Veo pasar los bytes
que casi no son sino bites
subiendo por la escarpada cuesta del atroz enrutador
hasta llegar a una colina
donde una metralleta de indiferencia
los golpea hilo a hilo
contra el paquete ip de porcelana
que teje la inmensa telaraña
mientras cuento
cuánto
cuánto
tarda un ping en dar respuesta
cuál es la velocidad de subida a un pozo negro
al que llamar nube con un paroxismo inexplicable
y esperar a que nieve
un mar de unos y ceros
sobre la capa de cartón
donde la poesía
pide la palabra.