Ayer tuvo el lugar el comienzo o arranque de mis talleres de Poesía y Escritura Creativa y se produjo algo tan infrecuente como agradable: se llenaron dos grupos cuando habitualmente habría dado inicio en curso con un famélico grupito (y tan contento, también) como vengo haciendo desde hace ya quince años.
Aún no acabo de creérmelo y espero que se materialice en pagos y, sobre todo, en continuidad a partir de la semana que viene, para poder trabajar relajado en generar estímulos para su creatividad y su compromiso con la escritura.
Este trabajo es algo vocacional, o absolutamente vocacional, pero eso no es óbice para desear que crezca sin excesos pero con confianza y en números manejables (grupos de 8 personas) e incluso idílicos.
La presencia en una plataforma como MeetUp parece que puede dar algunos resultados más eficaces de lo esperado y de lo habitual en este tipo de soportes más o menos publicitarios, pero en cualquier caso no es suficiente para explicar la afluencia de esta semana, pues muchas personas contactaron directamente por correo electrónico y otras por Facebook e incluso algunas por teléfono.
Llegó a ser tal el número de asistentes que olvidé el nombre de algunas de las presentes que, sorprendentemente, hoy mismo han llamado para reservar y asegurar su plaza.
Si sigue como ha empezado, hay una preciosa pareja de camadas nuevas de poetas que están deseando avanzar como tales.
Mi escepticismo se basa en tres lustros de experiencia. Pero mi optimismo no ha decaído y sigo pensando que, más que nunca (o como siempre) la poesía es una herramienta, y un propósito, absolutamente necesaria. Puede que al fin se haya dado cuenta el resto del planeta, así, de forma masiva.
Hay un ataque de poesía en masa.