Llamo «Efecto Torrente» a ese efecto que se produce cuando una producción cinematográfica o televisiva tiene intención más o menos sarcástica o irónica y acaba tomándose en serio.
Estoy viendo una serie en la plataforma SkyShowtime titulada «Yellowstone» que se supone (en una cierta mirada) que deja en evidencia a esos bestias protagonistas que lo único que hacen y saben hacer es resolverlo todo «a hostias» como chiste de tópicos vascos.
Es una auténtica telenovela al más puro estilo «Falcon Crest«, con presunta lectura de crítica social que, empañada en las bonitas fotografías de Montana, acaba por ser lo menos visible de la misma, de modo que resulta casi una apología de la violencia, del racismo, del clasismo, del machismo… vamos, que no tiene ningún desperdicio.
Y eso que a veces me empeño en buscar esa otra vertiente «casi ecologista» que pugna por hacerse un hueco, hasta que muere de nuevo en un puñetazo en la mesa y un «¿No has comido nunca carne?» como si fuese el mayor de los pecados capitales que una persona pudiese cometer.
La serie está protagonizada por Kevin Costner en el papel de un vaquero a lo más «John Wayne» que se pueda imaginar, bronco, bruto, imperativo, autoritario… que acaba siendo mirado con cierta conmiseración, dejando de lado, como villano, todo aquello que ese personaje arrasa a su paso: quizá la mejor frase que resume este «Efecto Torrente» sea la que utiliza a modo de slogan para su campaña a gobernador: «Yo soy lo contrario al progreso», así, sin ambages… al más puro estilo voxero… sin «derechitas cobardes».
Miedo me da cuando el «Efecto Torrente» se toma tan en serio no ya solo en una ficción, sino en el camino a las elecciones de un país.