Quizá por ello desconfío de la fotografía, de la belleza visual, como artificio superficial que esconde un holocausto en su raíz.
Se yerguen las torres sobre la especulación inmobiliaria más salvaje que ha vivido esta ciudad.
Desafían viento y marea y hacen sentir que quienes adquieren propiedades allende las nubes han ascendido a un cielo inexpugnable.
Los dioses indestronables del Olimpo se ríen de nosotros y de nosotras. También las diosas ríen.
En la niebla se funden paralelas en una fuga ruidosa de silencio asesino.