Logos sobre azul

Para el libro colectivo de este curso estoy apostando por un papel de un color azul intenso como cubierta, con una imagen sencilla e impactante en la portada, pero los logos que habitualmente uso son de color rojo y no quedan muy bien sobre azul.

He hecho algunos experimentos con inkscape para ver con qué versión me quedo, pero de momento he pedido 10 ejemplares con un rojo sobreiluminado por si hay suerte y queda bien… pero no lo creo.

Ya veremos.

Los virus aprenden a escribir

Lo más preocupante de que un virus aprenda a escribir es que ya no puedes fiarte de ese instinto que te dice que si un correo electrónico viene con muchas y extrañas faltas ortográficas muy probablemente se trate de un correo peligroso, SPAM o troyano.

Hoy he recibido un par de emails con un asunto sorprendentemente bien escrito:

Espero que estés pasando un día fantástico

y un contenido también bien redactado, incluso haciendo uso de negritas en los lugares adecuados:

¡Es una oportunidad que no debes desaprovechar!

Indicaban que te convenía pinchar en un enlace de bit.ly (esto ya es sospechoso de por sí, pero hay gente que usa acortadores de URL algo inapropiados)

https://XXXbit.ly/3XXXX526XXXXWVh

Si quitas las X aún puedes ir a ver lo que aparece ahí, bajo tu responsabilidad o irresponsabilidad.

Yo, curioso con estas cosas, por viejos hábitos que no hacen al monje, quise ver qué había en ese enlace con la mayor de las seguridades posibles, así que en una máquina virtual Linux (que no tiene acceso a ninguna de las carpetas del anfitrión) dentro de mi sistema principal Linux habilité la compartición del portapapeles bidireccionalmente (lo que ya me pareció un riesgo alto, pero me dio pereza teclear la dirección manualmente), en esa máquina abrí un firefox y lancé a copiar la URL en cuestión, encontrándome que me dirigía a una web que no tiene una pinta muy maliciosa:

salvo para personas incautas que crean que si no pagan en esa pantalla van a tener algún problema. Navegué por otras páginas y cerré esa pestaña sin el más mínimo problema… aunque no probé con otros navegadores quizá más expuestos, móviles incluidos, pues mi curiosidad tiene un límite.

Auriculares

Vivo rodeado de auriculares.
Escucho la vida a través de auriculares.
Amortiguo las emociones gracias a auriculares.
Me centro en mí mismo (yo, yo, yo) dentro de unos auriculares.
Con cancelación de ruido los auriculares.
Resisto la huida y la ira con unos auriculares.
No son aúricos mis auriculares.
Inalámbricos o cableados me ato a unos auriculares.
En casa y en el trabajo sin faltarme los auriculares.
Ya no encuentro calma sino bajo unos auriculares.
Ya no encuentro equilibrio sino bajo unos auriculares.
Radiaciones Bluetooth, infrarrojas, electromagnéticas las de mis auriculares.
Quiero beber de un botijo con auriculares.
Quiero besar tus labios de auriculares.
Quiero lamer tu pelvis de auriculares.
Quiero soñar con auriculares.
Auriculares que sueñan con auriculares sobre auriculares.
La recursividad de los auriculares me aísla como unos auriculares.
Auriculares de auriculares, todo auriculares.
Ay, vanidad… de auriculares.
Ay, soledad… de auriculares.
Ay… de auriculares.

Un tablero encontrado en la calle

Ayer encontré un tablero en la calle
que hoy traje a mi lugar de trabajo
para montar una estantería
o hacerme un mueble.

Es un tablero blanco macizo de madera
lacado en blanco.

Tiene un grosor de casi cuatro centímetros
anchura de veinticinco centímetros
y longitud de más de un metro.
Eso son 10 millones de milímetros cúbicos.
Podría calcularlo con bastante precisión.
También podría calcular su peso
(aunque las unidades sean las de masa)
y con ambas medidas determinar la densidad.

En resumen: pesa mucho.

El camino hasta el estudio cargando
con la materia del tablero
ha sido arduo.

Envolví la parte central en una camiseta
a la que arranqué las mangas
para convertirla en una prenda
utilizable en los calurosos veranos veratenses.

Había algo así como un centro de gravedad
que hacía coincidir horizontalmente con mi muñeca derecha
y recordaba que el trabajo mecánico
es el producto escalar del vector desplazamiento
por el vector fuerza.

La fuerza ejercida era la contraria al peso del tablero
que tenía muchas ganas de ir al centro de la Tierra.
El desplazamiento era perpendicular a la misma
aproximadamente
en un desplazamiento por la superficie del planeta.
El producto escalar en cuestión era nulo.
No he trabajado.

Llego al estudio y decido limpiar el tablero
recogido de la calle abandonado.
Busco un trozo de tela del que pueda prescindir
para limpiarlo con alguna disolución jabonosa
o incluso
con gel hidroalcohólico para asegurarme
una perfecta desinfección
después de haberlo acarreado veinte minutos.

Lo coloco sobre unos cartones para asegurarme
de que la mesa no sufrirá daños derivados
de la aplicación de algún producto de limpieza.

Casi no me quedan cartones.
Pienso: reciclo demasiado.

Pretendo usar la tela de la prenda recortada
pero la miro con nostalgia por su entropía
combatida.

No me decanto por usar algo roto por mil sitios
(a nivel microscópico por muchos más)
para limpiar un tablero abandonado.

Lo miro mientras escribo este texto
que no me sirve en absoluto para resolver esta situación.

Me bloqueo con el bloque.
No quiero hacer un juego de palabras otra vez.
Otra vez.

Está apoyado sobre el canto longitudinal
en una posición parcialmente inestable.

He de decidir.
He de decidir algo.
He de limpiarlo.

Me tienta navegar por otras pestañas del navegador
para huir del conflicto. (¿qué conflicto?)

El balcón está abierto de par en par
mostrándome la potencia solar ultravioleta que necesitaré
para impresionar los químicos cianotípicos
con los que quiero juguetear este verano.

Queda poco para llegar al verano.
Hoy hay un eclipse parcial de sol
en el que la luna se interpondrá
entre la línea que nos une a la bomba de hidrógeno
incandescente.
Apenas se notará un cuatro por ciento en Madrid
entre las 12:00 y las 12:30.

He pensado en cómo voy a apoyar
el tablero
para que me haga de alero en el lateral derecho
de mi escritorio.

Ahora es más necesario limpiarlo.
He vuelto a tocarlo sucio como está
y vuelvo a teclear sobre este teclado
infecto.

Me he de cambiar de ropa para limpiarlo.
Puedo usar la camiseta gris
con el logotipo del ayuntamiento de Fuenlabrada
que me regaló una amiga que trabaja allí.
Pero ¿cómo usarla?
Si la uso como ropa para no mancharme
no puedo usarla para trapos de limpieza.
Si la uso como trapos de limpieza
no puedo usarla para no mancharme.

He de decidir.

Me regodeo en la diferencia entre utilizar la expresión
«He de decidir»
frente a
«Tengo que decidir».

Mucho más interesante la primera
que con menos letras dice lo mismo
que genera ese curioso «de de…»
que contiene tres veces la letra e y dos veces la letra i
seguidas.

No tengo nada.
Ni siquiera que decidir.

Decidir no parece ser el problema.
Y sin embargo es el problema.
Pero son dos «decidir» diferentes:
la palabra decidir
la acción decidir.

Quiero levantarme para encontrar una solución.
Pero no quiero levantarme
para no encontrar una solución.

El tiempo sigue pasando.
El eclipse está a punto de producirse.
La luna no se detiene en tomar decisiones.
El sol tampoco.
La luz o radiación electromagnética
tampoco.
Hay un poco menos de espacio soleado
frente a las jambas del balcón.
¿Qué le ocurriría a una cianotipia
realizándose
bajo los influjos de un eclipse total?

Ha pasado una hora y la insolencia del tablero
sigue ahí.

Me levanto
abandono la escritura
y limpio.

¿Mansplaining?

Carmen expuso su primera conferencia el sábado pasado, 5 de junio de 2021 y lo hizo con soltura, en la Casa de Castilla La Mancha, un lugar con el que ella está bastante más emparentada de lo que le gusta admitir y sobre un tema que le interesó desde el primer momento: «La evolución del papel de la mujer en el Tango».

Yo estoy ayudándola con el formato y la estructura del contenido, pues ella no sabía ni por dónde empezar, lo que resulta bastante normal para alguien que no ha presentado algo así en su vida.

Y he de reconocer que se me colaban opiniones en el contenido, haciéndola, la presentación, algo más combativa, algo más feminista… y también me planteaba la cuestión permanente de si era yo quien debía intervenir en su aproximación o callarme aunque la presentación fuese menos feminista, pero estrictamente realizada por una mujer.

Al final es poco importante pues Carmen me agradeció mi ayuda y no sintió que mi intervención (por supuesto en la sombra) fuese impuesta. Espero que esto no se entienda como mansplainig…

Contraventanas cerradas

Cerradas para evitar el ruido.
El ruido de la calle.
La calle que no para de ser reparada.
Reparada en un ciclo de inversiones.
Inversiones en algunos sectores de la economía.
La economía que se desangra arbitrariamente.
Arbitrariamente salvando hostelerías o construcciones.
Construcciones o reconstrucciones.
Reconstrucciones porque la ciudad se cae a pedazos.
Pedazos de asfalto que arrancan lágrimas azules.
Lágrimas azules como si por algún instante fuésemos dignos.
Dignos de engrosar la familia real.
Real o imaginaria manera de afrontar un silencio roto.
Roto por el ruido.
El ruido de la calle.
La calle que calla para ceder terreno.
Terreno que arrebatan las constructoras.
Las constructoras que curiosamente son inversoras de la banca.
La banca que se erige en dueña de las calles.
Las calles que conforman la ciudad.
La ciudad sin más objetivo que la economía.
La economía sin sangre sin alma y sin piedad.
Piedad de piedra convidada.
Convidada sin vida y sin dadá.
Dadá dadá dadá.
Dadá dadá dadá.
Dadá dadá.
Dadá…

Mi cumpleaños y la sociedad

A ver si lo entiendo:

En Madrid, en las pasadas elecciones, se acaba de decidir que los servicios públicos no son esenciales para la ciudadanía y poco a poco van a terminar de desmontarse.

La privatización ha llegado al nivel en el que más vale empezar a ahorrar para una operación de vesícula que pueda llegar a tener en un futuro. O exiliarse.

Las ayudas a amistades van a ser las sustituciones «imparciales» de los fondos de ayuda social que antes corresponderían a la Consejería de asuntos sociales, así que la gestión de las ayudas a refugiados, fruto de una descompensación de la explotación de la riqueza de la Tierra, o la ecología (que ya de antes se viene «individualizando la responsabilidad»), o, para colmo, el compromiso con los cumplimientos de los Derechos Humanos, recaen definitivamente en cada persona individual, no en el estado.

Y digo yo…

Así las cosas, ¿para qué hace falta el estado?

Pues que se encarguen de gestionar nuestros dineritos y su reparto las buenas empresas de Internet, como Facebook, por ejemplo, que sabe bien hacerlo democráticamente elegidas por una ciudadanía que ha decidido no mirar al futuro… o yo me pierdo algo, que puede ser.

Esto no es una broma