El otro día tenía unos champiñones que estaban empezando a perder esa tersura tan característica de su frescura, así que hice una receta que los usase como elemento principal, para gastarlos todos.
Eran unos 9 champis, que en total no pesarían ni cuarto de kilo, así que sabía que reducirían mucho una vez sofritos, pero no tenía muchas ganas de prepararlos en un riquísimo risotto o un revuelto con puerros, que suele ser de mis elecciones personales, además de no poder aumentar el volumen de la ingesta mezclándolos con otros productos, como pimiento, calabacín, zanahoria, tomate y lanzarlos sobre una base de sémola de trigo que es una de mis recetas preferidas.
Sobre una sartén profunda, de esas para sofritos, con tapa, añadí una base de aceite de oliva virgen extra y puse un ajo cortado en láminas a calentarse y darle algo de sabor.
Corté una cebolla entera (pequeña) en juliana, para que la salsa salga mejor, aunque no comprendo bien por qué ocurre esto.
Mientras la cebolla iba pochándose, limpié bien los champiñones (que siempre compro enteros) y los corté en cuatro partes más o menos iguales en dos cortes paralelos aproximadamente a la dirección del tallo.
Fui agregándolos sobre la cebolla a la sartén y tapé la sartén para que la cocción de los mismos los reblandeciese un poco antes de sofreírlos junto a las tiras de esa pequeña cepa.
Añadida una pequeña cantidad de sal (poca, para no sumarse a la del jamón y ser excesiva), dejé que fuese reduciendo hasta que se veían casi a punto, habían perdido ese aspecto crudo que tienen y añadí 75 gramos de jamón cortado en taquitos (una bolsita de esas que venden en cualquier supermercado) y le di varias vueltas con una cuchara de madera para que se mezclase bien.
Por último, le eché un chorreón de vino blanco, una cucharadita de harina y dejé que fuese reduciéndose hasta formar una deliciosa salsita. Antes de que se secase el plato, lo serví en un plato hondo y este fue el resultado:
Rico rico… y con fundamento (citando a mi admirado, con sus más y sus menos, Arguiñano).