Hacer el argentino

Cada mañana me ducho, ahora especialmente porque además el calor del agua sobre mi cuerpo relaja la musculatura de la espalda que ha estado en tensión durante la noche.

Desde que tenemos la nueva y flamante ducha con su plato negro antracita y el grifo de ducha permite el «efecto catarata» tan lujurioso (de lujo), resulta que tengo que terminar el proceso de ducha con un movimiento de pies que escurran en la medida de lo posible la mayor cantidad de agua residual hacia el sumidero pues el plato no tiene la curvatura o la pendiente suficiente para arrastrarla rápidamente tendiendo a la formación de charcos que eventualmente acabarían por desaguar, pero tan despacio que podrían llegar a favorecer el nacimiento de, si no renacuajos, sí algún que otro indeseable hongo.

A ese arrastrar con los pies el agua del suelo es a lo que, hasta ahora, llamaba mentalmente «hacer el argentino«, pues es allí donde vi con frecuencia algo que me parecía insólito y que, sin embargo, no era visto como algo extraño en aquellos lares: baños cuya ducha estaba en el centro de la estancia y bajo la cual había un desagüe, es decir, una «ducha sin fronteras» que inundaba todo a su alrededor cada vez que alguien se daba una ducha. Así que tras estar completamente limpito tenías que estar un rato «limpiando» el desaguisado que se había formado al limpiarse.

Ahora, tras las votaciones de las últimas elecciones presidenciales en aquel país de mis entretelas, ese «hacer el argentino» ha cobrado un significado mucho más sombrío, diría. Espero que el futuro depare nuevos usos para esa expresión.

Nota: Antes de estar en Argentina jamás me había parado a pensar que el único país al que se le ocurre poner el interruptor de la luz de un cuarto como el baño es España, costumbre que alguna amiga mía llamaba «gallegada«. 😉

Fuego o señales de humo

Ayer por la mañana nos asustamos bastante al ver desde la ventana de nuestra habitación al levantarnos esta escena que auspiciaba un infierno bajo la misma.

Carmen no veía, desde otra de nuestras ventanas, el reloj de Telefónica que solemos poder usar a modo de reloj de pared y pensó que había una niebla muy rara que lo opacaba todo. Así que se acercó a la de nuestro dormitorio y se asustó (no era para menos) ante la dantesca humareda que escapaba de un par de chimeneas justo frente a nosotros.

El cielo se teñía de gris cada vez más oscuro y llamó al 112 a informar de la situación, pero nos dijeron que ya estaban avisados y que pronto llegaría la asistencia precisa.

Habíamos pensado pasar una agradable mañana en casa: ella estudiando inglés y yo leyendo una novela de Francis Picabia, pero no podíamos concentrarnos, así que decidimos irnos y que pasase lo que tuviera que pasar.

Al salir al portal apenas nos dejaron salir, pues ya estaba inundada de policía y dos camiones de bomberos que parecían confirmar nuestros augurios. Efectivamente, parece ser que el incendio se había provocado (iniciado) en la cocina del restaurante que tenemos justo delante de la puerta de nuestro edificio.

Agradecí inmensamente no vivir en un bonito barrio de casas de madera.

El día, después, fue muy bonito y al volver a casa después de comer un menú del día con cocido completo por 12€ (en uno de los pocos lugares cuyo precio no se ha disparado por encima de los 15€), parecía que no hubiera sucedido nada y tan solo si te acercabas a las ventanas a nivel del suelo que tiene el local, antiguo lupanar de los que abundaban en la zona hace tan solo una década, podías apreciar los destrozos que el fuego había producido en el restaurante al que cada vez íbamos menos y, a partir de ahora, casi seguro que no iremos más.

Me dio por pensar (sin demasiados datos, así que es pura especulación) que las condiciones en las que muchos locales están funcionando en esta Comunidad donde la hostelería es intocable puede no ayudar a la seguridad de los mismos, por más que generen movimiento económico. Así que habrá, de cuando en cuando, quien muera rico.

Daños colaterales

Te duele un hombro
y ese dolor despierta
dolor del cuello por las posturas del sueño.

Te duele la garganta
y ese dolor despierta
dolor del pecho por la sequedad.

Te duele un pie
y ese dolor despierta
dolor de las lumbares por correcciones al caminar.

Te duele el estómago
y ese dolor despierta
dolor del ano por la deposición.

Te duele la vida
y ese dolor despierta
dolor del alma por no hallarse en tu cuerpo.

Exyugoeslavia

No me sé la capital de casi ninguna de las entidades nacionales que surgieron tras la extinción o desintegración catastrófica de Yugoeslavia. Podría, de memoria, recordar la de Eslovenia, la de Serbia, la de Croacia y la de Bosnia (a veces), pero la de Montenegro no tengo ni idea si no lo busco en Wikipedia, la de Macedonia (eslava) la recordaré en cuanto alguien me la diga. De Kosovo prefiero ni hablar, que este país tiene conflictillo con esta unidad territorial para denominarla estado.

Pero si tuviera que intentarlo con los países de la extinta URSS aún me sería más difícil, no siendo algunos de los bálticos y Ucrania o Bielorrusia porque están de moda. Ni idea de la capital de Kazajstan, ni Kirdistan, ni tan siguiera Georgia. ¿Osetia? ¡Azerbaian!

Me siento entre avergonzado por mi incultura y por mi envejecimiento.

😐

1 km de mi casa

Durante el periodo de confinamiento debido a la pandemia de COVID 19, el año 2020 realicé esta pequeña composición que mostraba el círculo al que podía legalmente desplazarme andando en un determinado momento.

Es curioso que casi nunca suelo estar fuera de este círculo salvo en vacaciones o en ocasiones especiales. Soy tan pueblerino…

Apología de la violencia

El otro día un hombre me pidió ayuda:

Quería crear una página web
que pudiese recaudar dinero
(como si yo supiese hacerlo)
mediante algún tipo de mecanismo
similar a las ayudas de la web change.org.

Mi primera sugerencia
fue que crease la página
quizá con wordpress
y luego añadiese un plugin
de esos que abundan
para recolectar dinero.

Otra sugerencia
mucho más simple
era la de crear un botón
con una cuenta de paypal
como la que tengo en mi subscripción
a este diario
al que apenas hay dos personas
subscritas.

Pero seguía insistiendo
e incluso
quería contratarme para que yo lo hiciese.

Ahí le pregunté
(quizá tenía que haber empezado por ahí):

¿para qué lo quieres?

Y me explicó que su objetivo
era conseguir dinero para ofrecer una recompensa
por la captura de quien él consideraba
que eran los tiranos del planeta:
Putin, Milei, Trump, Pedro Sánchez…
y un sinmúmero de otros políticos
que no parecían tener un criterio de inclusión
muy definido.

Su frase empezó algo así como:

Pagar dos millones de dólares
por la cabeza de…

y ahí le paré.

No, mira, conmigo no cuentas
para eso
y no me agrada ni siquiera
tu propuesta
que es claramente una apología de la violencia.

Pero él insistía que así
los males del mundo se iban a terminar
y que si no para guillotinarles
sí para llevarles al Tribunal Internacional de la Haya.

Le comenté que en el Tribunal de la Haya
no les iban a condenar
y que su propuesta hacía aguas por varios sitios
aunque ya lo único que yo quería
era que se marchase de la mesa
que yo tenía que atender
y me dejase en paz.

Por supuesto
por ingenuidad
ni siquiera me detuve a pensar
que seguro que ese dinero
que él hubiese recaudado
no habría acabado sirviendo para ningún otro propósito
que su enriquecimiento personal.

Es una persona con la que prefiero
no tener que volver a cruzarme
pero el mundo
a veces
es demasiado pequeño.

Terapeuta

Llego a la clínica.
Al otro lado de la calle.
Al otro lado de la parada del autobús.
Al otro lado de un mundo que no sabe que allí se teje tristeza.

Espero en recepción a que la secretaria
bastante parca en palabras
me pregunte
cada día
que qué quiero
y yo le responda un lacónico
Domínguez.

Busca entre las fichas
sin levantar nunca la mirada
hasta que encuentra
mi menguante cuadrícula
cuyas casillas van rellenándose
con mi firma
que
cada día
es diferente.

La recepcionista o secretaria
llamada Carmen
viste con una chaqueta
roja
en contraste con lo que denominan
pijamas verdes.

Me adentro.

A la derecha cubículos
privados
donde una puerta entreabierta
deja entrever
entreveradas carnes
procesadas
por máquinas
de ultrasonidos
de microondas
de gelatina hirviendo.

Tras el pasillo
ojos apagados
paredes blanquecinas
cuatro camillas
dos camastros con cilindros magnéticos
sillas desperdigadas
armarios metálicos
colchonetas que simulan cuero negro
un par de barras paralelas
sujetando habitualmente un par de bolsos.

Al fondo
un cuarto de baño
junto una pareja de percheros
donde mi abrigo pesado
comba su sostén.

Retro
cedo.

Vuelvo a la primera de las sillas
desperdigadas
que me espera
bajo unas poleas
donde cuelgan mis brazos
haciendo esfuerzos
por alargarse
hasta recuperar
la elongación
de la que eran capaces.

Mis ojos
también apagados
buscan los de Patricia
o
los de Eulogio
escondidos tras unas gruesas lentes
y una esquiva sonrisa.

En algún momento
cruzo buenos días
cruzo hasta mañana
cruzo hola
con alguna persona
que entra
que sale
que sabe
que ese es un lugar perentorio
como todos.

Eulo me indica.
Le sigo.
En alguna cabina
un ingenio
es posado en mi hombro
apuntado sus rayos antiletales
contra mi ánimo.

6 minutos.

Intento pensar en algún proyecto en marcha.
Intento pensar en alguna tarea pendiente.
Intento pensar en recetas de comida.
Intento pensar en algo
distinto a estar mirando
el cronómetro del dispositivo
distinto al momento presente
en el que escuchar conversaciones ajenas
al otro lado de endebles plaquetas
de algo parecido a la madera.

1 minuto.

El tiempo pasa curvilíneo en esta sala
donde la puerta entornada
protege mi torso desnudo
de ojos apagados.

Escudriño el espacio
en busca de otra silla
de las desperdigadas
donde esperar
la muerte
y a Eulo
o a Patricia.

Unos días uno.
Otros días otra.

Patricia me hace una señal
para indicarme
que soy el siguiente
en su camilla.

Retira el fragmento de rollo de papel-tela
que ha sido extendido bajo la anterior persona.
Lo envuelve en un gesto
casi maternal.
Extiende un nuevo fragmento de rollo de papel-tela
que será extendido (sudario anticipado)
bajo mi cuerpo
boca arriba.

Intentos de torpe conversación.
Recuerdo
para mí mismo
que siempre seré
el adolescente individuo asocial
que ha aprendido a vivir como si no lo fuese.

Soriana simpática.

No conozco las fronteras de Soria.
¿Cuáles son las provincias limítrofes?
¿Cómo se llega?
¿Hay estación de tren?

Su tratamiento
es cuidadoso
pero me duele el alma
(en realidad me duele el hombro)
cada vez que intenta rotaciones
contra un maltrecho supraespinoso
o un manguito rotador
que se ha quedado en manguito.

Pone el cuerpo en juego.
El mío está en jaque.

De mis ojos
apagados
se escapan lágrimas.

El dolor…

Termina con una relajación
estirando mi brazo izquierdo
averiado
en oblicuo
de unos 30 grados con la horizontal
de unos 45 grados con la vertical
(mi columna vertical horizontal).

Me incorporo
agradecido
por su dolor
por la contención de su dolor
por su paciencia
con el paciente.

Busco otra silla
de aquellas

desperdigadas
para volver a esperar.

Eulogio corretea
de una persona a otra
como abeja primaveral.

El robot
de onda corta
tiene el brazo muy largo
y las piernas muy gordas.

Contra el acromion
deposita cabezal radiante.
Bajo claraboya piramidal
cuadrada
el sol se cuela en la sala
o las nubes se lo impiden.

Las sombras trapezoidales
crean mosaico irregular
de blanco y gris.

Un firme pitido
indica conclusión.

La impaciencia marca mi única conclusión:
Concluirá.
Concluiré.

¿Vende su piso?

No sé si alguna vez venderemos nuestro piso, pero es poco probable que lo haga a alguien que me diga que trabaja con carteras y no con humanos, que trabaja con asiáticos, así, sin especificar, que tramita residencias (como no sea la de ancianos) y a quien no le importa estado.

¿De verdad era tan difícil incluir el comienzo de interrogación, el signo de apertura interrogante «¿»?

Me da pereza/tristeza pensar en que algún día vendamos nuestro piso, más que nada porque será síntoma de algo no demasiado deseable, algo que espero saber vivir de manera diferente a una derrota (o saborear la derrota).

El fracaso, siempre lo he defendido, es mucho mejor que la frustración.

Puede que alguna vez me vea fracasar, pero de momento no estoy dejando nada que desee hacer en la vida pendiente de ser hecho. Poca, muy poca frustración acumulada.

Su opinión

Sobre opiniones vertidas y divertidas…

Sara Mansouri Bellido, quien asiste a los Talleres de Poesía Contemporánea que defiendo desde hace décadas, realizó un poema que era una propuesta de acción que, en mi caso, terminó en este anillo que dejaba tan solo a la vista esta frase que no conviene olvidar:

Su opinión no siempre es pertinente ni necesaria.

Esto no es una broma