Los adolescentes son gente muy sensible. Quizá por ello siempre me han encantado (desde que dejé de ser adolescente, claro está) y me gusta tanto darles clases.
Pero en estos tiempos (coronavirus mediante), cuando la humanidad está afrontando algo que le hace sentir su finitud, cuando cada persona en el planeta siente que el fin del mundo está al alcance de la mano, los adolescentes colapsan como sistemas sanitarios mal provistos.
Les doy clase y me encuentro que apenas pueden seguir la conversación porque sus cerebros están atascados, atorados, sin saber salir del atolladero de una crisis que no sabe nadie cómo derivará.
Siempre que oigo adultos alabar las capacidades de adaptación de las personas más jóvenes pienso que no suelen conocer en detalle cómo gestionan la mayoría sus problemas, pero en un ingente número de casos son incapaces de adaptarse y sin embargo son los primeros en detectar la necesidad de hacerlo.
Estoy dándoles clase online, por whatsapp vídeo y no suelen apañarse bien con la tecnología, no tienen iniciativas, a duras penas consigo que sepan hacer una fotografía de los enunciados de sus problemas para trabajarlos y, mucho menos aún, que expliquen oralmente (esto para ellos es terrible, salvo brillantes excepciones) el proceso por el que los resolverían.
Pero pensando en su sensibilidad, sé y noto que están absolutamente en estado de shock. No saben qué va a pasar y esa inseguridad, esa falta de certezas les bloquea completamente. Necesitan creer que habrá futuro y además sentir que ese futuro está a la vuelta de la esquina, porque el futuro de un adolescente tiene una longitud de un par de meses.
Estamos a menos de un trimestre de final de curso y ya han asumido, casi inconscientemente, que el curso está en estado de suspensión… quizá les acaben aprobando sus profesores, manteniendo las notas de lo que llevan de curso, pero no pueden pensar en estudiar sin la presencia todopoderosa de los exámenes de cada semana. No son capaces de afrontar su presente y quizá por ello están cancelándome muchas más clases de las que pensé en un primer momento.
Pero, en realidad, nadie sabe adaptarse a esto que está pasando. Es demasiado global, grande, mundial, inédito para saber qué hacer. Hacemos lo que podemos y seguimos adelante. Quizá adaptarse sea simplemente eso, dejar de preguntarse ¿qué haré al año que viene? para preguntarse ¿cómo aguantar un día más?