Hallo señales
en los retretes públicos
con casi pi.
K tres catorce
el sucio ambientador
Made in Ibiza.
La sombra corta
efecto mariposa
conversaciones.
Diario
Hallo señales
en los retretes públicos
con casi pi.
K tres catorce
el sucio ambientador
Made in Ibiza.
La sombra corta
efecto mariposa
conversaciones.
Sociedad de sonetos.
Sociedad de consumo.
Sociedad insaciable.
Sociedad de egoísmo.
Sociedad impaciente.
Sociedad de cristal.
Sociedad inapagable.
Sociedad de arrugas.
Sociedad indulgente.
Sociedad de colores.
Sociedad imprudente.
Sociedad de volutas.
Sociedad de reflejo.
Sociedad inevitable.
Sociedad de vanidad.
El 13 de marzo de 2020 hice esta fotografía a petición de una amiga escritora que me pedía que le enviase un registro de algo que hubiese modificado a raíz del confinamiento duro al que estábamos abocados dada la pandemia debida a la COVID-19 (es femenino (el virus/la enfermedad…)).
Se agotó el papel higiénico en todas las tiendas, se escribió largo y tendido sobre ello, se publicaron análisis socio-económicos sobre la simbología del papel higiénico, sobre la sensación de protección, etc, etc, etc.
Nosotros teníamos bastantes rollos, pero a partir de esa fecha cambiamos algunos hábitos y algunos de los usos que hacíamos del papel higiénico los derivamos a papel de cocina, del que también teníamos varios rollos, para prolongar la vida de nuestras reservas higiénicas.
De momento, no hemos vuelto a los antiguos usos del papel higiénico, porque el uso más racional del papel de cocina facilita algunas cosas, así como reducimos el consumo del higiénico.
Nunca estoy plenamente convencido de que nuestras decisiones sean más ecológicamente recomendables que las opuestas, pero esta parece tener sentido en ese sentido, valga la redundancia.
Árboles
domésticos
delimitan espacio a modo de prisión
de árboles
vivos
cuyo futuro está grabado
en piedra.
Una lámpara blanca
no es una bola de nieve
que anuncie un invierno
de sílice insignificante.
Foto tirada
sin ilusión
cansada
desenfocada.
Al fondo
una madeja de futuro
sabe que nada
(ni siquiera la fotografía
registro de la muerte)
evitará la quema.
Dicen que los primeros taxis de Madrid fueron los conocidos como «las sillas de mano», una de cuyas paradas estaba en la Plaza de Herradores, donde suelo ir a comprar mi pan preferido.
Hace unos días pasé por esta plaza donde se encuentra el Museo del Pan Gallego, de camino al estudio desde la plaza de Sol, recorrida la calle Arenal hasta casi el final, pero esquivándola para evitar unas ruidosas obras de reconstrucción del suelo.
Y al llegar a la plaza hice una pequeña parada en la parada de las sillas de mano. No había visto el letrero antes o no había reparado en él.
Hoy me pregunto si habría sillas de mano de segunda mano.
Tonterías…
Carmen me propuso la brillante idea de exponer obra propia temporalmente en mi sala. Es algo que había pensado en ocasiones, lo de tener más obra en las paredes de mi estudio para que tenga algo de visibilidad y genere curiosidad, pero he de reconocer que me resistía a clavar en las inmaculadas paredes del lugar. Aún le tengo mucho respeto al espacio y además me reconozco tremendamente torpe.
Elegí esta pared para colocar 4 paneles de cartón pluma negros de 50x70cm, de un grosor de 5mm que me sobraron (aún me quedan otros 6) de la Exposición en Dados Negros que todavía no ha podido tener lugar, dada la situación, desde la primavera del 2020, y ha pasado un año.
Sólo tenía clavos «reciclados» de ocasiones en las que he ido recogiéndolos de muebles o trastos que tenía guardados en un viejo bote de conservas dentro de una caja de galletas. Algo de miedo por si no se clavaban bien en la pared y se descascarillaba o qué sé yo, amén de la posibilidad de contraer el tétanos o similar si me pinchaba con esos utensilios parcialmente oxidados, como yo.
A 135 centímetros del suelo clavé dos clavos a una distancia de unos dos metros, recordando el tema de los dos metros de distancia para evitar contagios pero también la serie de dos metros bajo tierra (6 feet under). Uní ambos clavos con un hilo de cáñamo grueso que me sirviera de guía. Ha sido una brillante idea, pues a ojo habría sido un desastre.
Me lavé las manos con jabón, también con gel hidroalcohólico, por ver si se resecaban y dejaba de sudar. Bajé la temperatura, me quité el forro polar, me remangué para que las mangas no me estorbaran.
Alineados por abajo con el cáñamo guía, fui clavando los paneles de uno en uno comenzando por la derecha, el más próximo a la ventana, que era el que menos problemas me daría… y el primer clavo ya se me torció.
Me había asegurado de que la distancia al borde de la pared fuese de 5 centímetros tanto por arriba como por abajo de la plancha, pero entonces me di cuenta de que, no sé cómo ni por qué, había dejado lejos el martillo que había cogido prestado a mis compañeros de Costanilla, así que hube de dejar la plancha de nuevo sobre la mesa para volver a repetir toda la operación con el martillo en un bolsillo y las manos sudorosas otra vez.
Después de casi una hora, ha quedado muy bonito y me da pena ir a «ensuciar» esa monocromía con lo que sea que ponga. Hay algo mágico en el negro mate que me fascina.
Quitar los clavos que hicieron de guía no ha sido dificilísimo, pero tampoco trivial y en el de la izquierda, que es el primero que puse, ha quedado un pequeño boquete en la pared que quizá tendré que reparar, aunque no sea muy visible.
¡No sé ni clavar un clavo!
Este primer clavo que se me resistió quedó torcido por arte de magia. Y no sería el último. Pero la verdad es que seguro que si lo quito y pongo otro nuevo no quedará mucho mejor, porque el roto sobre el foam ya está hecho.
Lo que me molesta sin que sea algo que yo pueda atribuir a mi torpeza es la imperfección de lo analógico, el hecho, por ejemplo, de que las planchas iguales de 50x70cm no son exactamente iguales, es decir, tienen diferencias de un par de milímetros, lo que no es más que un error del 0,29%, aproximadamente, pero esas cosas me inquietan… imagino un mundo en el que las paralelas no se corten más que en el infinito y me doy cuenta de que Euclides no aplica, ni tan siquiera Arquímedes.
Las paredes no son completamente planas (¡oh, qué sorpresa!), ni las planchas tampoco, así que en una extensión de 70cm, se han producido arqueamientos que hacen que se aprecien casi a simple vista las separaciones entre las mismas. Estuve incluso mirando la posibilidad de comprar para la próxima ocasión una plancha más grande de un tamaño de 100x200cm directamente y ahorrarme tanta medición. Pero no quería despreciar el material que ya tenía adquirido y que no sé si alguna vez volveré a utilizar.
Ahora toca «vestir» el tablón negro con esas exposiciones más o menos temporales que ir colocando con chinchetas sobre el mismo para no taladrar la pared con infinitos pequeños agujeritos.
A veces tomo una fotografía y parte de lo que hay en los laterales me sobra. Especialmente cuando hago muchas, como una serie de imágenes captadas desde el móvil con un dispositivo disparador bluetooth que evite que toque el teléfono y provoque temblor o distorsión en la imagen.
El viernes pasado estuve trabajando sobre unas imágenes de «blackout-poetry» que había hecho y eran más de 40, así que no era muy razonable ir abriéndolas con GIMP y buscar el mismo corte, pues era el mismo corte, en todas y cada una de ellas.
En cuanto tengo que hacer algo más de 5 veces seguidas, pienso si existe una manera «automática» o más eficaz de tratar la serie. Que puede no serlo en pequeñas series, pero que me permite ir aprendiendo por si alguna vez necesito aplicar el mismo procedimiento en una serie más numerosa.
En esta ocasión, gracias a un tutorial que he encontrado en internet sobre cómo recortar imágenes en línea de comando con Imagemagick, recurrí a un utilísimo comando o programa linux que ya había usado con anterioridad, pero en esta ocasión para aplicar un corte o «crop» a las imágenes que con esta sencilla línea quedaron como las quería:
mogrify -crop 1800x3100+190+280 *
Transformando imágenes de 2250×4000 en una imagen recortada a partir del pixel 190 de la izquierda (la x) y 280 pixels hacia abajo (la y), con un nuevo tamaño: 1800×3100, despreciando lo que no esté ahí.
De antes de que la palabra NOVEDAD
fuese inventada
es esta tienda
famosa
por sus botones
por sus hilos
por sus tejidos
por su permanencia.
Y ahí sigue
afrontando una pandemia
después de afrontar guerras
y afrontar dictaduras
y afrontar crisis financieras.
Es un resquicio de esperanza
en esta época incierta
en la que se mueve la tierra bajo los pies
en la que sentimos temblores en el alma
y la piel.
Algún día desaparecerá
como todo.
Pero ayer estaba aguardando a que comprásemos
un poco de adhesivo para cuero
que no venden en las modernas tiendas
de nuestro barrio.
Fotografié este instante
capturando lo que no existe:
la inmovilidad.
Algún día
como todo
desaparecerá.
De la colección de piezas que he agrupado como Poesía de Cartón. Una pieza realizada con unos sellos de letras de madera que me regaló una amiga sobre cartón desprovisto de sus capas externas, lo que se dice desnudo.