Como pollo sin cabeza

Algunos días estoy sin objetivo
como un pollo sin cabeza
me muevo de acá para allá
sin saber por qué
y sin saber si tiene sentido lo que hago
pero creo que aquí radica el problema
en intentar buscar
algunos días
el sentido a lo que hago
como si las cosas que no tienen sentido
o cuyo sentido es completamente desconocido
(aunque completamente sea una innecesaria calificación de desconocido)
no tuvieran importancia
o no fueran los verdaderos motivos
para moverse
aunque no sepa hacia dónde me llevan esos
ocultos motivos
o ausencia de ellos, pues no queda nada claro que
verdaderamente
existan
o deban existir
e incluir el deber en todo esto
no es más que una complicación adicional
que no era necesaria en absoluto
y así entramos en la necesidad
que era otra innecesaria cuestión a tener
o no
en cuenta
para sentir que lo que hago
o no hago
es necesario
para algo
aunque sea
en última instancia
necesario para sentir
que me necesito
y así
sentirme
sentir
ser.

Aunque sea
pollo sin cabeza.

El Guggenheim

Esta semana santa (lamentable eso de seguir celebrando una fiesta marcadamente religiosa con todos los honores de un país pretendidamente laico), en vistas de que íbamos a estar en casa más de la cuenta y teniendo en idem la cuestión de que había sido mileurista tres meses seguidos, pudimos irnos de vacaciones.

Y no de prestado, como viene siendo habitual, ya que la generosidad de mi familia (y su poder adquisitivo) nos permiten vivir por encima de nuestras posibilidades con estancias en primera línea de playa viajando en coches nuevos y sin más gastos que los estrictamente necesarios para nuestra alimentación. Esta vez, pudimos pagárnoslo nosotros. Y para mí es un orgullo saberlo. Es un placer sentir la independencia como el aire fresco en la cara, como si fuésemos pudientes, de esos que pueden, aunque siempre se puede, pero se suele olvidar.

Le dije a Carmen que podía gastarme en total 250€ en estos días, así que podía buscar un vuelo barato (que ya no están tan baratos) a cualquier destino, con la única restricción de no ir al sur de la península, donde las procesiones campan sin límites y hay que aguantar masivas demostraciones de fervor religioso. Me da tanto miedo…

Con estas restricciones, decidimos viajar a Bilbao.

Yo casi no lo conocía, al menos no había estado desde hacía más de 20 años. Lo último que recuerdo fue una excursión a ver a un amigo, cuyo nombre no alcanzo a recordar, que vivía en Getxo. Recuerdo el puente colgante de Portugalete, y algo de la ría de Bilbao… pero difusa, sucia, negra, envuelta en humos y cargueros.

Sabía que había cambiado, que se había inyectado dinero en infraestructuras (como en todas partes, a costa de endeudamiento, claro) que habían embellecido la ciudad. Habían limpiado la ría, habían rehabilitado el casco viejo, habían modernizado el moderno y, por si eso fuera poco, habían acordado edificar uno de los más bellos edificios que haya visto hasta ahora: El Guggenheim.

Hay que añadir el apéndice: «de Bilbao» porque hay otros museos derivados de la fundación homónima que siempre me recuerda a Peggy y sus relaciones con Jackson Pollock. Parece, a veces, seguir dominada (la línea de la fundación) por ese espíritu un tanto megalomaníaco, cuando dedica la parte más importante del museo al engreído Richard Serra.

Y también había tenido la suerte de ver el formidable documental titulado Apuntes de Frank Gehry dirigido por Sydney Pollack, del que puedo dejar algún fragmento al final del texto. En él, Gehry cuenta los pormenores de su proceso creativo y, en particular, cómo le surge la idea de realizar un edificio como este.

Quizá, más allá de la belleza del edificio, a mí me perturbaba el cómo estaría resuelto el tema de no captar más focos que la obra expuesta que, claramente, resulta secundaria ante la mirada de la mayoría de los espectadores. Pero hay que decir que está bien conseguido el hecho de, estando en un edificio de tamaña personalidad, poder olvidarla por momentos para adentrarse en galerías de arte bastante asépticas, pero bien distribuidas en el espacio para observar con un mínimo de interferencias las obras expuestas.

Así, por ejemplo, las obras de Serra ocupan todo lo que él quieren que ocupen, siendo algo desmesuradas para un trabajo cuyo mayor atractivo estriba en la concepción del mismo. Pero es bello encontrarse las obras de Brancusi, esas que hace tiempo que sé que son tan importantes… ver su desarrollo, su bello camino hacia la abstracción. Y no ver, en esos momentos, el marco incomparable del museo.

En resumidas cuentas, cuando recuerdo Bilbao, tengo en mente sobretodo las impresionantes formas del edificio que más me ha atraído en los últimos años. Solo por estar dentro y hacerse algunas fotos, ha sido merecido el gasto minúsculo de una cantidad de dinero que seguro que podré recuperar.

Apuntes de Gehry (Fragmento)
[youtube_sc url=https://youtu.be/P951FaUM0e0]

Deprimido?

Mi queridísimo amigo Jose, peculiar habitante de mi amada Donostia, me hizo saber que no podía leer con asiduidad este diario porque afirmaba que le parecía que yo estaba muy deprimido y volcaba mis tristezas en estas líneas.

Como siempre, me hizo pensar… quizá demasiado y quizá sea ese el «problema», en caso de que haya algún problema. Y puede que sí, puede que sea algo depresivo lo que escribo en este diario. Sé que hay muchas cosas sobre mi salud, pero es que surgió en ese momento en el que lo único que quería era gritar dolor… y me dolía… y fue algo terapeútico, pero sobre todo por lo que tuvo de válvula de escape que favorecía que a mis amigos cercanos dejase de aburrirles con mis cuitas, que eran las que me ocupaban.

Quizá aún lacra ese origen un tanto lúgubre y que, sin embargo, celebro como alegre, porque comparado con lo que realmente sentía, era muy optimista y vital: me hizo sentir que, cuando no lo creía en absoluto, servía para algo. Era un ser con algo que aportar, aunque fuesen tristezas.

Con el tiempo sé que me he ido instalando en cierta crítica de mi entorno social, político, un tanto vacua y sin vocación de ser muy constructiva. Pero también era algo que quería hacer desde hacía años: tener un lugar en el que mis reflexiones no se borrasen o se las llevase la lluvia como lágrimas de replicante.

Pero también siento que ha ido convirtiéndose en mi lugar de confesión más puro, casi pudiendo suplir esas confesiones de confesionario… pero más sencillo y carnal. Y si de eso sale algo triste… quizá es que realmente esté triste.

Algo hay de cierto en lo que ha leído, entre líneas, mi buen amigo, y es que desde que tuve la maldita fisura anal siento que mi vida se ha partido en 2. El otro día Xabi, otro grandísimo amigo, de esos pocos que tengo de género masculino, me decía que los cuarenta eran como el canto de un disco… y que empezábamos a vivir en la cara B. Eso mismo es lo que siento en general, esa sensación de lado oscuro, de lugar de decrecimiento o, cuando menos, de no crecimiento, me enturbia el ánimo.

El caso es que, gracias a verles, a Xabi, a Jose, a Poto, a los hombres, sobretodo, me sentí algo aliviado porque ellos están como yo, algo afectados en sus saludes respectivas, algo tocados por la edad, algo ajados, pero con ganas de seguir dando guerra. Porque no se acaba nada, porque algo nuevo empieza… y estar con ellos me ha ayudado a saber que estoy empezando a vivir otra fase de mi vida con la que mejor no enfadarme. Aceptar o no aceptar. Esa es la cuestión.

¿Quiere eso decir que dejaré de escribir cosas que depriman en este diario mío?

Pues no. Escribiré, como hasta ahora, lo que me dé la real gana, pero siendo un poco más consciente de que tengo un poso de tristeza que se va menos que antes, pero es una tristeza superficial, casi basada en la dermis, en la epidermis irritada que mi ano me recuerda a cada rato.

Una tristeza que dista mucho de ser la existencial que antaño me habitaba, una tristeza que no llueve asfalto, que no parte de soledades densas, sino de poco más o menos la oxidación de algunas de mis células.

Tristeza de la de ojos grises y lluvia… pero que tiene un lado bien bello… si se mira con esos mismos ojos llenos de amigos.

Quiero vivir esta tristeza
sin olvidarme de vivir.

Hoy estoy perezoso

No quiero hacer a
penas
nada
nada de nada
que, como todos sabemos,
es todo
así te quiero
nada
del todo
para nada
que diría Oliverio
pero no
ni siquiera eso
ni siquiera quiero leer
un mísero poema
ni dejar de pensar en blanco
en una especie de anónimo olvido de la acción
que tampoco es inacción
es un vacío vacacional
por supuesto
laico
en mitad de ceremoniales religiosos
liturgias
asesinas
que recuerdan
con un afán desmedido por llevar a los últimos extremos los desmanes de la recuperación de la memoria histórica
que
en este caso
distan mucho de ser verdaderamente históricas
y se acercan más a la mitología necesaria
para financiar
la empresa más antigua
de este planeta.

Quiero borrarme… pero servirá de tan poco,,,
mientras tanto
sigo deshaciéndome de
productos financieros innecesarios
como tarjetas de crédito
cuentas corrientes
y algún que otro depósito a plazo
que busco rentabilizar un poco más
de lo que hago
pero que parece imposible
en manos de estafadores
que parecen haber aprendido de la iglesia cristiana
fabricando unos mitos
tales como que el dinero en el banco
rentabiliza más que en casa
pero que, ahora mismo, sólo se cumple
para aquellos que tienen tanto dinero
que no entiendo para qué quieren rentabilizarlo
aún más.

Mientras, veo pasar las nubes sobre mi cabeza
y pienso en escuchar a Mahler
que tanto le gustaba
a Bukowski…

Hoy es de esos días

que toca escribir con un gato
recorriéndome la espalda
y gritándome al oído
que tiene las mismas letras que
odio
pero sin una molesta tilde

hoy es uno de esos días

de esos días
que no puedo pensar
que no puedo sentir
otra cosa que un miedo inenarrable
con el corazón agazapado
en el fondo de un cuerpo
que se contrae
acordeón amargo

hoy es de esos días
que tengo que ir al médico
y siento que no volveré
a ser el mismo que entra
en la consulta

hoy es un día
aciago
dramático
que me recuerda
que siempre
seré un cobarde
de los que no se defienden
de los abusos
de la violencia
de la injusticia
salvo huyendo
exiliándome
en el interior de mi cuerpo
cárcel
de mis músculos agarrotados
de mis huesos contraídos
cárcel de mis besos
y de mis abrazos
cárcel
hoy
que es uno de esos días
cárcel
de mi amor a vivir

hoy solo veo
un día gris
por dentro y por fuera
hasta dolerme por dentro
y por fuera
hasta dolerme
todo
hasta dolerme
y dolerme

hoy
quiero que acabe
hoy

Emoción desbordada

Con la emoción desbordada, le he leído a Carmen hoy el último prólogo que he escrito para un libro de poesía de uno de mis alumnos. Otra vez, Ernesto nos regala flores. Yo, tan solo puedo corresponderle con un prólogo. He leído el texto y he llorado. Me siento tan frágil, tan vulnerable en ocasiones…

Lo dejo aquí, pendiente de últimas revisiones, antes de subirlo al apartado correspondiente de mi web.

Memorias del otro lado del mar, de Ernesto Pentón

El hombre es el olmo que da siempre peras increíbles
Octavio Paz

Decía Octavio Paz, en su libro Las peras del olmo, que el artista transforma su fatalidad en un acto libre, que es a esta transformación a lo que llamamos creación.

Todos o casi todos nos enamoramos; solo Garcilaso convierte su amor en églogas y sonetos. Sin Lepanto, Italia, el cautiverio de Argel, la pobreza y la vida errante en España, quizá Cervantes no hubiera sido lo que es; pero muchos de sus contemporáneos vivieron esa vida y, sin embargo, no escribieron El Quijote.

Y así parece haberlo entendido Ernesto quien, con esta biografía como fondo, nos sumerge en un río de lo imaginario, de su infancia por el que van a surcar los poemas de este libro. Pero él es el río con meandros, cascadas, rápidos, remansos… desembocando en libros.

Escrito en mitad de una crisis de transición vital de descendiente a ascendente, estas memorias son la cima de la carrera de Ernesto como Poeta que ahora se enfrenta al gran reto de superarse (y le va a costar) pero siempre encontrará la manera de sorprendernos y mostrar otra de sus miles de facetas de este modesto Da Vinci cuyos conocimientos (siempre en aumento gracias a su curiosidad infantil) son enormes y, en gran medida, aún ignotos.

A lo largo de este río-libro vamos viendo el crecimiento de Ernesto, su desarrollo como persona, incluso pasando por un rito de iniciación sexual que nos cuenta con su habitual frescura directa como un puñetazo que acaricia el alma. Pero trasciende su propia biografía para, por ejemplo, a partir de Tres Casas, hablarnos de sus raíces, de las de sus padres, de las de sus abuelos, haciendo un maravilloso paralelismo entre tres casas y tres generaciones.

Además lo hace con una riqueza increíble de vocabulario, despliegue cubano-caribeño que llena de sensualidad el texto a partir de mención de frutas que asumimos sabrosas, de plantas voluptuosas de colorido y abundancia en la que se gestó la generosidad de Ernesto, que, como la naturaleza, parece estar siempre invadiendo nuevos territorios, con una prosa dulce, sin empalago, que convive junto a poemas narrativos de soberbia llaneza. Parece inevitable hablar de ternura cuando leemos a Ernesto, pero queda más evidente que nunca cuando, como en la foto con su padre, le vemos sonreír.

Y es que este libro es, sobre todo, una dadivosa apertura de su historia íntima, desnudo, con la generosidad del pudor que nos hace sentir al lector en deuda con él al leerle, pues con su llorar nos hace llorar y con su reír nos hace reír, logrando una empatía mágica y única que disuelve la frontera entre lector y escritor. Es emocionante sin caer nunca en sensiblerías y nostálgico sin caer en la autocompasión. Nos dan ganas de abrazar el libro, como parte física del autor que tenemos entre manos.

Sobre los protagonistas humanos de esta confesión autobiográfica, aparece un importante personaje que es esa Habana de su infancia, la infancia misma, esa tierra prometida, al tiempo que purgatorio, entre ciudad y campo, de dimensión humana, quizá en ocasiones, demasiado humana y, sin fáciles proclamas, deja vislumbrar una simpatía social con el lado más humilde de la sociedad, como por ejemplo en el relato “El caviar y la cebolla”.

La alternancia prosa-poema con la que dispone los textos, dota de una ligereza extraordinaria al libro que, sumada a la sutil naturalidad del texto y a las pequeñas confidencias cotidianas genera un ambiente cordial (de corazón a corazón, diría). Es difícil entender qué material utiliza Ernesto para lograr esa mezcla equilibrada de sencillez, sinceridad, crudeza de lo cotidiano y, al tiempo, profundidad, emoción y pasión por la creación poética.

Como coordinador de talleres de poesía, me emociona su poema, pero también los cruces de versos prestados por otros asistentes a los talleres, como cuando me encuentro con el epígrafe de Carmen Mariátegui en el poema “El deber cumplido” y la miríada de detalles que nos regala, de cómo los distingue, de las relaciones que le sugieren, de donde podemos inferir que ya llevaba un poeta dentro que pugnaba por salir a contarnos lo que ve. Como cuando a través de “una vista hermosa por la que valía la pena vivir”, sabemos que era hermosa porque él, poeta, podía ver la hermosura, la belleza en todo lo que rescata de su memoria para obsequiarnos. Incluso con la excusa de un sueño realiza una descripción poética de la índole del acto creativo.

Su pasado como niño que albergaba un poeta, podemos verlo en poemas que nos dicen claramente que entendía lo que es la poesía, como dicen los versos del último párrafo de Pájaro encendido, “entendía algunas cosas. / Por eso supe que la abuela / se había convertido en pájaro”. Entendía, ya entonces, la metáfora, entendía la sublimación poética, la mirada diferente y necesaria para encontrar en el mundo la belleza, incluso en el abismo de la muerte. Pero vinieron los tiempos de asunción de su responsabilidad como creador, de su aceptación de condición de poeta: “Predicar era para mí como hacer poesía”, nos confiesa, pero si dejó, con el tiempo, de predicar, afortunadamente, no dejó de hacer poesía.

Leyéndole, dan ganas de contar cuál fue mi primer poema, contárselo a él y a todos, pero ¿qué importa el mío (esto es un prólogo a su logos)? Importa el suyo y para contar el origen de mi poesía, tendré que escribir un libro. Así, estas memorias resultan acicate para que quien las lea se sienta impulsado a confesar, y confesarse y confesarle, escribiendo con toda la intimidad que suscita, como cuando nos habla de él como escritor, de su yo poeta y de cómo surge esa voz propia.

El más logrado de todos los poemas, al menos en lo que se refiere a hablarnos de cómo Ernesto se convierte en Poeta, es aquel en el que nos cuenta que quería creer en los ángeles, nos habla de un amor de adolescencia y cómo esa experiencia supo trocarla en un primer poema, que no hablaba de ángeles, usando la catarsis de la poesía para conjurar la fatalidad, convirtiéndola, como diría Don Octavio, en creación poética. De dónde estaría y cómo sería ese primer poema, no nos da pistas, salvo que ya no importa. Fue solo una primera piedra del edificio que ha construido sólido y duradero, museo vivo de la palabra poética, llamado Ernesto. Versos de los que relata su nacimiento, y cómo esa catarsis le permitió superar tristezas y convertirse, con el paso de los versos, en el poeta valiente y tierno que es hoy día.

En los últimos poemas parece haber querido conectar con la poesía filosófica y mística de su libro Canto al infinito, que también tuve el gusto de prologar, en un intento de mostrar una evolución personal y vital que tiene su reflejo inevitable en sus versos.

Hasta las últimas páginas, hemos ido viendo crecer al niño y al libro en paralelo y ahora queda Ernesto que siempre será niño y será padre, esposo, amigo, maduro y viejo, pero, sobretodo, siempre será uno de esos olmos que dan peras increíbles.

Giusseppe Domínguez, Madrid, marzo de 2012

Hoy hace ya 12 años y 6 meses

El tiempo pasa.
Comenzamos un bonito lunes 6 de septiembre de 1999.

Era otro milenio
otro siglo
otra década
era otra época
(sin móviles
sin facebook
sin «crisis»)
y era la misma época
y nos descubrimos
y nos cubrimos
y nos conocimos
cuando ya nos conocíamos
y seguimos de la mano
como antes
yendo juntos
de la mano
por las calles
por los caminos
por la vida
y seguimos
descubriéndonos
cubriéndonos
abrazándonos
con mucho nos
y mucha esdrújula.

cada día 6 de septiembre celebro estar a su lado
cada día 6 de mes celebro estar a su lado
cada día de mes celebro estar a su lado
cada hora del día
cada minuto de cada hora

celebro estar a su lado
y aún alguno me pregunta que por qué no celebramos san valentín

Hoy tengo otra excusa para seguir besándola
siempre que puedo.

Hay semanas que empiezo cansado

y no sé cómo continuarlas
porque ya nacen agotadas
con pocas fuerzas

lo noto en los ejercicios que hago
para rehabilitar el hombro
cada día
y que no aguanto hacer
porque no sé si conducen a nada
más que a una pérdida de tiempo

esto de perder el tiempo
es algo absurdo que
de cuando en cuando
me obsesiona con la creencia
que el tiempo puede extraviarse
y no me ayuda a ver que cada momento que vivo
es un momento de vida
y la vida es algo…
o no?

sé que escribí un artículo sobre esto
hace ya tiempo
(y de tiempo va todo)
pero no quiero poner el enlace
en este poema de blog
que tiene sus propias reglas
y al mismo tiempo
(pues de tiempo va todo)
no tiene reglas
yo me lo invento
y juego al juego
que quiero jugar
sin pensar en si poner o no poner enlaces
dentro de un poema
que lo convertirían en un hiperpoema
como fue llamado hipertexto el HTML
(HyperText Markup Languaje)
podríamos fabricar un
HyperPoem What The Fuck (HPWTF)
y escribir poemas como nos salga de las narices
por no ponerme obsceno
o soez
y decir de los cojones o de los ovarios
por más que cojones no los recoja el diccionario electrónico que maneja el ordenador como palabra válida

hoy ha sido un texto disperso
que apenas tiene sentido
más allá de una pequeña reflexión
sobre el tiempo que pasa volando
el cansancio que viene de la nada
el vacío que esa nada trae asociada
y un dolor de estómago más allá del estómago
que resume el miedo a que me siga doliendo
la vida.

Mi vida es parcialmente sedentaria

Recuerdo que mi padre
venía de trabajar
en una oficina
bastante tarde
por la noche
y yo ya estaba acostado
cuando vivíamos en Mesón de Paredes.
Alguna vez
llegaba antes
y salíamos a pasear
y creo recordar la calle Argumosa,
un paseo por la Ronda de Atocha
y tomar un aperitivo que solía consistir
en un trinaranjus de naranja o de limón
con una aceituna dentro pinchada en un palillo
en un bar que se llamaba Aquilino o
El Aquilino.
Mi padre se tomaba una caña y mi madre un bitter kas.

Esos días eran especiales.
Caminábamos de la mano
con mi madre y mi padre en el centro,
yo de la mano de mi padre
y mi hermana de la de mi madre
ocupando la acera
por la que no recuerdo que hubiese
mucha gente.

Cuando empezamos a vivir en Colmenar Viejo
a donde fuimos para respirar el aire puro
salíamos a pasear hasta el cuartel de la guardia civil
pero no había ningún sitio en el que meterse
a tomar un trinaranjus
(salvo alguna vez en el bar juanito que era un primo lejano de mi padre).
Cuando arreciaba el frío
la noche cerrada y las calles
desérticas
no invitaban
a pasear
y nos quedábamos en nuestra casita.
Fui creciendo
hasta que no quise,
como buen adolescente,
hacer lo que ellos querían hacer
y no quería salir
sino quedarme en mi habitación
encerrado,
con la persiana permanentemente cerrada,
leyendo y escribiendo
escribiendo, jugando y leyendo
leyendo
y leyendo
hasta que mis padres se preocuparon
porque no era proclive a relacionarme
con nadie de mi edad
ni de ninguna otra edad
si no jugaban ajedrez o podían hablar
de mecánica cuántica
o del origen del ser
y fui,
entonces,
álgidamente sedentario.

El tiempo que pasé en Colmenar
lo viví huyendo de Colmenar
(sin que me disgustase)
primero de manera interior
y,
después,
ya abiertamente
cuando conocí la universidad
que me abrió al universo
y al verso
y había gente que sabía jugar ajedrez
mucho mejor que yo
y hablaban de mecánica cuántica
mucho más que yo
y del origen del ser
y del no ser
y aprendí a jugar al mus
y a besar
y a abrazar
e,
incluso,
a emborracharme
como si fuese un adolescente trasnochado.

Pero me eché una novia
llamada Marta
que vivía en Alcobendas
con una familia asentada y sedentaria
que pasaba mucho tiempo en su casa
y no salíamos de su casa
muchos sábados
ni para tomar un trinaranjus
y acabábamos
metidos en un coche
en un polígono industrial
en el asiento de atrás
conociéndonos
y dándonos cuenta
de que no éramos el uno
para el otro.

Salvo las excursiones
o acampadas
que hacíamos a lugares maravillosos
como las montañas cántabras y astures,
pirenaicas, penibéticas y algunos
lagos naturales
apenas sí caminábamos
pues íbamos a todas partes
en coche
cuando íbamos a alguna parte.

Y comencé a vivir en Madrid
en pleno centro de Madrid
cerca de un millar de cines
que han ido cerrando
para reconvertirse
en franquicias de tiendas de ropa
de moda.

Hice cursos de Teatro y descubrí una gente
maravillosa
como montañas
lagos
lunas
soles
y otros fenómenos de la naturaleza
que me enseñaron
a abrazarles
desde el fondo de mi alma
a quererles
como si fuesen mi familia
porque me enseñaron
a quererme
desde el fondo de mi alma
a aceptarme
como parte de mi familia
y salíamos
a beber
y comer
(en Lavapiés, cerca de donde había nacido)
buscando El Aquilino
y recordaba que cerca de este bar
había uno de esos postes tricolor
en espiral de azul, blanco y rojo
que indicaba que había una peluquería
masculina a la que me habían llevado alguna vez
y también recuerdo que sostenía la hipótesis de que
eso de cortarse el pelo debía de doler.

Salía y salía y lo intentaba compatibilizar
con una vida estable
sedentaria
de oficina
en entornos serios y profesionales
donde todo el mundo
estaba sentado todo el tiempo:
llegaban en coche (autobús, en el mejor de los casos)
pasaban el tiempo sentados en sus respectivos puestos de trabajo
excepto si se reunían, que era con frecuencia,
para sentarse alrededor de una mesa grande
y fumar puros
hasta la hora de irse a casa
en coche, naturalmente
agotados
para ver la televisión
o conectarse a internet
desde un sillón o sofá que yo, intencionadamente, no tenía.

Salía y salía y veía que aquello no era compatible
con lo otro.
Debía elegir.
Y elegí:
Mi vida, ahora,
es parcialmente sedentaria
pues paso varias horas entre un lugar y otro
caminando
en medio de una gran ciudad
respirando aire impuro
aún no privatizado
para ir a dar mis clases particulares
por las que gano más bien poco dinero
teniendo en cuenta el tiempo que empleo en desplazarme
caminando
de una a otra
y yendo a los cines que cada vez están más lejos
caminando
para llegar a los lugares y sentarme.

Con el paso del tiempo
y el encuentro de un amor increíble
y una pasión que motiva toda acción
como es escribir
y leer
en una habitación sin persianas
y en cafeterías
preocupándome por llegar a fin de mes
y por alguna que otra molestia física
(digamos que propia de la edad)
he dejado de buscar El Aquilino
y ha dejado
de darme miedo
vivir la vida de mis padres.

Tengo agujeros en todas mis pieles

Primera piel: Epidermis

Mi ano ha vuelto a dejarme intranquilo
la tendinitis no desaparece
al menos puedo decir que me constipo menos
(constipo=resfrío… que no es francés)

Segunda piel: Ropa

Los calcetines son como de político
de aquel cuyos calcetines tenían agujeros
las camisetas tienen redondelitos por los que entra la luz
y van gastándose
aquellas que más utilizo
sin que vea una previsión del tiempo que les queda
como a mí.

Tercera piel: Casa

Siempre en constante mantenimiento
ahora el microondas
luego los fuegos
también algún PC
y muchas pequeñeces
que mantienen mi mente ocupada en no resolverlas

Eso sin entrar en las deudas (ya casi de cuarta piel
que tienen los vecinos del 1º y del 3º
que ascienden a medio millón de pesetas
y que obligan a organizar mejor la basura
porque me negué a subir el pago a la comunidad por los
que sí pagamos.

Cuarta piel: Entorno social.

Sin que tampoco se sepa muy bien
qué entendemos por esta piel que se abre al mundo (5ª)
habría que decir que me siento triste
porque no veo a mi amiga Sylvia
porque mi amiga Aída está triste y me contagia su tristeza
porque mi amiga María está muy preocupada y me entristece su preocupación
porque mis otros amigos casi no están en mi vida
salvo de cumpleaños en cumpleaños
y no entiendo porqué
salvo que siempre me pillan agotado en sus convocatorias
o con trabajo
que debe estar muy mal remunerado pues apenas llego a fin de mes
y si salgo siempre me siento culpable ante un mínimo gasto
como una caña, una ración de bravas o algo mucho más caro
que apenas puedo permitirme.

Quinta piel: El mundo.

Empezando por Madrid
luego España
luego Europa
luego «Occidente»
luego El Mundo
veo tanta injusticia, brutalidad, tiranía, falta de libertad
que me asusta
me da miedo
aunque sé que es el objetivo de quienes quieren dominar el mundo
y occidente y europa y españa y madrid…
aunque lo sé
no puedo evitar tener miedo
mucho miedo
casi tanto como para compararme o sentirme identificado con
un judío huyendo del régimen nacional-socialista alemán allá por los años 30
pero no sé a dónde ir
porque este miedo, con globalización incluida, no deja un resquicio de esperanza
y siento que no hay dónde escapar
y pienso en Islandia y sé que es una falsa ilusión
y ¿qué hago yo en Islandia?
y ¿le pediría a Carmen que dejase su vida para venirse?

Tengo miedo a que los agujeros de mis pieles
estén dejando entrar a la muerte
salvo cuando aplico el parche
mágico
de la piel del amor.

.
.
.

Esto no es una broma