Se habla de que chatgpt va a quitar puestos de trabajo y me preguntan, en casi cualquier evento de poesía que organizo, que si me siento amenazado y yo contesto que lo que hago esta relacionado con el deseo, no con la habilidad.
Nadie le pide a chatgpt que haga algo que desee hacer, sino aquellas tareas que no desea hacer. Como en el caso de la inmigración, en general no conozco a gente que quiera ir a limpiar casas o recoger uvas o… Salvo que sean inmigrantes que lo hacen por estricta necesidad.
Chatgpt nos obliga a ver nuestra realidad y asumir nuestras decisiones. También nos hará pensar en a qué llamamos creatividad (no orientada en el resultado, sino en la búsqueda, en el fracaso, más que en el éxito).
Incluso una persona bromeó con que le pediría a una IA que entretuviese a su pareja cuando ella esté deprimida… A lo que no puede evitar responder que yo jamás haría eso con mi pareja o me plantearía si deseo que sea mi pareja.
Quizá por eso aún no he probado las «inconmensurables» capacidades de las IA conversacionales o procesadoras del lenguaje humano: yo adoro hablar, adoro escribir… No quiero que lo hagan por mí, aunque lo haga «mejor». Yo no quiero perderme el acto de escribir, el proceso de pensar, de aprender, más que de saber.
No acabo de ver la utilidad a que me digan, mediante un algoritmo que por supuesto puede ser bienintencionado o cuando menos no malintencionado, qué música me apetece oír, cuando lo que me gusta es tener acceso a discografías, poder elegir un disco en concreto (que quien lo compuso por algo lo quiso así, aunque sólo fuese por cronología), perdiendo el tiempo en esa búsqueda más o menos inútil. Pero es que lo útil está sobrevalorado.
Puede que sea algo generacional. Estoy obsoleto. Lo sé. Quizá por eso mis últimos trabajos tratan sobre la impermanencia.