¿qué pasaría si yo me muriera mañana?

Una amiga (Querida Mariel, va por ti) me lanza esta osada pregunta que pretende que conteste como quien habla del queso preferido, porque va a hacer un libro a partir de las respuestas de algunos amigos escogidos (gracias por escogerme). Me dice que no hay mínimo ni máximo… y yo me planteo que cómo gestionaría que le contestase que tengo una novela (más de 200 páginas) dedicada al tema.

Recuerdo el libro de mi admirado Paul Auster, A salto de mata, en el que incluye como apéndice una novela de las que él escribió trabajando de negro literario, hecho que relata en la novela en cuestión, haciendo una magistral utilización del juego de muñecas rusas.

Mariel podría poner mi texto ¿Cómo y en qué momento se enterará el mundo de mi muerte?. Ampuloso título para ampulosa ambición: ser tan grande o tan importante como para que al mundo le importe mi muerte.

El mundo es algo enorme (quizá infinito) y yo soy algo diminuto, epsilon, diferencial, infinitésimo, atómico o subatómico, quárkico, fotónico, mesónico… no sé, apenas nada.

Para empezar, no llego a ser ni una 0,000000000142857143 parte de la humanidad. Así que ni imaginar quiero al resto de especies vivas, animales, vegetales… luego minerales, y seguimos contando… o ya es incontable, como dicen que son los granos de arena de una (de solo una) playa. Es decir, casi no soy. Mi vida es así de minúscula.

Pero al mismo tiempo, puedo contar porque percibo, así que mi percepción es lo que importa. Seamos cartesianos por un momento y pongámonos, ni más ni menos, que en el centro del universo mental, diciendo que si pienso, YO existo. Vaya, vaya, qué listo, no otro, no, YO. El yo que yoyea, como diría Oliverio Girondo.

Y en ese centro, pienso, ya de paso, que la realidad no es ni más ni menos que una proyección mental de mi percepción: pseudoplatonismo cientifista. Como si el mundo existiese mientras lo pienso. Sí, cuando yo muera, entonces, se acabará el mundo. Al menos el que percibo, que es el único que habito.

Sé que esto puede ser paradójico en parte, pero por otro lado…

Vamos a seguir el hilo de otro de mis queridos muertos:

No hay más que un problema filosófico verdaderamente serio: el suicidio. Juzgar si la vida vale o no vale la pena de vivirla es responder a la pregunta fundamental de la filosofía. Las demás, si el mundo tiene tres dimensiones, si el espíritu tiene nueve o doce categorías, vienen a continuación. Se trata de juegos; primeramente hay que responder. Y si es cierto, como pretende Nietzsche, que un filósofo, para ser estimable, debe predicar con el ejemplo, se advierte la importancia de esa respuesta, puesto que va a preceder al gesto definitivo. Se trata de evidencias perceptibles para el corazón, pero que se debe profundizar a fin de hacerlas claras para el espíritu.
El mito de Sísifo, Albert Camus

Y claro, no podía dejar de asentir cada una de las palabras de este amiguete. Además, con lo que me gusta controlarlo todo, dejar en manos del azar, del caos, de la naturaleza, algo tan trascendente como el fin de mi vida me parece intolerable, así que cada cierto tiempo me atrapa la idea de acabar voluntariamente antes de que, casualmente y no causalmente, me muera.

En su día, seguí la respuesta a la pregunta de Mariel atravesando distintos laberintos que comenzaban con mi suicidio y que variaban en función del lugar, el día y la forma en que lo llevase a cabo: no era lo mismo morirse en casa, en la bañera, cortándose las venas silenciosa y cálidamente, un viernes por la noche viviendo solo que lanzándose con una bomba atada al pecho contra el monarca.

No era lo mismo suicidarse después de que una mujer me hubiese desairado (jodiéndola de por vida, para ser cabrón…) o antes de ir a la cena de Navidad con mi familia.

Escribí una novela que no quiero enseñarle a nadie porque tiene lo más oscuro que haya tenido nunca: un deseo de morir, un tánatos freudiano:

En la teoría psicoanalítica, Tánatos es la pulsión de muerte, que se opone a Eros, la pulsión de vida. La «pulsión de muerte» identificada por Sigmund Freud, que señala un deseo de abandonar la lucha de la vida y volver a la quiescencia y la tumba.

No he podido evitarlo nunca, salvo quizá desde que viví en Australia y decidí que para huir, mejor viajar lejos, muy lejos… había descubierto una especie de sucedáneo de suicidio pero no irreversible, un sucedáneo barato, teniendo en cuenta las consecuencias.

Y desde entonces han pasado más de 15 años, durante los cuales he ido redefiniendo mi vida, mi entorno, mi actitud vital, especialmente, de manera que siento agudos deseos de seguir viviendo… o dejar de hacerlo, pero mantener siempre la exigencia de felicidad a corto o medio plazo. ¿Qué quiero decir con esto?

Vivo siempre pensando que me quedan 3 meses de vida (más o menos la cantidad de tiempo que estuve viviendo en Sydney), así que no se debe pensar que estaré bien pasado ese tiempo. Si en ese tiempo no voy a estar feliz, no me sirve la vida. No quiero durar, quiero tener una vida que merezca la pena vivirla, como decía Camus. Si no siento que merezca la pena, no seguiré un paso más. Hacía tiempo que estos pensamientos casi ni habitaban mi mente hasta que el año pasado estuve enfermo y recordé que no quiero durar: la vida no debe ser eterna, ni tan siquiera larga: me gusta lo de vive rápido, muere joven y haz un bonito cadáver, aunque ya no pueda cumplir casi ni una de las propuestas.

Lo que sé es que esta pregunta me lleva siempre a pensar en mis amigos más próximos, en mi cotidiano, en mi entorno que podría llamar mi cuarta piel, como la denominaría Hundertwasser y en el orden en el que se enterarían. Claro que, ahora, con FB, por ejemplo, esa información volaría a miles de kilómetros muy rápidamente. Aquellos hace 20 años hoy me parecen lejanos en el tiempo.

Sobre mi legado o lo que dejo, sobre si he cambiado el mundo, lo cual es inevitable (y no por ser artista, o poeta o cualquier otra profesión más o menos pública e impúdica), y de ese cambio sigo sin saber si habrá sido a mejor; sobre todo lo que ocurra al día siguiente en el mundo no me preocupa una mierda. Sigo sintiendo que lo que haga en vida es lo único que me importa. Puede ser que, como sigo sosteniendo de alguna manera, cuando yo muera se acabará el mundo.

¿De qué tengo que hablar hoy?

Parece ineludible la mención a la noticia del día del adiós a las armas de ETA. Pero me limitaré a un enlace a la crónica humana y sencilla que de ella hace mi amigo Juan Carlos Etxeberria.

Ya tocará hablar de la justificación futura de la parcial ley de partidos, ya tocará hablar de la legitimidad de las peticiones democráticas soberanistas, de la posibilidad de abrir un debate sobre la naturaleza de la estructura del estado, quizá, aunque esto sería demasiado, de la necesidad arbitraria de la existencia de estados. Pero eso será otro día.

Hoy sólo quiero hablar de lo bonita que es la ciudad de Donosti.

Si alguna vez decides (lector o lectora) ir a ver esta maravilla, verás que es un paraíso para todos los sentidos. El olfato, el gusto, el tacto, la vista y el oído. Además de otros sentidos menos utilizados…

La primera vez que estuve allí fue con mis padres, hará más de 30 años, y casi no recuerdo nada de aquel viaje salvo que me enamoré de los motivos con los que estaba decorada la barandilla del paseo marítimo.

Pasaron los años y conocí a mi amigo Xabi, mi gran amigo, una especie de alma gemela que tuve la suerte de encontrarme gracias a suspender algunas asignaturas de la carrera y dejar que se escapase el cuarto curso de Química Cuántica que estaba cursando. De esa forma me encontré con una promoción de gente mucho más fresca que la que me correspondía (a excepción del señor Alberto Luna Fernández, alias ALF).

Tenía 21 añitos recién cumplidos y comenzamos a viajar juntos a su tierra, su ciudad, tan asiduamente que casi me sentía de allí. Aprendí, incluso, rudimentos del idioma euskera que siempre me ha fascinado, quizá, por lo inútil para cualquiera que no tenga intención de vivir allí. Pero este romanticismo me ha perseguido en la mayoría de las elecciones que he ido haciendo a lo largo de mi vida.

Gracias a Xabi, J, (y a la tolerancia que mis padres me habían inculcado, dicho sea de paso), conocí a un gran número de amigos que inmediatamente entraron en mi vida, haciéndome sentir menos solo de lo que entonces me sentía.

Xabi me presentó a Iñaki (con quien acabaría por viajar por Bangkok, Sydney, etc), Poto (el ínclito periodista narrador de historias como ninguno), la sin par Junki de quien era difícil no enamorarse, con su dulzura, su cariño, su sutileza, Jose y Ainhoa, maravillosa e insólita pareja, él culturista cervecero y buen comedor defensor de su arte peculiar de soldaditos de plomo y también defensor de su independencia de elección de idioma fundamental, eligiendo, curiosamente en ese contexto, el castellano, especialmente si se tiene en cuenta que su pareja, la siempre sonriente Ainhoa, era y es profesora de Euskera en una Ikastola. Ella me ayudó con mis primeros pasos en esa declinativa lengua de incierto origen, regalándome material didáctico que conservo entre mis pertenencias más queridas.

Cómo olvidarme de Álvaro, un extraño informático, más amigo de Pablo Varona, compañero de batallas en el Instituto de Ingeniería del Conocimiento, con quien no acabé de cuajar pero que también introdujo en mi vida un gran número de personas a las que tengo en mi vida y mis recuerdos para siempre, como Mayelín y Ulises.

Cómo olvidarme de Aitor e Idoii (Idoia, pero había que diferenciar…) que acabaron viviendo en Iruña, Nafarroa con quienes compartí preciosas acampadas por los hayedos de Aralar, por las laderas del Txindoki, por Santisteban… Cómo olvidarme de Antxón, ese gran cocinero (también grande en tamaño) con quien, incluso, llegué a compartir comida en Colmenar Viejo, llevándole a uno de los mejores restaurantes de allí, ingenuo, para intentar deslumbrarle.

Cómo olvidarme de MariaJo y Alex, el maravilloso dúo que actualmente habitan en Hondarribia, frente a un castillo tan precioso como las tortillas de bacalao que él es capaz de hacer. Todavía tengo en mi memoria la mayor comilona que me haya dado nunca con Alex en Pasajes de San Juan donde nos trajeron una olla de lentejas maravillosamente hechas y que, al terminarla, exhaustos, nos preguntaron qué queríamos de segundo. Quizá sólo compitiendo con otra enorme farra gastronómica en Santesteban, tras la cual estuve jugando al mus en Euskera dándome cuenta de lo fácil que era, porque claro: envido, órdago y otras son palabras de ese idioma.

Cómo olvidarme de Willi, el músico silencioso, también químico, ese amigo con el que hice el Camino de Santiago, gastronómicamente, claro, después de visitar en Daroca a nuestra común amiga Junki que estaba tocando el órgano en un encuentro internacional de música antigua.

Cómo olvidarme de Marta Arrue, pareja de Iñaki, luego pareja de Xabi (con la controversia consiguiente), esa mujer con carácter, adorable, más tierna de lo que ella misma cree, con quien tuvo una maravillosa hija a la que Xabi porta orgulloso en su perfil de Facebook.

Cómo olvidarme de Xabier Sansebastián, de Idoia Lekue, de tanta y tanta gente, siempre buena gente, que conocí en años durante los que sospechaba que acabaría por irme a vivir allí.

Hasta que volví de Sydney convencido de que deseaba vivir y comprometerme en Madrid, y conocí a Sylvia, Elena, Jose, Ruth, Carmen… y esto ya sería otra historia…

Pero entonces, durante un enorme periodo de mi vida, mi corazón estuvo en el norte. Amaba Granada, y a alguna granadina, pero mi acento era vasco, mi apetito también, mi libertad era la suya y siempre quise vivir esa pasión por lo político que solo encontraba allí, hablando con mi querido Xabi en el espigón de La Concha o bajo el peine de los vientos, donde respiran las 7 provincias vascas.

Y después de todo esto, me doy cuenta de que no eran sólo las calles perfectas, la ubicación maravillosa, la comida, la música en la calle, el mar rompiendo en el paseo nuevo, los cubos del kursal, los puentes del Urumea, el castillo de Urgul, el monte Igeldo, la increíble Santa Clara, la plaza de la Consti, ni tan siquiera los pintxos… lo que realmente adoré (y adoro) de Donosti es a su gente, estos Giputxis que se instalan en tu corazón para no salir jamás, para quedarse dentro y no dejarte pensar ni vivir la vida sin ellos y ellas.

Y sigo conociendo gente allá que me fascina, como Igone, Gotzon…

Y es que Carmen y yo tenemos un acuerdo: Desde que comenzamos a ser pareja, allá por el día 6 de septiembre de 1999, le dije que no podía pasar mucho tiempo sin ir a visitar a mi gente del norte, a ver Donosti… y ella también se enamoró, en el primer viaje, como no podía ser menos, de aquella cuadrilla descuadrillada, de aquella tierra, de aquella gente. Así que acordamos quedar anualmente, de manera independiente, incluso cuando hubiésemos cortado en un futurible no deseable, en el Paseo Nuevo de Donosti el tercer sábado del mes de septiembre a las 4 de la tarde.

La única fotografía que tengo en nuestra recién reformada habitación es con Carmen y, de fondo, la Concha. No podía ser de otra manera.

Sé que hoy mi gente está feliz y esperanzada. A mí me hace feliz saber que están. Les quiero y, como siempre, tengo ganas de encuentros.

¡Aupa lagunak! ¡muxu bat!

Anuncios de clases particulares

Ya no sé qué hacer.

Anuncio mis talleres de poesía y escritura creativa en mil sitios, con papelitos que los más cool llaman flyers y que yo sigo llamando folletos, con correos electrónicos que son considerados spam (correo no deseado) a listas de direcciones de gente que ya debe de estar harta de recibirlos, pongo anuncios en diversas webs dedicadas a este tipo de cosas, pero sigo sin lograr un impacto suficiente para financiarme.

Tampoco me financio de mis clases particulares que este año han empezado mostrando síntomas de agotamiento masivo. Normal. Si la calidad de la enseñanza pública no mejora, porque se van a preocupar los padres por el mantenimiento de un nivel en la educación de sus hijos de manera privada y particular. Es más que normal. Más con la que está cayendo, como ha venido en ponerse de moda expresar esta crisis. Alguno, finalmente, se dará cuenta de que no es una crisis pasajera.

Las clases que solía dar a colectivos de la tercera edad (eufemismo que yo sustituí por mis viejitos) dentro de los centros DIA de la Comunidad de Madrid dentro del programa social de La Fundación Obra Social La Caixa (ahora que La Caixa es un banco…) ya no se hacen, así que tampoco ingreso de esto.

Es decir, estoy por debajo del umbral de lo que gasto mensualmente que no supera los 500€.

Son cantidades nimias para muchos e inalcanzables para otros. Tengo un soporte social (familia, amigos, estructura de cobertura social española) tan grande como para no considerarme en riesgo de ser tercermundista, aunque muchos en países presuntamente pobres ganan más que yo. También hay quien no imagina tener en propiedad una casa en el centro de Madrid.

Soy afortunado. Supongo.

Hago lo que me gusta. Sí. Parece que este fuera el delito. Parece que esta desviación de lo que debe ser normal (trabajar en lo que no gusta) sea lo que debo pagar. Se trata del sudor de mi frente. No de que no soporte sudar.

Estas chorradas de hoy tienen que ver conque estoy nervioso y no sé articular correctamente el discurso. Será mejor que deje de escribir ahora mism.

He cambiado de barrio

Vivía en un barrio en el que no podía
entrar en la mayoría de los comercios
hablar con la mayoría de la gente
porque eran prostíbulos
en los que es mejor no entrar
si no quieres ser un cliente
porque eran yonkis
con los que es mejor no hablar
si no quieres tener sus problemas
y mi hermana
cuando llegaba a mi barrio
lo primero que decía era que
olía a pis
y tenía razón.

Cuando Carmen empezó a vivir aquí tenía miedo
porque el barrio salía por televisión
para contar los últimos percances
que alguno había tenido con la policía
(mucha mucha policía)
y ahora está encantada.

Desde hace unos años parece que
he cambiado de barrio
y vivo en uno en el que no puedo
entrar en la mayoría de los comercios
ni hablar con la mayoría de la gente
porque son caros y mi economía está en crisis
(mucha mucha crisis)
hace años
desde que gracias a comprar una casa en ese barrio bajero
pude dedicarme a escribir poesía
poemas
que nadie quería consumir
y cuyo valor en el mercado de divisas
es insignificante.

Salgo a la calle y veo gente
(mucha mucha gente)
paseando mascotas de alto estanding
a las que les abrigan en invierno
con un jersey de lana virgen
pero que cagan en mitad de la calle
aunque sus dueños elitistas
se agachan a recoger lo que pueden
o quieren
de esos detritos
más o menos
sólidos.

Mascotas dueñas de las calles
como aquellos yonkis
y es mejor no meterse con ellas
ni con sus dueños
si no se quiere tener problemas
y aguantar que el pis
sea algo que siga sin cambiar
salvo de especie.

Intimissimi

Si el otro día probaba la inclusion de audio en una entrada de este diario, hoy voy a probar a incrustar un vídeo de youtu.be

[youtube_sc url=http://youtu.be/RzELpjTD1Nc «width=100%» rel=0 fs=1] Por qué he elegido este de Intimissimi es porque tengo estas imágenes incrustradas en mi cerebro. Seguro que es a intención de la publicidad, pero no acabo de entender bien sus mecanismos: resulta sumamente atractivo y seductor para los hombres (al menos casi cualquier heterosexual sería seducido por estas imágenes) pero no son sus consumidores.

¿Cómo se logra que la mujer que va a comprar esta lencería no se enfade con el comercio sino que sea tambien encandilada? ¿Qué mecanismos hacen que desee ser esa mujer o los efectos que esa mujer lleva a cabo sobre su pareja? ¿Van por ahí los tiros? ¿Dónde quedan los celos en todo esto?

Tengo la suerte de tener una pareja tan segura de sí misma y del amor que la tengo como para poder hablar con ella de la seducción que me producen otras mujeres, sin que por ello me deje llevar y falte al acuerdo de fidelidad que tenemos. Está claro que tiene fácil sentirse segura, tanto que suele traer a casa revistas y me obliga a decirle qué mujeres me parecen más guapas y porqué.

Yo disfruto haciéndolo, pero más aún sabiendo que puedo hacerlo, que puedo decirle mis más secretos deseos, que puedo confesarle que me atraen otras mujeres, como esta, de pantalla plana, o alguna de la calle, sin que nuestra pareja y su frágil equilibrio en la cuerda floja de la monogamia se tambalee.

Creo que sobra añadir que lo que he dicho sobre la libertad que siento y la confianza de Carmen en sus encantos el algo que intento que sea recíproco. Digo intento porque la parte de la confianza en mis encantos a veces se tambalea, pero nunca, bajo ningún concepto, voy a permitir que Carmen no esté conmigo salvo en absoluta libertad.

Como decia Amancio Prada:

LIBRE
(Amancio Prada)

Libre te quiero
como arroyo que brinca
de peña en peña,
pero no mía.

Grande te quiero
como monte preñado
de primavera,
pero no mía.

Buena te quiero
como pan que no sabe
su masa buena,
pero no mía.

Alta te quiero
como chopo que al cielo
se despereza,
se despereza,
pero no mía.

Blanca te quiero
como flor de azahares
sobre la tierra,
pero no mía.

Pero no mía
ni de Dios ni de nadie
ni tuya siquiera
.

No, no, no, no, no,
no, no, no, no, no,
no mía.
No, no, no, no, no,
no, no, no, no,
ni tuya.
No, no, no, no, no,
no, no, no, no, no,
no mía.

Nos agobia el ocio

tenemos tiempo
y ganas de hacer cosas
muchas cosas
y de asistir a eventos
muchos eventos
y de ver a los amigos
muchos amigos
y amigas
y muchas más amigas
y de llamar por teléfono
muchos teléfonos
y luego lo cancelamos
para encontrarnos
con los pocos
los pocos amigos (amigas, muy pocas)
los pocos eventos (muy pocos)
las cosas (muy muy pocas)
y las llamadas (casi ninguna)
y
en el mejor de los casos
con una única persona haciendo una única cosa
de la que no informar
ni considerarla evento eventual.

hacer amor:
amar
y
ya.

Un buen trabajo

Hemos terminado la intramudanza que nos ha llevado más de un mes de vida nómada, itinerante, agradecidos por la generosidad de nuestro entorno que ha demostrado que, en época de crisis, este país tiene la salvaguarda de los recursos sociales del entorno de amigos y familiares.

Frente a los que abogan por una mayor movilidad laboral, como la que se produce en lugares como EEUU, hay que contraponer las ventajas derivadas de tener a la familia y los amigos muy cerca. Esta red (social, pero de verdad) hace menos dura la caída. Y ahora estamos cayendo.

Además, quería mencionar en algún lugar (y lo seguiré haciendo) la buena labor del hombre que hemos contratado para realizarla. Empezaré por dejar sus datos para quien quiera recoger el testigo y emplearle:

Volodymyr Davydyuk
622125422
constructowood@hotmail.com

Es un hombre de origen ucraniano que habitó durante varios años en Canarias y después….
(sigo luego) (ya sigo)
vivió en Madrid mientras se construía sin parar. Hasta que se ha parado. Y se encuentra con pocos encargos y está pensando en irse de vuelta a Canarias.

La cuestión importante, más allá de su biografía y/o su pasado y procedencia, es que pocas veces había imaginado que un trabajador de este sector fuese tan cuidadoso, cordial, amable pero sin tomarse excesivas confianzas, delicado y al mismo tiempo claro cuando hay que serlo, puntual, que ha hecho que la obra haya sido más llevadera de lo que parece ser habitual.

Es más que recomendable contar con él para obras de cualquier envergadura, pues igual cuenta con la capacidad organizativa suficiente para trabajar con una cuadrilla y ejercer de jefe de obra que es un manitas que trabaja pequeñas labores en una casa, como puede ser arreglar una cisterna, prolongar un armario, cambiar el cableado eléctrico, pintar las paredes, haciendo el gotelé a mano y procurando que el grano tenga el mismo grosor homogéneo en todo lo nuevo que en lo que ya estaba pintado.

Llegué a «enfrentarme» con él porque era tan detallista como para que en el fondo de un agujero de una canaleta técnica de un armario que nos hizo a medida y que iba a estar tapado por un embellecedor, él no quería que la protección de la madera se pudiese ver afectada. Yo no podía entenderlo, ¿pero si no se va a ver jamás? Da igual, me dijo, es que me gusta hacer bien las cosas.

La verdad, ha hecho la obra como si se hubiese tratado de un trabajo artístico, cuidado al máximo, como si fuese para él y no solo por dinero. Por cierto, tampoco resultaba ser el más caro de los presupuestos que barajamos.

Es increíble, pero hasta siento que le vamos a echar de menos. Su sonrisa afable, su cordial manera de ayudarnos a tomar decisiones, de sugerir sin imponer su criterio, de buscar soluciones a problemas, en lugar de encontrar problemas antes de las soluciones.

Sinceramente, contratarle fue lo más acertado que he hecho este año. Y la obra lo atestigua. Estamos encantados.

de los derechos y deberes de los cónyuges

Hoy he estado en la boda de mi amigo Fernando Becerra con su pareja, Paco, y me quedé pensando si los del famoso foro por la familia se daban cuenta de que estaban encontrando aliados. Por momento me planteé la duda de si podían adoptar, por ser una pareja gay, pero luego me confirmaron que sí, que no había ningún problema.

DE LOS DERECHOS Y DEBERES DE LOS CÓNYUGES

Artículo 66. Redacción según Ley 13/2005, de 1 de julio.

Los cónyuges son iguales en derechos y deberes.

Artículo 67. Redacción según Ley 13/2005, de 1 de julio.

Los cónyuges deben respetarse y ayudarse mutuamente y actuar en interés de la familia.

Artículo 68. Redacción según Ley 15/2005, de 8 de julio.

Los cónyuges están obligados a vivir juntos, guardarse fidelidad y socorrerse mutuamente. Deberán, además, compartir las responsabilidades domésticas y el cuidado y atención de ascendientes y descendientes y otras personas dependientes a su cargo.

Me lo he pasado genial en la boda… ojalá todas fuesen como esta, con esta ilusión y esta autenticidad. Y eso después de llevar más de 19 años juntos. ¡Qué maravilla!

De nuevo en casa

Casi sin conexión, casi sin poder hacer otra cosa que no sea esperar a que Volodimyr termine las últimas cosas pendientes, pero de nuevo en casa.

Con ganas de recuperar mi router wifi y no esta precaria conexión a Internet vía mi móvil de segunda generación con su GPRS más o menos cutre, pero eficaz. Me ha costado conseguir que mi ubuntu querido consiga conectarse de esta manera, pero ya lo he logrado, justo dos horas antes de poder tener una buena conexión… pero ya no podía aguantar más.

Los libros ya están de nuevo en orden. Orden alfabético, como debe ser. Aunque los de arte los he colocado según otro criterio. Es raro encontrarse un libro de Asimov tan cerca de Auster, pero es tan divertido al mismo tiempo… ¿Será una forma de afirmar o confirmar que la Poesía y la Física no están tan lejos, que la metafísica no está más allá de la física, sino en mitad de la misma?

Querido Aristóteles, qué lejos estás de Platón y Sócrates y qué cerca de Arquímedes, Apollinaire, incluso. ¡Diviértete con ellos!

A veces hay días

que el tiempo no parece servir de nada
que las cosas pendientes de hacer
se duermen en mi cabeza
esperando ser rescatadas
como hoy
que tengo que preparar una
o dos
performances
y no sé por dónde empezar
aunque no hay ningún lugar especial
por el que empezar
y me atasco mentalmente
y me agobio porque estoy atascado
y ese agobio me atasca mentalmente.

A veces hay días
que es mejor dejar pasar
para que lleguen otros días
en los que el atasque se haya ido
como cuando decido ir despacio antes de llegar a un semáforo en rojo
para ver si, con suerte,
se ha disuelto casi como si fuera por intervención divina
la retención.

A veces hay días

pero lo mejor es que los hay.

Esto no es una broma