No soy capaz
de escribir un blues.
Sospecho que no he vivido
lo necesario.
No he trabajado en un matadero.
No he alimentado ganado.
No he cosechado algodón
bajo la bota de un capataz
incapaz.
Apenas he salido de esta ciudad
de un continente
explotador
de otros continentes
salvo una excursión
que mi memoria fantasiosa
ha convertido en aventura.
Mi vida de privilegio
es ostentosa,
es normal
dentro de un universo
en el que la normalidad
triunfa,
la mediocridad
avasalla.
Mis dramas
son
si un poema
tiene que respetar
la canónica puntuación
que dicta una academia caduca
o no,
si un poema contemporáneo
ha de defenderse solo
o necesita ayuda,
explicación,
contexto,
concepto.
Estos dramas
ridículos
frente a un mundo
que deja que caigan bombas
sobre población indefensa
y discute sobre canciones
de un concurso musical trasnochado
no parecen tan ridículos
después de todo.
Pero es que ridículo
por ridículo
se anulan
en un rayo de luz ultravioleta
por decir cualquier cosa
que suene interesante.
Esto
obviamente
(adverbios mediante)
no es un blues.