Tener premium es la libertad

Dice una voz en Spotify que tener premium es la libertad
la libertad de elegir lo que quieras escuchar tus canciones preferidas
la libertad de descargarse canciones
la libertad de oír tu música dónde y cuándo quieras.

Dice una voz en Spotify que tener premium
es tener el dinero para pagarlo
es tener el dinero que arrancas de otros bienes o servicios, quizá más necesarios
es tener el dinero que te permite comprar la libertad.

No habla de derechos soberanos.
No habla de derechos civiles.
No habla de derechos libertarios.

Habla de que la economía se impuesto a la ética.
Habla de que la economía ha matado a dios.
Habla de que la economía es la felicidad.

Y solo por eso
cada vez que lo oigo
me alegro de haberme dado de baja
para poder mantener mis gastos fijos
lo más bajos posibles
y sentirme
(sí, sentirme)
libre.

Cableado obsoleto

Algo se nos está quedando obsoleto en la casa y es el cableado.

Hace años, cuando hicimos obras para tener paredes, dispuse varias canaletas técnicas que conducían el cableado (audio en RCA y vídeo en VGA) desde los equipos informáticos en la sala pequeña hasta el salón, junto a la cocina, recorriendo unos 15 metros de pared en escuadra hasta alcanzar ya fuera el proyector o el amplificador y la televisión sobre un mueble que contiene un canalón interno y «secreto» por donde circula la maraña más o menos organizada de cables.

No obstante, se nos está quedando obsoleto, pues apenas tiene cableado HDMI (tan sólo una conexión desde un PC a la TV del salón usando el conducto del mueble). En cuanto al audio es más o menos aceptable la conexión RCA que tienen varios puntos de la casa, pero hay varios dispositivos susceptibles de desaparecer en algún tipo de venta de segunda mano (dos DVDs, un lector de CDs, en incluso un viejo reproductor y grabador de vídeos VHS pues ya no los usamos nunca y lo único que hacen es obligar a tener un cableado sobredimensionado.

Recientemente hemos adquirido un proyector para sustituir el viejo que compramos hace 2 décadas de segunda mano ya entonces y no soporta entrada VGA, lógicamente, así que necesitaríamos una conexión HDMI en ese punto, pero en realidad ni siquiera, puesto que lo usamos conectando un Chromecast y lanzando órdenes vía WiFi de reproducción de alguna plataforma de streaming.

En resumen, la mayoría de las conexiones serán inalámbricas, así que los «alambres» que tenemos se han quedado obsoletos almacenando pelusas sin parar. Hasta esta semana santa, que dedicaré algunos días a liberar espacio de nuestra casa, por si nos vemos «obligados» a emigrar.

Postulados de Bohr

Es un placer poder comunicar el asombro que sentí cuando descubrí que la realidad era aún más compleja que como me habían contado hasta el momento, a mis tiernitos 17 años.

Yo leí la Teoría de la Relatividad de Einstein cuando tenía 16, pero creo que no la comprendí, ni mucho menos la parte matemática de la misma. Leí el Principio de Incertidumbre de Heisemberg una semana santa sacándolo de la biblioteca del Instituto de Bachillerato Mixto de Colmenar Viejo. Me estalló la cabeza.

Quería comprender y no tenía a nadie cercano que pudiese explicarme lo que había leído.

Mi profesora de química, que no sabía nada de mecánica cuántica, me remitía a Ana Cañas, que era la profesora de física que no me daba clase. Pero que tenía a bien discutir conmigo sobre la viabilidad de la existencia de partículas elementales diferentes a las que conocíamos, esos protones, esos electrones, esos neutroncillos… e intentar justificar o hacerme entender que la singularidad en las ecuaciones de Lorentz que usaba Einstein en su Relatividad Especial no aplicaba a los fotones, pues su masa en reposo no tiene sentido.

Gracias a ella quizá terminé por estudiar Química Cuántica y ver todo lo que me faltaba por ver… que siempre será inabarcable. Conocí a gente estupenda, como mi queridísimo Xabi López Pestaña, con quienes compartimos conversaciones sobre mujeres y mecánica cuántica, sobre el mar, el urbanismo, la política y los grupos de simetría.

También a Alberto Luna, que me enseñó a valorar Dune y sus gusanos, o José Luis Sanz Vicario, a quien le regalé mi querida pieza del Principio de Incertidumbre.

Este sábado pasado tuve la suerte de poder dar una clase sobre la importancia teórico-filosófica de las revoluciones físicas de la Relatividad (Especial y General) y la Mecánica Cuántica. Hablé del debate Bohr-Einstein, de la dualidad onda-corpúsculo, de la deformación del espacio, de la concepción del espacio absoluto cartesiano… los ejercicios son sencillos, pero la comprensión de la repercusión de esta revolución del conocimiento es algo que engrandece la mente hasta lugares inimaginables.

En la imagen que sirve de cabecera a este artículo está mi demostración de cómo inferir desde los postulados de Bohr las explicaciones para la fórmula de Rydberg de los espectros electromagnéticos.

Mi huella no es de carbono. O sí.

Esta es mi huella digital (y seguro que es un riesgo inimaginable desde el punto de vista de seguridad compartirla en internet).

Está arrugada, como corresponde a la edad. La deshidratación y la oxidación se dan la mano en este dedo.

Surcos espirales que no van a ningún lugar. Recorrer esos surcos (o acaso es un único surco espiral) podría generar un concierto sorprendente.

El colmo de mirarse el ombligo sea, quizá, mirarse la huella digital.

La huella digital es paradójicamente analógica.
Esta fotografía de la huella digital es digital.

Esta huella no es una huella. (Podríamos concluir)

¿Es huella de carbono?

Pues en parte sí: el carbono de la química orgánica que me compone.

La huella digital de almacenar esta fotografía de la huella es difícil de calcular y, además, variable.

Todo mi cuerpo es una huella digital de mí mismo. Mi yo conmigo a todas partes.

Los pliegues de la superficie del dedo son dunas de un desierto en miniatura.

Surcos de una era de otra era, que dejan en el asombro versos de células muertas.

La sombra de la huella no tiene dudas sobre su forma o color.
El dedo sí.

No señalo la ausencia.
Pero ahí está: ausente.

Todas mis miradas acaban en el foco de la yema del índice.
Desde ahí parece emerger un rayo de tinieblas.

Se acabó.

El problema de las cookies

Mi amiga Carla Vigara, gran humorista del mundo mundial, en absoluto gilipollas a pesar de su insistencia, ha publicado el otro día este texto sobre las cookies en una red social:

Hoy, en «Los problemas del primer mundo», vengo a comentar mi indignación ante las famosas cookies. Esos textos que aparecen en sitios web y que están ahí para que dichos sitios registren información sobre ti, para venderte hasta a tu madre y que vuelvas repetidamente a estos mismos sitios.

Mi política de cookies había sido aceptar todo y a correr. Hasta hace poco. Que me dio por rechazar todo y a correr. O rechazar hasta donde me dejan rechazar, porque hay unas «cookies necesarias» que te las vas a comer sí o sí. Quizá por eso las llamaron «cookies». PORQUE TE LAS COMES.

Total. Que mi indignación viene de que, como en tantas otras cosas, utilizan la política del hastío, del hartazgo, de la desesperación. Porque tú rechazas. Y rechazas. Y esta no y esta tampoco. Todo no, menos las «necesarias». Pero si vuelves ahí, sorpresa: tienes que volver a rechazarlo todo otra vez. De una en una. Ninguno de estos sitios web guarda, pese a haberle dado a un botón que pone «guardar y cerrar» y pese a que estás accediendo desde el mismo dispositivo, tu configuración de «idos, por favor, a freír espárragos».

Curiosamente, sí guardan la configuración si lo aceptas todo. Te comes TODAS las cookies y engordas para morir cayendo en la manipulación, que es lo que harán con «el registro» de tu visita.

De momento me coge con ganas así que voy a seguir rechazando. Dijo ella, mientras publicaba en una red social.

A lo que un amigo le ha respondido cordialmente, con información bastante acertada:

Un sitio web no puede guardar que has rechazado las cookies si no se lo permites… No es una trampa. Es que no puede.

Mi amiga, que es mucho menos ignorante de lo que ella afirma, le pregunta o comenta lo siguiente:

Soy una ignorante en esta como en tantas otras cosas, pero si tú guardas la configuración de las que aceptas y las que rechazas porque hay un botón para ello, ¿qué es? ¿Guardar para este ratito y no preguntarte en dos minutos otra vez si no sales de aquí? No entiendo que exista este botón si no vas a guardar, efectivamente, las preferencias de cookies. Pero insisto. Ni pajolera idea.

No he podido por menos que lanzarme a responder hablándole de cómo funcionan las cookies, ese pequeño engendro del «demoño», con el que nos controlan, haciendo no veladas referencias a mi querida película de Amanece que no es poco, que tanto ella como yo veneramos:

Como dice tu amigo, para que un sitio web guarde tu decisión sobre las cookies o cualquier otra información, ha de usar cookies, pero como le has dicho que no guarde cookies, pues no puede guardar tu decisión sobre las cookies, así que te seguirá preguntando en un bucle divertido e infinito si quieres que guarde tu decisión sobre las cookies, pero la única forma que tiene de hacerte caso por siempre jamás es que aceptes las cookies, información que la web guardará en una cookie (en tu dispositivo, por otro lado, así que no lo guarda, lo guardas tú), pero por otro lado, el hecho de una web que te pregunte si quieres que guarde tu decisión sobre las cookies en realidad te dice que no tiene ni idea de qué hacer, lo que viene a significar que no tiene una cookie tuya (o suya) que le diga nada, o sea, que es la mejor señal de las posibles. Pero todo esto es mucho más divertido de lo que puedo llegar a explicar. ¿Acaso hay cookies de chocolate? ¿de jengibre? ¿Por qué las cookies se llaman cookies, es porque te las comes, como tú crees o es porque te las dan, a modo de «hostias» más o menos consagradas? ¿En qué idioma hablan las cookies? ¿Tienen pelo las cookies? ¿envejencen las cookies? ¿Les duele algo? El honor de las cookies, la pauta completa de cookies… ay… ¿Son las cookies las nuevas ingles? … [Por favor, déjame usar tu texto y mi respuesta para un viejo proyecto cuyo reinicio ha despertado]

Y ahora estoy deseando lanzarme a terminar ese proyecto de cookies, una aplicación web que ofrezca una y otra vez aceptar todas las cookies de todas las web del mundo mundial y que no pueda hacerlo, lo diga, pero insista, en un bucle infinito de aceptación de todas las cookies de las web del mundo mundial, en realidad, en un ejercicio de sumisión absoluta y absolutamente imposible.

Otro de esos proyectos absurdos de poesía programable que tanto me divierten.

Esto no es una broma