a la izquierda

sube al metro,
viste un jersey de lana gris
con cuello alto.
se abraza a sí misma
protegida con un libro contra el pecho.
por dos puertas más allá,
yo 2 puertas más acá
en el mismo vagón.
sé que está sentada
o no.
aprovecho
cuando se bajan todos
para acercarme
pero no la encuentro
y me quedo enganchado con mi libro bajo los ojos
en un trasero de piel vaquera
melena rubia teñida
algo de emoción
que espía en el cristal de la puerta
como en un espejo
para ver si la miro
su culo de piel vaquera bajo mi libro.
me toca el turno:
el carmen.
en la última ojeada
descubro
que estaba sentada y yo no la había visto,
con el libro contra su pecho
abrazándose el jersey de lana gris
con el cuello frotando sus mejillas
sonrosadas cerezas japonesas
pelito rubio cayendo en su costado
párpados cerrados de rocío.
se abren las puertas.
durante un segundo seguí un pantalón sin escribir ningún poema
mientras la lluvia había cesado
y rechazaba otra vez ese periódico
de cada mañana.
seguí una melena rubia
teñida y algo rizada
como mis pensamientos
y el deseo de encontrarme con ella
en la asfixiante y vergonzosa
soledad del ascensor.
se fue a la izquierda.

No bajes para nada
al pozo donde unos ojos verdes tienen la piel contracturada
músculo de abdomen que agota
el llanto se ve caer entre la niebla
despacio,
gotea llanto sobre el ojo
verde. el ojo vacila y gime
gime verde oliva y llora
recuerda cuando pequeño
estaba tan solo
que esperaba ser violado por la muerte.

he matado una mosca

una maldita mosca
que no hacía más que moverse a mi alrededor
y no dejar que me concentre
en el próximo libro.
Madrigales de la pensión
que es negro y los dedos me duelen
me duelen de no escribir,
de dolor por mezquindad,
cobardía,
dejar hablar a seres que deben morir
aunque jamás me atreveré a matarlos.

sólo maté una mosca
y no supe cómo
quitarme la sangre de los dedos.

Los cuervos besan mi boca

entre tu ausencia y el grito de mi pecho
se abre la dureza que oprime el esternón,
cráter en la boca donde
nosotros
jugamos a besarnos negros sin alma.
es lo que sabía… y sabía demasiado
por eso no puedo librarme
de mi grito,
no puedo librarme
de tu soledad.
nos abatimos por la noche negra como una cebolla
y un huevo de avestruz
o codorniz
da a luz
una zeta.

sé tanto que no puedo olvidarte,
pero los cuervos, aún, siguen rumiando mi dentadura.

Otros hombres más universales

Me desperté temprano y
ya estaba cansado
así que fui a trabajar para evitarme
y encontré unos cafés que
me necesitaban.
Acompañé un rato a una lágrima
que no salía del pecho en el que habita
y fuimos a una librería
pero estaba cerrada.
Volví a mi madrid de ruidos y señales
donde los perros no son maravillosos
y me dejé llevar del cuello
entre sus besos
a comer.
El mar que era la mar
había aprobado unas oposiciones
y un camarero simpático
nos invitó a un patxarán.
Se desgranó la tarde entre palabras
de un escritor portugués
que me quiere enseñar la humildad
que a veces pierdo
que me retiene
a mis propias ideas.
Conoce el universo, la fama, la disciplina,
la no autocomplacencia
la falta de sentido.
Ante hombres como él
me asombro
de haber dicho de mí
en algún momento
ser aspirante
siquiera
a
escritor.

Dedicado a José Saramago

En 30 Bocas

Entre mis letras amarillas
hago un llamamiento al orden
y limpio la casa de tantos cubos de basura que
gotean tu ausencia.
Te me fuiste entre los dedos
como el vino que en la garganta
me hace volar,
girar un ramo de violetas
frente a tu nariz amartillada
y decirte, una vez más,
que necesito tu presencia.
Entre estos peldaños escritos
acribillando folletos de antigua sal robados
en un almacén, desguace sin cerebro

rompo a llorar…
rompo a llorar y siento
que no siento mis manos sudorosas
que no siento mi estómago estragado
que no siento mis párpados vencidos
si no es a través
de la escritura.

Inspiración

Hay días que la duda es
si vomitar o
lavarme los dientes.
Intentar alejarme de mí mismo
huyendo de mis versos
con palabras laberínticas
para que no me encuentres.
Pero esta segunda persona es mi derrota
y esa derrota, tu victoria
que aclama al cielo que mi lucha
está perdida.
Sigo pensando qué hacer;
sigo esperando un rayo divino que me inspire
y me ponga a escribir,
a sembrar letras en el espacio tiempo
y otras cuantas dimensiones
a porrazos sobre cartulinas negras,
una tiza en las manos:
las nubes se van nublando
el cielo celando
y yo, irremediablemente,
yoyeando.

Esto no es una broma