The crown

¿Qué hace un republicano convencido como yo viendo un producto como The Crown?

Es una producción cuidada con todo detalle, con un exquisito mimo por la verosimilitud hasta resultar tan creíble que puede ser tildada de falso documental. Pero es falso. Y no, no es documental, aunque documente algún episodio histórico en más de una ocasión.

Pero eso sólo no es suficiente para conseguir engancharme a una serie de la que llevo ya vistas 4 temporadas, principalmente porque a Carmen le gusta mucho ese ritmo lento que lleva y esa ambientación tan maravillosamente recreada.

A mí sencillamente me harta ver a una panda de chupópteros gorrones aprovechados lamentándose de sus vidas como si no pudiesen dejarlas y dedicarse a otras muchas cosas.

No he conseguido empatizar con ningún personaje desde el comienzo de la emisión. Tampoco ahora con la acalorada disputa sobre si Lady Di es más o menos «campechana», como si no tuviese suficiente con nuestro emérito patrio.

Ayer, viendo el episodio 8 de la 4 temporada, tuve un pensamiento extraño:

La primera ministra Thatcher, ejemplarmente interpretado por Gillian Anderson, discutía sobre las sanciones (o no sanciones) que habían de ponerse a Sudáfrica por el fatídico régimen del Apartheid, al que la reina parece que sí quería ponerle fin.

Carmen me preguntó que yo qué opinaba… y no supe qué contestar.

Por muy en contra que pueda estar del racismo clasista de M. Thatcher, no dudo nunca en estar en contra de la monarquía, constitucional o no, así que habría tenido que estar en ese presunto duelo del lado de Margaret. Pero eso era ir contra mis principios… ¿o no?

Más allá de saber que es ficción y no necesito que me lo aclaren (parece ser que hubo presiones para que así lo hiciese Netflix), a veces da en plantear algunas cuestiones que son interesantes.

Por lo demás, es un producto vacuo y bonito. Un lindo blanqueo de unos personajes que, en el mejor de los casos, me encantaría que abdicaran inmediatamente para dejar de quejarse por sus privilegios… y lo cansado que es todo todito.

¡Ay, y yo acordándome de Cromwell!

Esto no es una broma