Vehículo del miedo

He venido a hablar de mis miedos,
de esas mariposas que se posan en mis labios
y me cierran la boca de por vida.

He venido a hablar de mis pesadillas,
con las que duermo despierto toda la noche
y gran parte del día.

He venido a hablar de mis sueños,
de esos que nunca se cumplen
y generan frustración.

He venido a hablar de mí,
sin más tapujos
y sin vergüenza.

No hay que temer a la verdad desnuda
(porque la verdad siempre está desnuda)
ni a la arrogancia de exhibirla
como trofeo enarbolado.

No hay que temer a la mentira falaz
(porque la mentira a veces es falaz)
ni a la desidia por abandonarla
como quien huye entre ramas.

He venido a hablar,
a hablar y hablar
creyendo que digo algo importante
sabiendo que digo algo trivial.

Pero aun así…
he venido.

Atípico

Hace años vimos la serie Atypical donde un adolescente con autismo está listo para enamorarse, pero para comenzar a salir y encontrar el amor, necesita ser más independiente. Las consecuencias sobre la gente de alrededor (como por ejemplo su hermana) son mostradas con mucha delicadeza, pero realismo, lo que dota a la serie de una mirada integral que permite vislumbrar lo que es vivir siendo alguien «en el espectro», como se suele denominar a quien tiene algún grado de autismo, pero a su vez cómo es vivir con alguien así.

El autismo está dentro de otros «síndromes» o «trastornos», como el caso del TDAH (trastorno por déficit de atención e hiperactividad), o el asperger, que agrupan a las personas en lo que se denomina «neuroatípicos» en oposición a los «neurotípicos». Es una terminología que huye de la mucho más simplista normal/anormal, esquivando el estigma peyorativo de la misma.

Una de las cuestiones importantes en el trato con personas neuroatípicas es lo que muestra el siguiente esquema:

Y es que en realidad hace recaer bastante esfuerzo de empatía y trato diferente en las personas neurotípicas alrededor de la misma, lo que no siempre es fácil de sostener, especialmente porque también las personas neurotípicas tienen sus necesidades y, en ocasiones, son contrarias a las que requiere o necesita una persona neuroatípica.

El viernes por la tarde tuve un encuentro de los que organizo de Té y Poesía (N’Clave de Po(esía)) y acudieron 5 personas que se autoidentifican como autistas. Es de agradecer que lo hagan público porque no siempre es evidente si se trata de un «trastorno» inevitable o un comportamiento inapropiado y corregible. No fueron hostiles, ni desagradables, pero «enrarecían» el ambiente con formas de actuar fuera de lo común, que requirieron una pequeña capacidad de comprensión por el resto.

Cada vez que me encuentro en la tesitura de coordinar colectivos que incluyen tanto personas neuroatípicas junto a neurotípicas siento una sensación extraña entre la aceptación de la diferencia y la intolerancia para proteger a quienes, dadas las circunstancias, a veces se sienten más ignoradas, como suelen ser las personas neurotípicas que han de comportarse atípicamente para que las personas neuroatípicas encajen en el grupo.

Obviamente se puede pedir (y en muchas ocasiones se obtiene) un esfuerzo de empatía para que no sientan rechazo quienes suelen recibir ese rechazo en una sociedad que deja de lado cualquier cosa que escape de una «normalidad» demasiado normativa. Pero hay que hacer equilibrios entre esa tolerancia y el egotismo que muchas veces las condiciones neuroatípicas implican.

Suelo ser altamente consciente de algunas dificultades de las personas neuroatípicas y tratarlas con especial cuidado, pero a veces corro el riesgo de atraer a este tipo de personas espantando (sí, es algo espantoso usar esa palabra, pero es bastante apropiada) a las personas neurotípicas que son la base de mis talleres, por tanto, son la base de lo que garantiza un flujo de dinero que permita continuar teniendo reuniones a las que pueda acudir cualquier persona independientemente de su tipicidad.

Existiría la opción de organizar reuniones separando a las personas por su característica neurotipicidad, pero es una forma suave de segregación que procuro evitar.

En ocasiones siento que tendría que tener una formación básica sobre cómo enfrentar este tema, pero está algo fuera de mi alcance dedicarle tiempo (y posiblemente dinero) al mismo.

El viernes me quedó una rara sensación y, sin embargo, las 5 personas autistas que vinieron disfrutaron una velada que quieren repetir. ¿Qué pasó con las otras 12 personas asistentes? ¿Cómo se sintieron? Es complicado que digan la realidad tal cual la vivieron pues hay cierta insensibilidad que no queremos mostrar en público, por aquello del comportamiento «neurotípico».

En otro orden de cosas

Ordenar números parece de lo más sencillo que podemos imaginar, especialmente cuando hablamos de números naturales (otro gallo cantaría si se tratase de números complejos, por ejemplo), pero hoy estaba debatiéndome en la posibilidad de ordenar los números por orden, pongamos, alfabético, como podría ser:

  1. cinco
  2. cuatro
  3. diez
  4. dos
  5. nueve
  6. ocho
  7. seis
  8. siete
  9. tres
  10. uno

así viendo que el uno realmente no es el primero sino el último de los diez primeros números naturales (el cero no incluido)

Podría haber ordenado números hasta cualquiera al azar o hasta mi querido 27, como en:

catorce, cinco, cuatro, diecinueve, dieciocho, dieciséis, diecisiete, diez, doce, dos, nueve, ocho, once, quince, seis, siete, trece, tres, uno, veinte, veinticinco, veinticuatro, veintidós, veintiséis, veintisiete, veintitrés, veintiuno

Pero haciendo esto me he encontrado en la RAE con una pequeña y tonta sorpresa que, en el fondo, era más que previsible, pues los números habrían puesto contra las cuerdas a las palabras, haciéndolas incapaces de abarcarlos.

A partir del número treinta los siguientes números compuestos se forman con unión mediante la conjunción copulativa y de las palabras que nombran los fragmentos del número, es decir, treinta y uno, no es treintaiuno, así como veintiséis corresponde a veinte y seis, pongamos por caso.

¡Qué injusticia tan enorme para estos números excluidos del diccionario por siempre jamás como si no merecieran igual trato que el veintisiete!

Paradojas

He adquirido tantos libros de poemas escritos por mujeres en la última década que hoy, al preparar el material para leer en la tertulia que coordino desde hace décadas (ya todo lo mido en décadas), tan sólo tenía libros escritos por mujeres y me ha dado por pensar que alguien podía creer que era una pose, así que he rebuscado entre los libros que no tengo tan a mano para elegir algún libro de poemas en el que hubiera autores.

Cosas…

Te veo bien acompañado

Dice alguien con una mirada pícara
intentando establecer complicidad.

Ocurre cada vez que estoy en un grupo
donde el único que parece ser un hombre
soy yo.

Ni siquiera se preguntan por mi orientación sexual.
Ni siquiera se preguntan por la orientación sexual de quien me acompañe.
Ni siquiera se cuestionan mi género.
Ni siquiera se cuestionan el género de quien me acompañe.

A veces quiero disentir
pero no puedo
pues suelo pensar que estoy bien acompañado
o cambiar de entorno.

Es la mirada pícara
el burdo intento de complicidad
lo que me hiere.

Es el protagonismo que se me da
por encima de quien me acompañe
lo que me incomoda.

Pero es un mal menor
(lo sé)
comparado con ser considerado objeto
al que no dirigir
una mirada pícara
ni intentar establecer complicidades.

El paraguas de la vaca

Que a una vaca le pongan un paraguas
es de una ternura
que no de una ternera
muy humana.

Esa vaca es la imagen de una conocida
tienda de souvenirs
o tienda de recuerdos
y objetos inútiles
que se pueden adquirir
para cualquier regalo
en una de las múltiples ocasiones
en las que adquirir algo innecesario
para alguien a quien queremos.

Esa vaca está
protegida
por un paraguas
que
además
estaba debajo de un toldo
que protegía el paraguas.

Ese toldo estaba
completamente desprotegido
de una lluvia
que apenas tocaba el suelo.

Esto no es una broma