Caja para libro objeto de cianotipias

Estoy en proceso de hacer varias cajas para libros de cianotipias, todas ellas con las mismas medidas: 14x17cm, así que las cajas-libros tienen una medida manejable y cómoda de la que esta es una primera versión, para ver si funcionaba.

Hecha con tableros de madera de haya de 7 centímetros, la caja tiene unas dimensiones exteriores de 20x17x10 (teniendo en cuenta en los 10cm de altura, la tapa y la base de 1,5cm cada una). Dimensiones interiores de 18x15x7cm que dejan un mísero centímetro a cada lado de la cianotipia introducida, pero que será ayudado para su extracción con una cinta de tela negra (o azul, o roja) de un centímetro de grosor y un mínimo de 30cm de longitud que recorrerá las cianotipias interiores a modo de cinturón y hebilla para extracción de las mismas.

Este prototipo ha sido realizado cortando las maderas a medida a partir de listones adquiridos en la Calle Madera, 31, pero las siguientes cajas han sido cortadas también en el comercio de madera, para mejorar el acabado de los cortes.

Una carta de mujer de Marceline Desbordes-Valmore

Ritratto fotografico di Marceline Desbordes-Valmore (1786-1859)
Ritratto fotografico di Marceline Desbordes-Valmore (1786-1859)

Te escribo, aunque ya sé que ninguna mujer
debe escribir;
lo hago, para que lejos en mi alma puedas leer
cómo al partir.

No he de trazar un signo que en ti mejor grabado
no exista ya.
De quien se ama, el vocablo cien veces pronunciado
nuevo será.

La dicha sea contigo; yo sólo he de esperar,
y aunque distante,
yo me siento ir a ti para ver y escuchar
tu paso errante.

¡Jamás la golondrina al cruzar el sendero
pueda apartarte!
Será mi fiel cariño que pasará ligero
para rozarte…

Tú te vas, como todo se va… Su éxodo emprenden
la luz, la flor;
el estío te sigue; las tormentas sorprenden
mi triste amor.

De esperanza y zozobra suspira mientras tanto
el que no ve…
Repartámoslo bien: a mí me queda el llanto,
a ti la fe.

Yo no quiero que sufras, que está muy arraigado
mi amor por ti.
Quien desea dolores para el ser adorado
guarda odio a sí.

Nota: Traducción de Mauricio Bacarisse (1921)

Hoy acabo de encontrarme con esta poeta en el ensayo, que en su día (es decir, hace tiempo) leí titulado «Los Poetas Malditos» de Paul Verlaine. No recordaba que en el mismo hubiese una mujer. Por supuesto, no tengo ningún libro de esta mujer, de quien apenas hay ediciones. Este poema no me gusta mucho, pero tampoco me encantan los poemas de Verlaine quien aparece bajo el pseudónimo de «Pobre Lelian».

En los poetas malditos no estaban (como yo creía erróneamente recordar) ni Baudelaire, ni Lautreamont.

Algo avergonzado de mi desmemoria… (¿será parte del sesgo que más temo?)

Depósito Legal

Lo mejor de traer un libro al depósito legal, que no deja de ser un trámite administrativo ridículo que no hace que un libro sea más libro, es desayunar en este patio tan agradable y, además, con mi querida amiga María, que vive cerca de este lugar.

Por lo demás, el libro depositado ha sido una tirada de 200 ejemplares (2 impresiones de 100) de Amada Blasco, que edité en el 2020 y que no pudo ser entregado en la oficina por restricciones derivadas del confinamiento del coronavirus.

Como decía, ese trámite no ha impedido que se hayan vendido los 200 ejemplares, prácticamente.

DeFreds

El viernes pasado, en el encuentro de Té y Poesía que organizo mensualmente, al que asistieron, online, 5 personas, se leyeron poemas de Lorca, de Alberto Morante, de Cernuda, de Burges, de José Hierro, de Juan Antonio Valente, de Mujica, de Gustavo Adolfo Becquer, de Neruda, mientras yo leía textos de Poesía Clásica Coreana, de Poetas mexicanas contemporáneas, de Alfonsina Storni… y una persona leyó varios poemas de «una» tal «DeFreds».

No me disgustaron los poemas, así que como había sido el cumpleaños de mi querida Aída y lo celebrábamos al día siguiente, salí casi disparado a ver si encontraba un libro escrito por alguien que usaba el nombre (no el propio, por cierto) del personaje más emblemático de su serie preferida.

Al llegar a la Casa del Libro de la calle Gran Vía, que cerraba, según rezaban sus altavoces, en 15 minutos, me dispuse a buscarlo por orden alfabético de autor.

No había forma de encontrarlo en «Literatura contemporánea por autores», así que pregunté a alguien que me dijo que estaba en la sección de poesía, que seguía estando, como antes de que hiciese obras el local, en una especie de gallinero incomodísimo de acceder y, más aún, de estar en cuclillas buscando el libro o intentando curiosear algún ejemplar atípico que llevarse.

Seguía sin encontrarlo y el tiempo apremiaba, así que volví a preguntar y me indicaron que no lo buscara por la D, sino por la G de Gómez. El autor resultaba ser un tal «José Ángel Gómez Iglesias» y algo en los libros, en sus portadas, en sus ediciones, no me dio buena impresión, así que desistí de comprarlo y me fui a casa.

Al llegar, hice una breve búsqueda y me encontré un artículo en el que el susodicho autor afirma que no escribe poesía y que ni siquiera le interesa, pero parece ser que sí le interesa vender, aprovecharse de un nombre que ha usurpado para que su comercialización se asocie a feminismo, a combatividad, a modernidad, a cultura pop-postmoderna.

Yo acabo asociándolo con oportunismo y vileza.

Pero lo que me parece más insultante es que una librería (que probado ha que no le interesa) como la Casa del Libro, coloque unos libros como estos en una sección a la que el autor insiste no corresponder. Es casi como darle el premio Nobel de Literatura a alguien que no cree que lo que haga sea literatura.

Hoy he leído la noticia, que veo relacionada, de una librería de Madrid que vende solo material escrito por mujeres que se ha sentido traicionada por la publicación de un premio que ha desvelado la identidad de una de ellas siendo el pseudónimo de tres hombres.

Este viernes se desveló durante la gala del acto de entrega del Premio Planeta que tras el misterioso pseudónimo de Carmen Mola, escritora de ‘La novia gitana’ o ‘La red púrpura’, se escondían Antonio Mercero, Agustín Martínez y Jorge Díaz.

Y más allá del hecho de si me parece necesario que exista o no una librería especializada sólo en literatura escrita por mujeres, o si no habrá conflictos con a qué llamamos «mujer» como escritora, puesto que hay casos en los que podría estar su idea siendo llevada a cabo por hombres, y sin entrar en la matización, importante, de si son cis o trans; más allá de ello, lo que me irrita es que se prevé cierto oportunismo, de nuevo, en la escritura de estos hombres como mujer y afán por generar conflictos que son más rentables que la calidad literaria.

Estratégicamente, no me ha parecido muy afortunado el vídeo que ha publicado la librería en cuestión, en el que se ve una mano que va deshaciéndose de los libros en la estantería de la «autora», para meterlos en una caja, sin mucho cuidado, algo desdeñosamente, para retirarlos de la misma.

No obstante, puedo comprender la utilidad de una librería que intenta paliar la injusticia de que la presencia de autoras en las librerías siempre es mucho menor de la mitad (incluso que el tercio) del catálogo (lo que parece generar poco problema en la mayoría de las personas). Suelo acudir a la misma (o a la otra, que no se lleva muy bien con ésta) que también se encarga de ofrecer libros escritos por mujeres para comprar libros más o menos necesarios para ir saliendo de ciertos sesgos que reconozco tener por el hecho de que era complicado encontrar material escrito por mujeres.

Por cierto, publicar este artículo en el Día de las Escritoras no es intencionado. Creo.

Comenzando el proceso de Año Añil

Tras años dedicándome a cualquier otra cosa, he vuelto a «mis orígenes«, por decirlo así, disolviendo sales minerales varias en matraces hasta obtener otra mezcla de ambos productos que ha de ser fotosensible.

Estoy experimentando con Cianotipia, para realizar un proyecto que denominaré Año Añil que ha de ser un libro manual realizado a base de fotografías utilizando este método tradicional que darán lugar a un intenso añil.

Adquirí los productos a disolver en las mezclas iniciales en Manuel Riesco, 100 gramos de citrato férrico amoniacal (VERDE) y otros 100 gramos (no se puede comprar en menor cantidad) de ferrocianuro potásico (ROJO), así que el primero se convertirá en mi reactivo limitante.

3 Cubetas de plástico de 3L, 6 matraces de 100ml, 4 jeringuillas de 5ml, 6 botes opacos de 100ml y unos pinceles básicos los adquirí por Amazon (sí, me avergüenza, pero fue cómodo).

En La Riva compré 5 pliegos de 70x100cm de papel de acuarela Guarro de 350gsm con barbas a los dos lados.

Hoy he estado cortando un pliego en unidades de 14x17cm que me han permitido sacar hasta 28 pequeñas páginas por cada pliego y poder utilizar unos marcos de fotografía para luego realizar la exposición fotográfica.

Veremos qué va pasando este mes a medida que mi torpeza rompa los materiales, los ensucie, etc, etc, etc…

De momento, he comenzado con las mezclas: realizando 50ml de cada uno de los compuestos con la 12,5g de citrato férrico amoniacal y 5g de ferrocianuro potásico que he etiquetado respectivamente como A y B. He mezclado 25ml de cada una en un matraz bajo la luz enrojecida de mi teléfono móvil, para atenuar y eliminar la posibilidad de reacción con ultravioleta y he obtenido 50 ml de solución fotosensible. Tengo las páginas (28 papel Guarro 350gsm de 14x17cm), he forrado los mangos de 2 de los pinceles para que la parte metálica no pueda entrar en contacto con la solución fotosensible.

Mañana, con los restos del papel, comenzaré las pruebas de imprimación, etc… antes de empezar a destrozar hojas.

Poemario en 20 minutos

La energía arrolladora de 7 personas con ganas de crear es impresionante y fueron capaces de escribir unos 200 poemas en 20 minutos.

Como colofón de los talleres de poesía y escritura creativa del año más difícil de mi vida, con muy poca confianza, incluso, en la humanidad o en el poder transformador de la poesía, propuse a los dos grupos de poetas asistentes el jueves 1 de julio del 2021 que se pusiesen a escribir lo que quisiesen mientras yo leía poemas de Paul Auster, avisando de que este autor, como poeta, me parece perfectamente prescindible.

Les había proporcionado papeles recortados de una vieja publicidad que ya no queremos poner en las paredes de esta ciudad algo hostil para con quienes no podemos permitirnos comprar fachadas ni otros espacios publicitarios.

Tenían un pequeño gran taquito de unas 30 páginas de una sola cara blanca recortados en trozos de 15x15cm. Los había estado recortando esa misma tarde a mano, con un cutter sobre la plancha regenerativa de los compañeros.

Hoy le he buscado un suave envoltorio y en breve habitarán una caja especial para ellos, pues se lo han ganado: la energía arrolladora de 7 poetas es una revolución.

Logos sobre azul

Para el libro colectivo de este curso estoy apostando por un papel de un color azul intenso como cubierta, con una imagen sencilla e impactante en la portada, pero los logos que habitualmente uso son de color rojo y no quedan muy bien sobre azul.

He hecho algunos experimentos con inkscape para ver con qué versión me quedo, pero de momento he pedido 10 ejemplares con un rojo sobreiluminado por si hay suerte y queda bien… pero no lo creo.

Ya veremos.

En proceso…

Cada día me piden más complejas maquetaciones para los poemas que envían para el libro colectivo que editamos cada año en el Taller de Poesía y Escritura Creativa de la Asociación Cultural Clave 53. Y es que parece sintomático de que la palabra tras la palabra y el salto de línea se quedan cortos para un mundo telepatético en el que el pixel parece posibilitarlo todo como si la realidad virtual se colase en un libro de 12 por 18

Hoy me enfrento a estos retos con ganas, plagadas de escozor en los ojos. (Maldita alergia) No parece haber un único día en el que estar satisfecho con la vida al completo.

Y sin embargo ilusionado.

Colores de papel

El papel
refleja la luz
que golpea protones insatisfechos
en mitad de un vacío lleno de todo.

Los fotones incidentes
imponen su lluvia de fuego
ante la imposible barrera
de electrones.

No son más que ondas.
No son más que partículas.
Casi no son por no definirse.

Pero ahí están
aunque ese ahí sea tan esquivo
como la nieve del monte Fuji.

El té va enfriándose a mi lado
con browniana agitación
y unas estrellas estampadas sobre la taza
me recuerdan que yo quería hablar
de los colores de las cartulinas
con las que emprender las cubiertas
de los próximos libros
y de lo ridículo que me siento
por pensar que algo así importa.

Nada.
Nada importa.

Pero no saber elegir una buena portada
me obsesiona.

Esto no es una broma