Quizá mi influencia por las matemáticas me ha llevado a pensar que lo más importante del descubrimiento de los elementos atómicos, de los tipos de átomos que existen, lo básico de la naturaleza de la materia, es el hecho de que se parecen al teorema fundamental de la aritmética aplicada al mundo físico:
Fascinado por el platonismo y cierta pasión por la teoría pura, cierto pitagorismo de siglo XXI, hay algo que me fascinaba en el hecho de que la totalidad del universo estuviese conformada por una serie de partículas elementales (no importa si ahora esas partículas se ha demostrado que son a su vez combinaciones de otras partículas subatómicas). Ladrillos elementales a partir de los cuales se construye el todo, como esos números primos que componen cualquier otro número racional, mediante la división de todo número entero entre otro número entero descomponibles ambos en sus correspondientes únicos productos de números primos.
No había atendido a la estructura atómica, aunque relacionada con la misma de forma unívoca, es decir, la estructura atómica define el elemento al que pertenece el mismo átomo. A lo que no había atendido era a la disposición de esas partes subatómicas en el átomo. Miraba la parte meramente material y no lo inmaterial:
Hoy, leyendo el libro de IDEAS del siglo XX, de Peter Watson, he vuelto a atender a los experimentos de Rutherford y lo más llamativo ha resultado ser el hecho de que en realidad los átomos son prácticamente vacíos. Es decir están conformados por cargas centrales y cargas deslocalizadas alrededor suyo pero esencialmente espacio vacío. ¡Espacio vacío! La materia es atravesable, sí: atravesable por otra materia, con lo que solemos entender como frontera por tanto carece absolutamente de sentido pues todo es interpenetrable por todo.
¿No resulta sorprendente o paradójico visualizar un universo de vacío y sin embargo sentir que todo está lleno de algo?