Siguiendo la estela a un camión tuve el pensamiento vagabundo de que otra oscura noche (¿por qué no aquella?) un inevitable adelantamiento segaría mi vida; era trigo del reino; semilla de muerte y llegará un tiempo en que la cosecha haya de ser recolectada – ¿por qué aquella noche? – ¿qué diría la madura espiga teñida de oro?
El tiempo pasa y el destino mueve sus hilos invisibles y yo realicé la maniobra.
Nada pasó. Solo el tiempo. Y otro vehículo vino a interponerse en mi sendero. Y yo, confiado, ya repetía el proceso…
Mis ruedas notaron un bulto, mi coche lo franqueó zarandeado y mis ojos me gritaron, pero ¡no!, no era eso; no, no podía ser un cadáver; sin embargo, sí, lo había visto, claro y distinto. No cabía confusión.
Mi veloz mente, mucho más que el coche, disparada recordó la forma impresa.
No parecía un cadáver. Además cómo suponer que aquella masa ensangrentada debía de ser humana y, empero, sus ojos inyectados aún hablaban.
Sí. Sin duda había sido un ser humano, aunque la piel en algunos lugares de su delgado cuerpo huesudo y estirado ya no le cubriese.
Era la imagen misma del holocausto, del exterminio. Pedazos sanguinolentos de su carne descompuesta y verdosa esparcidos alrededor del despojado semiesqueleto con una cabeza carente ya de pelo, casi intacta, que parecía mirarme con suplicantes ojos saltones.
El ruido sugirió a mi imaginación cómo su cráneo vencido estalló dejando escapar una informe mezcla roja, blanca y gris que corrió a unirse con la que le circundaba y de qué manera sus rodillas crepitantes se quebraron en mis astillas dispersas.
Debí parar. ¡¿Qué podía hacer?! No importa, el código dice…
El de atrás no paró. Quizá todo ha sido una pesadilla. Sí, claro. Después de dos horas bajo lluvia turbadora y en aquella oscura carretera… perfectamente podía haber imaginado todo. Me sonreí orgulloso: ¡Qué gloriosa imaginación! Lo que era capaz de hacer a partir de un trozo de cartón. Sorprendente.
Por fin llegué a mi ansiado destino y me tranquilicé con un templado vaso de leche que me empujó a la cama.
Días después dos policías llamaron a mi puerta.
– ¿Es usted Fulano de Tal?
– Sí, lo soy. – Lo era, respondí.
– ¿Circulaba usted con su vehículo el día tal sobre las tal por la carretera tal?
– Pues… – vacilé – sí. ¿Por qué?
– Queda usted detenido en virtud del artículo…
Ya no oía nada. Qué tontería. Que pesadilla tan extraña o que broma tan pesada.
Es gracioso que, aún hoy pasados siete años, cuando me despierto en esta habitación blanca de paredes acolchadas pienso: ¡Todo es un sueño!
Sí, pero una pesadilla.