Llamamos a un uber
para ir a cenar con una amiga de Carmen.
No queríamos tocar la calle
por si un ramillete de ARN se colaba en nuestras entrañas.
Bajé al portal antes de recibir mensaje alguno
pero por si acaso me asomé a la calle
miré a ambos lados
y vi un vehículo extravagante
en mitad de la calzada.
Supuse que se apartaría
en cuanto llegase nuestro carruaje
que ya parecía tener algo de retraso.
Claro:
Las imágenes me delatan.
Este poema no tiene ningún misterio.
Distinguí el distintivo que indica que es un vehículo
autorizado por la comunidad de madrid
para transporte de personas.
Y verifiqué que la matrícula del mismo
coincidía con la matrícula del coche previsto
para recogernos.
Carmen no lo podía creer.
Quería fotografiarlo sin parar.
Yo me sentía algo avergonzado
no sólo por contribuir a la uberificación
de la economía
sino por ser el centro de atención
de una ciudad dormida.
Conversaciones con el conductor
como si yo entendiese de coches
dando por supuesto que ella no entendía
como si me interesase
aunque sí me apetecía saber
si ese curioso artefacto podía conducirlo
siempre que eligiese
y si eso le repercutía en una mejora salarial
intentado no sentirme mal
por contribuir a la uberificación
de la economía.
Al salir
nos permitió tomar una fotografía (4)
que presumían de una especie de episodio vacacional
en mitad de una ciudad
vencida
que llora miseria disfrazada de opulencia.
Enviamos las fotografías
contribuyendo a la difusión (intencionada)
de la apuesta por el postinaje
de la mentada compañía.