformaciones en la longevidad como nunca antes hayan sido posibles, pero la sociedad derivada de ese cambio también será completamente distinta. No sólo viviremos más tiempo, sino que tendremos que ser capaces de saber cómo vivir ese tiempo «extra», individual y socialmente.
Me gustaría, por momentos, dedicar un tiempo a pensar ¿cómo sería XXXXXXX en el futuro?, por ejemplo, la ropa, la comunicación tecnológica, las formas de gobierno, el consumo energético, la medicina, la arquitectura, la poesía, las matemáticas…