Feliz feliz feliz

Triplemente feliz porque tres alumnos míos me han regalado sendos libros suyos.

Me enorgullece tanto que me hace sentir útil en el mundo, sentir que gracias a mis talleres, quizá un poquito, se animan a seguir escribiendo, expresándose, siendo felices (como según parece son los escritores) y ayudando a que en el mundo haya un poco más de poesía, un poco más de cariño, de mirada cuidadosa, de besos en forma de versos o similares.

Juan Carlos Ortega ha publicado Canto Cotidiano que me lo dedica diciéndome que me debe mucho. ¡Qué va! Sé que habría escrito este libro casi sin mi ayuda, casi sin mi estímulo. Juan Carlos ya había escrito otro antes de estar en mis talleres y, seguro, escribirá muchos más. Espero, eso sí, que siga explorándose y jugueteando, porque, por lo que sé de él, tiene mucho que explorar y mucho que mostrarnos de su exploración. Esperaré ansioso otros libros suyos.

Ernesto Pentón ha editado también otro canto, canto al infinito, que tuve el honor de prologar. Es un texto estupendo, un libro completo, muy bien acabado, infinito. Ese infinito que juega con nuestro espíritu… pero todo lo que pueda decir ya lo dije en el prólogo, que adjunto:

Prólogo de Canto al Infinito, de Ernesto Pentón
Madrid, julio de 2011

El poeta es la huella de un hombre en un laberinto

Con esa bella frase, Ernesto nos dice que va a hablar de naturaleza, de construcción mental, de humanidad, de sociedad y, sobre todo, del humano poeta, de la poesía como creación, como huella, como marca, como primer signo, como construcción lingüística y corpórea.

La tradición china atribuía la invención de los caracteres al personaje legendario CangJie, ministro del mítico Emperador Amarillo (Huang Di), quien inventa los caracteres inspirándose en las huellas de los pájaros.

Dice la leyenda que, tras unificar China, el Emperador Amarillo encarga a CangJie la tarea de crear caracteres para la escritura. CangJie se sienta en el banco de un río, e intenta con devoción finalizar su tarea; tras muchas horas y esfuerzo, sin embargo, no es capaz de crear un solo carácter. Un día, CangJie vio un ave Fénix que llevaba un objeto en su pico. El objeto cayó al suelo y CangJie descubrió que lo que había delante de él era la impresión de una huella. Como no era capaz de reconocer a qué animal perteneció la huella, pidió la ayuda de un cazador local. Este le dijo que ésta era la huella de un Pixiu, distinta completamente a la huella de cualquier otra criatura viva. La respuesta del cazador inspiró a CangJie, quien pensó que si podía capturar en un dibujo las características concretas que definen cada cosa que hay sobre la tierra, ésta sería sin duda la forma perfecta de carácter para la escritura. A partir de ese día, prestó especial atención a las características de todas las cosas y comenzó a crear caracteres según las características concretas que fue encontrando. Así, CangJie había conseguido recopilar una larga lista de caracteres para la escritura, para regocijo del Emperador Amarillo, quien se encontró con un sistema completo de caracteres.

Como CangJie, Ernesto Pentón, escucha, de la naturaleza, sus mensajes que, al traducirlos a palabras, los convierte en poesía. Usa material de recuerdos, de ella, de arboledas, de islas, de lluvias… y es que en todo verso encontramos la naturaleza, la calma característica de Ernesto. Pero es una naturaleza sublime, sublimada, mística, lo que va a reflejarse en la tipografía escogidísima, discreta pero incuestionable, con la que va a sugerirnos que no habla de lo que Habla.

Misticismo que se manifiesta en mezcla de letras mayúsculas entre minúsculas, guiñándonos el ojo para que apreciemos, como él, aquello que sobresale, que ha de ser mirado. En ocasiones, su juego entre letras mayúsculas y minúsculas las hace completamente diferentes, como cuando, en el Canto XVI, afirma que cuando llegue la lluvia/sólo será la Lluvia. O se le cuela un pronombre en primera persona adornado con la Mayúscula. Y es un placer encontrarlo, porque su Yo también merece enseñorarse.

Un solo Canto, el LXXXIV, le sirve para mostrarnos su transformación, su ascensión a la sabiduría visionaria, al tiempo que, natural y consciente, de cotidiano, el río se convierte tras el devenir de infinitas caras, en el Río.

Versos en los que lo único que sobresale es La Luz o el Aliento de un Yo que es Él, lo quiera o no, en los que el presente, el pasado y el futuro se dan la mano, totalizadores, mostrándonos la vacuidad del concepto de espacio-tiempo, la futilidad del devenir, con una comprehensión del saber oriental que le lleva a afirmar que pasado y futuro eran falsas palabras.

Entre la apariencia y la trascendencia, exhorta a que disfrutemos de la Vida (con Mayúsculas) que ruge por todos lados, niños, gatos, motocicletas, rosales, vecinos… en toda palabra. Y sus reflexiones y preguntas son las de una inocencia poética, infantil, dispuesto a una mezcla de sorpresa y enseñanza socrática en la que algunos poemas breves, casi haikus, acaban resultando un zoom sobre la realidad permitiéndonos asomarnos a su mirada amplia y serena.

A parte de las múltiples referencias al misticismo oriental, hace referencias a la mística hebraica o cristiana, demostrando una erudición nunca pretenciosa. Le pide a Dios, como si lo necesitase, que le ayude a escribir mediante una plegaria irónica en la que construye un poema con la palabra Dios como otra palabra más de un diccionario personal inmenso, disimulado tras la aparente llaneza de sus términos nunca grandilocuentes. No huye de versos eróticos explícitos ni de ningún otro tema. Amatorio y cargado de ternura psicológica, con un erotismo abierto, sin pudor mas sin exabruptos, como todo en él, humilde y amable, próximo, cotidiano y auténtico, su contención alcanza grados soberbios en algunos Cantos, como el XCVI, de acabadísima finura y con la simpleza de una imagen, como la de ¿en tus ojos cantaba una cigarra¿, pone broches sublimes a muchos. En la ciudad, en sus poemas y como persona, Ernesto se da, desde su corazón a sus mocos, pasando por una sonrisa o un Abrazo. Todo lo convierte en Poesía, lírica y mística. En ocasiones triste o melancólico, nunca se deja llevar por la desesperación o la amargura. Contundente y sencillo toca sin miedo, incluso, la poesía social sin politicismos fáciles y posicionamientos de cartón, como en el canto XXII, encabezado por un epígrafe de Allen Ginsberg y es que pasea entre los Beat como entre poetas de la dinastía Tang, aprovechándolos, usándolos, pero sin perder nunca su singular voz.

Más allá de la obvia influencia oriental, japonesa, china o sufí, con su título de Cantos, semeja emular a Whitman o Pound, de quienes, sin duda, ha bebido influjos benéficos, pero no solo de ellos y es que en la poesía de Ernesto podemos encontrar pequeñas pinceladas de innumerables autores que le han regado hasta hacer de él y de su poesía una poesía propia, característica de su cosmovisión. Influjos también de Oliverio Girondo, de quien usa algunos de sus recursos para demostrar que, con ellos, también se atreve a experimentar en poesías de corte más vanguardista y osada, saliendo más que bien parado del embate. Se puede seguir o trazar la evidente influencia de los místicos sufíes, en especial Rumi y hasta bebe de fuentes bukowskianas o de realismo sucio; quizá indicios de Raymond Carver se pueden atisbar entre sus versos, como, claramente, en el Canto XXXVII.

Tarda en darnos pistas de que se trata de un escritor de este siglo, de este milenio, mostrándonos algunas palabras como ordenador o telefónica que también aprovecha como escritor pleno que es y que no repara en afirmar que cuando no hay nada que hacer… siempre se puede escribir un poema. Escribe poemas dentro de poemas que son cantos dentro de cantos. Cantos que son piedras (seguro que Ernesto lo ha pensado), cantos rodados, cantos de río, cantos de poeta, cantos de pecho.

Juega con las palabras con abundantes recursos bien integrados y sin abusos manteniéndose en un perfecto equilibrio formal. Utiliza con frecuencia el paralelismo como en el Canto XV, usando esa imagen especular del río o lago que refleja el mundo, cuando alguien lo está mirando, claro, con lo que sumerge al lector en un juego de imágenes, que reflejan imágenes, que reflejan una mirada, que refleja una mirada que, en última instancia, es la suya. Con las onomatopeyas fabrica una forma nueva de hablar, un lenguaje, como poeta que ya domina todo lo que desea, se atreve a escribir dándole voz a bebés y gatos, a coches y noches. Y hasta se permite jugar con la rima en asonantes estrofas de cuando en cuando.

Con total impunidad o libertad se apropia de nombres y los convierte en verbos, inventa vocablos, domina las palabras y jamás se deja dominar por ellas, combina adjetivos de maneras inesperadas, descontextualizando las palabras para construir metáforas de una belleza surrealista, poética y cuando el juego de las imágenes, de las palabras, de los versos, se le queda corto, busca también divertirse con cada una de las letras, como en el Canto CVII. O con las disposiciones tipográficas como en el Canto CXIV donde varias lecturas son posibles en un breve poema.

La ausencia de signos de puntuación favorece el flujo de un texto modesto de forma pero complejo y profundo, de una hondura humana y casi divina. El infinito (que califica estos cantos), el absoluto, lo inhumano, conviven con lo humano, con todo lo humano que va encontrándose a lo largo del libro hasta empaparnos de humanidad.

Inevitablemente, le importa la grafía como a todo poeta preocupado por la palabra precisa, exacta, bien definida. Ernesto nos propone su juego de tipos, de signos lingüísticos, de letras, palabras, versos y poemas para satisfacer el imperio del placer de la lectura de sus poemas místicos, líricos y definitorios de un mundo, reflejo y al tiempo constructores del mismo. Hay motivos para la alegría cuando nos encontramos con la joya poética que nos regala en este libro cargado de poesía. Eso le convierte, remitiéndonos al señor Celaya, en un traficante de armas o almas, pues yo diría que se ha especializado en las almas, la suya y la de toda la naturaleza, que me incluye, que te incluye, lector, que nos incluye a todos.

Porque, sobre todo, Ernesto Pentón es un poeta, o Poeta, de los que deja bajar al papel las Palabras que le llegan trabajando en un compromiso con la palabra poética que le convierte en escritor, le guste o no, por esa necesidad de la que hablaba Rilke en sus cartas y es que, como afirma en algún verso, Ernesto es de lluvia de la que caen palabras hasta empapar hojas con poesía. Menciona en ocasiones el papel en blanco y el silencio, atributos de poeta sosegado. Una de sus mitades, al menos, es tan poética que, según sus propios versos, se descompone en palabras como astato radioactivo.

Nos dice en varios de los Cantos el porqué de su necesidad de escribir, de su naturaleza de escritor:

escribo para disimular lo que no existe
lo que se fue con el vuelo
del ave nocturna

El final del Canto LV, me siento a describirte, descubre la magia, el misterio: escucha la Vida y la describe, con labios de poeta. Y en el acto simple de sentarse radica la actitud de un trabajador del verso que hace que aparezca, que se manifieste ese misterio. Y, al mismo tiempo, la acción en sí es un manifiesto de intenciones, de dedicación, de seguir los pasos de CangJie e inventar un nuevo lenguaje.

El eco de su voz, su palabra-poesía da forma a todas las cosas, grandes y pequeñas, las crea como el primer creador, creando un mundo pisado por primera vez. Y hasta escribe un poema a medias con un bebé balbuceante, tiernos y candorosos (Ernesto y el bebé). Es en estos poemas con su hijo donde se muestra singularmente delicado, cuando, partiendo de la frescura de una palabra infantil que nos hace temblar de emoción como la que él debió sentir, nos traslada a su mundo y su manera de vivirlo, nos invita a su intimidad.

En sus poemas busca algo que no sabe qué es pero, lo mejor de todo es que, en ocasiones, lo encuentra y notamos su sorpresa, su felicidad en el hallazgo, su felicidad por dejar que el poeta que lleva dentro le descubra un mundo que no podría ver sin esos ojos de la poesía. Ernesto viene del otro lado, de donde nacen las horas del revés, que es el lado de la poesía y si tiene un imperio, es este Canto al Infinito.

Ernesto le habla a los poetas con una ilusión contagiosa de optimismo valiente, inocente, aunque no ingenuo y con frecuencia pregunta al lector o al aire que late entre este y el poema.

y si no llegas no importa
porque yo lo que quiero
es esperarte

Y yo le contesto: lo que quiero es esperar el siguiente libro de Ernesto Pentón, seguir siempre esperando de él, viviendo, gracias a él, nueva poesía.

Y, por último, me alegra saber que también está entre mis alumnos (aunque aún no puedo decir que le haya influido mucho, pero puede que sí algo) Francisco Legaz, quien mantiene un blog interesantísimo y que ya lleva escritas 9 novelas y libros de relatos… espero que pronto, al menos en un año, esté escribiendo poesía regularmente.

No es que rechace la prosa, pero la poesía es más libre… ¿o no?

Bah! son tonterías, es solo que creo en la poesía, es una cuestión de monoteísmos… o algo así.

Cómo recorrer 3/4 partes de Toledo solo y durmiendo al aire libre (IV)

Continuación de Cómo recorrer 3/4 partes de Toledo solo y durmiendo al aire libre (III).

Fue entonces cuando tropecé con una bonita rubia platino de unos dieciocho años (yo entonces tenía 18). No pude por menos que parar y preguntarle algo; no se me ocurría nada y ella seguía allí, sentada, mirándome. Por fin le dije que si iba bien para Talavera y me dijo con una voz dulce y agradable: «Sí, pero hay más de doce kilómetros» a lo que respondí que no me importaba y que tenía tiempo, además, siempre podía darse el caso de que me cogieran. «Yo lo digo – dijo – porque debe de estar a punto de venir un autobús para Talavera».

Aquello me convenció de la estupidez de seguir haciendo el camino por métodos demasiado antiguos. Me senté a su lado a esperar el autobús que ella también estaba esperando y comenzamos a charlar.

Yo no paraba de hablar, le contaba cosas, mis aventuras y poco a poco mi forma de ser y mi vida, tranquilamente, como si la conociese de toda la vida. Ella también me contó sus ilusiones, sus aficiones y gustos, me hablaba… nos hablábamos como si quisiéramos conocernos.

Estaba doblemente contrariado y sorprendido, en primer lugar porque, como ella, Helena, podría comprender, me extrañaba hablar como lo hacía, sin ser obligado a ello, con confianza y sinceridad; segundo, estaba empezando a creer que me estaba enamorando de ella. Me asustaba pensar que solo estuviese viendo una forma de olvidar a Helena, sobre todo porque si solo fuese eso me daría rabia y pena, por no ser capaz de olvidarla.

Habíamos cogido el autobús y, tras un ajetreado viajecito, macuto arriba, macuto abajo, llegamos a Talavera.

No había decidido aún que hacer. Me hubiera gustado ir a visitar a mis tíos en Talavera, haber pasado allí un par de días, pero mis padres habrían sabido y no quería que pudieran enterarse.

Desorientado, pero sintiéndome cómodo con ella, casi podría decir que feliz, la seguí y juntos paseamos desde la estación de autobuses a su portal. Allí nos detuvimos y ella, antes de que yo le dijese si iba o no a marcharme a casa, me dijo dónde solía ir por las tardes y, si quería, allí podría encontrarla.

Comencé a creer lo que me había querido atrever a pensar, a sospechar que yo, sí, yo, le gustaba a aquella preciosa desconocida…

Quizá no tan desconocida después de aquella tarde juntos. A decir verdad, yo no sabía qué contestar; no tenía idea de si quería o no irme y aquellas indirectas insinuantes conseguían que quisiese quedarme, pero, por otro lado… bueno, realmente aún (1 mes después) no sé porqué, empecé a dudar de lo que podía parecer evidente, de que yo le gustaba y puse otros mil impedimentos, prácticamente ninguno de ellos con fundamento lógico, para quedarme; empecé a querer irme y, como digo, todavía no sé porque no me quise quedar.

Cada vez que he pensado y recordado mi acampada, me arrepiento de no haberme quedado aquella noche en Talavera (incluso hoy, 26 años después).

Ha llovido mucho desde aquellas cortas vacaciones; desde que dejé, a medio terminar (medio empezar), mi fugaz diario, mas aún recuerdo con exagerada exactitud los más nimios detalles de mi desventurada aventura.

Así, por ejemplo, que Susana me acompañó a la estación de tren, la cual estaba al final de su calle, como esperándome, eso sí, sin tren alguno hasta horas después.

Se levantó el viento de su siesta vespertina y las rachas violentas movían la arena generando polvo en el aire.

Susana marchó a su casa atravesando aquel huracanado panorama, diciéndome que me esperaría esa noche.

Entré, sin mirar atrás, en la estación, topándome con un noruego que intentaba hacerse entender por el encargado de la taquilla de los billetes. Hablaba en inglés y aquel no descifraba ni palabra. Me acerqué y reconocí al extranjero como un acompañante de mi viaje en autobús de Toledo a Cazalegas; bueno, como supe después, él había seguido hasta Talavera.

Yo creía, y no me equivocaba, comprender lo que quería saber el nórdico y se lo traduje, previa autorización y un afable saludo, pues él también me había reconocido, al histérico ferroviario desagradable que no hacía caso alguno a mi desventurado e improvisado amigo (es curioso como, a veces, una casualidad crea una amistad y, otras, ni mil coincidencias son suficientes). Por ello conseguí que me prestase atención y los horarios y precios de trenes para Lisboa. El primer tren pasaba a la mañana siguiente y aquel turista había de pasar la noche allí, en un banco.

En un banco, nos sentamos y empezamos a charlar, claro, en inglés. Ni él ni yo hablábamos inglés perfectamente. Él mejor que yo, todo sea dicho, por lo que nos entendíamos bastante bien pues buscábamos las formas más sencillas de decir las cosas.

Llevaba ni más ni menos que tres meses de acampada por Europa y había estado en más de diez países. Vivía en la costa más septentrional de su país, lo que atrajo poderosamente mi curiosidad. Por los mapas, conocía algo de aquella zona polar y comencé a preguntarle ávido de respuestas que me parecían apasionantes.

Los días y las noches, que duran allí como unos dos meses, no son tal y como los entendemos los latinos, no existía la claridad de un sol resplandeciente ni en verano, ni la oscuridad romántica y envolvente de la noche nuestra, me contaba. Solo había una clarioscuridad blanquecina y un sol apagado que se bañaba en el horizonte.

Al tiempo, yo le hablaba del júbilo de una fiesta trasnochadora en el cálido verano, donde se podían contar las estrellas por miles. El trasiego de gentes, el griterío, la ?úsica, la poesía, el amor ante la luna llena… Helena, sí, le hablé de Helena también.

El olor pesado y agotador a tierra mojada antes de la tormenta y, cómo no, de que aquello que más envidian, el sol, el rey de los astros cuya luz produce quemaduras como tributo por vivir, causa deslumbramientos incluso sin mirarlo y que hace vibrar el aire en ondas armoniosas, hace brillar el agua de un estanque y rebota intenso en la cal blanca de los pueblos blancos de Andalucía….

En fin, que se me subió a la cabeza el espíritu patrio enalteciéndolo todo, incluso los defectos tachándolos de originalidades.

Nuestra grata conversación se extendió hasta que la llegada de un tren para Madrid la puso límite y yo me embarqué llevándome su amistosa y, en parte, agradecida despedida.

El viaje transcurrió, que yo recuerde, aburrido y monótono; largo, parecía interminable como si quisiese llegar, pero no era así… ¿o sí?

Lloré por alejarme o acercarme o quizá fue otra la causa. Me sentía solo, más solo que hasta entonces; triste y humillado, vencido, no cansado, por todo contra lo que luchaba ¿contra qué luchaba?, ya no recuerdo (y menos aún 26 años después).

Todo terminó, todo termina, también este soliloquio. Parte de mí terminó muerta en aquella excursión. Ya va quedando menos (gracias a Dios)

ADios.

Toledo y Madrid, 13 de Mayo de 1987.

Cómo recorrer 3/4 partes de Toledo solo y durmiendo al aire libre (III)

Continuación de Cómo recorrer 3/4 partes de Toledo solo y durmiendo al aire libre (II).

Hoy ya no es día 2, pero he de completar este corto, brevísimo diario.

Me desperté soñando no recuerdo qué acerca de quien más recuerdo. Hasta cierto punto, eso me enfureció, pensar que ni en mis sueños era libre de no pensar en ella. Eran sólo las 6:35 pero no quería reconciliar el sueño ni el ensueño. Con energía y sin pereza, lo cual me sorprendió, me incorporé y comencé a organizarme para irme.

Recogí la tumbona y pensé dejarle algún mensaje escrito de agradecimiento pero no me ocurría nada ocurrente y lo dejé en las gracias orales que el día anterior le había dado.

A la salida del camping hube de pagar para recobrar mi carnet de identidad que había tenido que dejar allí en depósito la noche anterior, al entrar.

Salí, sin saber donde ir, pero no quería seguir en Toledo. Decidí visitar la oficina de información y turismo para conseguir un mapa de la provincia e información, como es obvio tener una oficina de información; con la intención de visitar el Casar de Escalona o Cazalegas.

Estaba cerrada.

Volví al parque en el que el día pasado había estado recordando y me dije a mí mismo: – Esta vez no te pasará-. Pero me pasó. Pronto pensé: ¿por qué quiero sentarme justo en el banco en el que estuve ayer? aún es más, ¿desde cuando me gustan a mí los parques?

Las respuestas a estas y otras preguntas llevaban su nombre como portada y no quería ni mirarlas. En realidad, las sabía.

Extraje las cartas de mi macuto y me preparé para hacer un solitario. Comencé. Era su solitario; el solitario que ella me había enseñado a hacer. Ya no sabía qué hacer. Los nervios se estaba apoderando de mí. Entonces volví a huir otra vez más de los recuerdos de aquel parque que parecía tener algo especial para recordarla.

Me dirigí al centro de la ciudad, a pasearme por las callejuelas bulliciosas y en las que debía estar atento para no chocar no con las gentes, ni con los coches, ni con las paredes y ello me distrajo lo suficiente para calmarme.

Alrededor de dos horas duró esta situación y después recordé que sería buena idea tener algo que hacer ese día y por ello regresé a la oficina, ya abierta, de turismo.

Allá me dotaron de un mapa y de los datos necesarios para ir a Talavera, en cuyo camino se halla Cazalegas.

Cogí un autobús, es decir, el autobús me cogió a mí, en Toledo a las 12:00 que me condujo a Cazalegas en, aproximadamente, una hora y media.

Estaba fuera del pueblo, como a un kilómetro, y lo veía todo desde arriba y me pareció, y no me equivocaba, sumamente pequeño.

Decidí adentrarme en él y buscar un lugar para pasar allí la noche. Por si había suerte, en el camino que conducía al núcleo urbano, tendí el dedo y hubo suerte: el primer coche paró. Entré y entablamos conversación de autoestopista; él me desveló que había sido boxeador y yo que era estudiante. Aproveché aquella charla para preguntar si en aquella localidad había un camping o algo similar para pasar la noche. Él me contesto que, en efecto, había no solo uno, sino dos campings junto a la playa de un embalse, pero que estaban a algo más de un kilómetro pasado el pueblo. Más o menos entonces, se detuvo frente a una casa y me dijo – Espérate un momento -. Yo no vi inconveniente en hacerlo y al tiempo escuché, no porque yo sea cotilla, sino porque hablaban gritando, cómo decía mi improvisado chofer:
– Vuelvo pronto, voy a acercar a este chaval al camping.
Siguió conversando con aquella señora que le había salido a recibir y que luego me enteré de que era la señora de su capataz al que, atravesando el pueblo, que en poco tiempo se atravesaba, nos encontramos.

Paró a hablar con él de una cosecha de no sé qué y de que en aquellas noches se les había helado el manzano. Mi amable piloto se lamentó y le dijo – luego hablamos, ¿vale? – y siguió dirigiéndome hacia el camping. En la entrada del mismo nos despedimos y le agradecí su generosidad.

Entré y pedí un papel para hacer la reserva en la recepción y dejé mi DNI como garantía. Busqué un sitio donde extender mi manta y mi saco y, tras no poco andar, encontré un lugar cómodo, con un árbol que me sombreaba, un suelo bastante llano y una panorámica inmejorable desde la que veía la playa y, en embalse, veleros, veleros y yates de un bonito puerto deportivo.

Me tendí y mi estómago me recordó que era hora de comer. Abrí unas latas y comencé la ceremonia. Al rato, noté que donde estaba había muchas hormigas y eso no me atraía para pasar allí la noche al aire libre.

¡Ah! ¡Cómo echaba en falta entonces la tumbona del día anterior!

Cuando hube acabado de comer, decidí no montar allí mi maldotado dormitorio y, sin ningún problema, pude anular mi reserva y recuperar mi DNI.

Estaba a pocos kilómetros de Talavera y tenía el tiempo suficiente para ir andando. Salí a una carretera realmente mala y comencé a marchar al tiempo que, cuando pasaba un vehículo, hacía autostop.

Continúa (y termina) en Cómo recorrer 3/4 partes de Toledo solo y durmiendo al aire libre (IV).

Cómo recorrer 3/4 partes de Toledo solo y durmiendo al aire libre (II)

Continuación de (Cómo recorrer 3/4 partes de Toledo solo y durmiendo al aire libre).

No sé qué ocurriría finalmente pero yo hube de irme pues ya había comprado mi billete hacia Toledo. En los andenes de la estación pude estar cercano a otro acontecimiento digno de ser contado.

En un habitáculo colindante a una sala de espera a la puerta del cual yo estaba sentado, entraron 5 vigilantes de RENFE grandes, fuertes y bien armados y, segundos después, fueron saliendo uno a uno como indignados y con prisa. Tras ellos salieron unas voces de una mujer (otra mujer, para la estadística) que, extasiada por su propio histerismo, gritaba:
-Al rey, a los diputados, al tribunal constitucional habría que llevar este caso.
-Disculpe, señora… – quiso calmarla un funcionario.
-Y usted, ¡usted, cállese! Dos horas que llevo esperando para comprar un billete para Parla y aún no lo tengo… bla, bla, bla…

Yo me fui. No tenía ganas de aguantar otra vez la risa ni de meterme en líos.

Llamaron por los altavoces para un tren para Toledo pero no me enteré y me dispuse a preguntar a una chica rubia que iba con dos chavales pequeños que se anticipó preguntándomelo a mí, con lo cual, como es fácil imaginar, quedé algo perplejo y más aún cuando me dijo entre castellano e inglés sin venir a cuento:
-No te vendría mal afeitarte.
Creí que no había entendido bien y, cuando me di cuenta de que lo había entendido, lo entendí menos. No sé porqué, pero en ese momento me pasó la imagen de… bueno, de quien va a ser, como siempre.

Me asustó la idea, por un momento, de no poder escapar de ella durante toda mi escapada pero (¡tachán!) la suerte estaba echada.

Por supuesto, dejé ir ese tren y esperé al siguiente al que entré sin mayores altercados.

Entablé, prontamente, amistad con dos matrimonios ingleses que no entendían nada de castellano y con los que estuve hasta entradas las dos del mediodía. Había llegado a esa ciudad de contrastes entre lo rústico de sus gentes y la cosmopolita esfera de turistas, entre lo rústico de sus catedrales y murallas y las sofisticadas máquinas que las inmortalizan.

Comí tarde y después quedé como adormecido con macabros pensamientos en un banco de un parque. Observé las palomas y escribí su nombre en la arena y lo contemplé hasta que se me caían los párpados. Me incorporé, recogí el macuto, y salí, huyendo, todo sea dicho, de allí.

Anduve varias horas vagando por estas callejuelas zigzagueantes, escalonadas y empinadísimas, buscando las sombras, las estrecheces y la soledad, pero, al mismo tiempo, tenía mido, porque sabía que, si estaba solo, ella estaría conmigo y yo no podría soportarlo.

Conseguí dar con el camping y me introduje en él. Desinteresadamente, mi amable vecino me prestó una tumbona para que pudiese dormir más cómodamente y trabé amistad con él. Ahora estoy tumbado sobre ella y me voy a dormir.

Seguiré mañana: día 2.

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Cómo recorrer 3/4 partes de Toledo solo y durmiendo al aire libre

Día 1º: (Coincide con ser día 1 de mayo de 1986)

Salgo de mi casa, habiéndola llenado de embustes y con mi conciencia martilleándome y mi macuto a cuestas a las 8:30. Mi gran temor era que mi padre, generosamente, se ofreciese a llevarme y me angustiaba la idea de que descubriese todas mis mentiras de un solo golpe. Por tanto, mi pequeño gran suspiro vino cuando conseguí, tras el no poco agitado viajecito, cuando se viaja en el último asiento, verme en Madrid, la gran metrópoli, la populosa capital y el orden más desordenado.

Pues bien, yo, un osado estúpido, la atravesé como tantos hacen cada día, en la línea 1 de metro (suburbano), pero para mí este día, era algo especial: notaba independencia creciente en cada estación.

Llegué, sin incidentes dignos de ser mencionados, a la estación de Atocha y, para acceder a las taquillas de Renfe, crucé los pasillos, los largos corredores, cuidados y limpios por mendigos y vagabundos… bueno, eso es lo de menos, lo divertido es que logré mi propósito… bueno, lo divertido tampoco fue llegar, sino lo que a continuación narraré que ocurrió allí.

En ocasiones es posible observar a las gentes afables, tranquilas y solidarias de la insigne villa transformarse, como por influjo de la luna, en bestias groseras, egoístas e, incluso, violentas. La escena que el destino me concedió presenciar fue uno de estos casos: Habían dispuestas dos abultadas filas para comprar los billetes y yo, sin pensarlo tanto como el burro aquel que tenía ante sí dos montones exactamente iguales de paja, opté por una de ellas, prácticamente al azar, entre tanto y para pasar el rato estuve observando los quehaceres de una familia que se había situado en ambas filas para elegir, en último término, la más conveniente. Hasta este momento, todo era dulce y suave, propio de gentes afables, tranquilas y solidarias, más cuando apenas quedaba una docena de personas delante de mí y casi una docena de docenas detrás, sucedió que una señora de lo que las gentes de aquí entiende por malos modos irrumpió bruscamente en los puestos de vanguardia de la fila profiriendo gritos en favor de su justicia vengadora –me sá vían colao, pos ahora me cuelo yo-.

Curiosamente, el concepto de justicia, a pesar del increíble número de telefilms yankis que ingerimos al año, de las quijotescas gentes ibéricas está, por suerte, encontrado con el de ojo por ojo y parece más influido por el bíblico de poner la otra mejilla; el caso, lo que importa, es que a esta proveedora de sus libertades, de sus derechos, y no creo que de sus obligaciones, la hicieron frente verbalmente aunque un defensor de esta fiscal, abogado, jurado y juez agredió, no solo verbalmente, a uno de tantos sofistas que surcan el mundo y que imploraba –razone, señora, razone-.

Pues él, guardó su filosofía en el bolsillo y respondió a su agresor, por supuesto, tampoco verbalmente. 2 minutos después eran ya 4 individuos los que, en cada lado, peleaban físicamente como adolescentes borrachos.

A mí me divertía ampliamente observar aquel caos y a aquella vilipendiante señora vociferando -pos yo digo que daquí no me muevo-.

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la cada

las
cada
ante la cañada
loco
amenaza
una frase
encontrar
de nuevo ese camino
murió
cuadradoluz
solos
amargos
un -s
en la niebla
de
sus llamadas
vez salvación
forman
corazón
caer
de la
del revés
comete
que
se entristece
y estúpido
de la lobotomía
volver
para
cuando Tania
ni un centímetro
la
sentirse
de sueños
entre la niebla
llama
entre
otra su
hoy
de un
la que
altura
que
sordera
un grajo
sin un ápice
un paraíso caliente
la que logro
gritar
de la distancia
puede
contra
uno
una ventana
está
a morir
la alcaldía
del mundo
y ser
uno apagado
en a
la
entretenimiento
la
como
de labor
en el que barrer
y es una vez más
hay que
azulejos
hasta que echo
acaudillados
para
azules
ella no
?do
contra
el fin
una a
que
latidos
(sin alma)
su nombre
Sentido.

azul
torpeza
estaba
sin sentido
hacía
un ruido ensordecedor
de los
amarillo
mente
de las
de
famélicos
llenasen
oigo música
sueño
crisálida
doloroso
aceras

lo
de nostalgia
suelo
de (algunas veces
de
previsto
de idas y venidas
huecas
para alcanzar
la noche
tiempos
en las
dunas
golosinas
andrajosas
de lágrimas
ahora que
se ha
osada
que abriga
piden
fuesen
sorben
las ramas (suspiros
alzan
invaden
como lágrimas
brazos
en bramidos
policías
de albal
tener
aunque
de
corazón
cayendo
realidad
.

un
por
(y
vez
en
esa cruel deficiencia
y paso en dolor
en el barro
bramidos
a brochazos
de
los una morada
labios
su alma
barro
putas
a mí
porque
más
tregua
sus pelos
Todo
lago
la
eso no
en la oscuridad
atrás
que apabuye
ese estómago
y la dureza de la
más allá
mi corazón.

Ejército
poemas
ojos
en la ventana
mirada
es una gris y
en las
como
todo
allá sin
por el
Tiene

Eres producidas
acaece
otra y otra
un asustado
el tiempo en peso
como los ojos
aparecieron
apuntalar
un libro
si de viento
y ys-m
de amar
en este
y unas
acceso
saben
escapar
sin cuando
.

Hoy vivo!

Estudio 3, M-20021111.

Haaa esto es la voz de la lucha de clases es el bienestar del dios que se convierte en rizo de oro como el pecho eterno que roza la boca de la gloria. Esta noche se hace bala y se escribe en tinieblas de luz como el horizonte se vuelve estrella y vuela.
Hoy el cráter del océano se convierte en luna y no hay razones para suponer que habrá un mañana lleno de cuadrados, lleno de ojos que miran, de lentes que opacan, de abracadabras azules que vierten su chubasco de aire en mis pesadillas que se hacen realidad por la verbigracia de la horizontalidad.
El sudor es el llanto del niño pequeño que habita en mí, bajo una mesa azul arrinconado que grita en silencio pidiendo ayuda pero está tan sólo que solo cuenta tornillos en el paraguas y en el suelo, en el borde blanco de los laterales. El sexo se hace olvido y gara es la musa que envuelve de gris el tiempo.
Hada en la noche se hace real y se convierte en cerda como en la película y sus eructos salvajes me tiñen de rubio. Mañana no puedo ir a trabajar. Los cuadrados no entienden que la lengua salada no tiene alas como el mar y no puede encerrarse en una jaula de horas. La lengua de plata que come coños, que lame melones maduros en el experimento del recuerdo. Hoy el cielo tiene ganas de matar gorriones que anidan en los cables de la luz. Pero ya están muertos. Cayeron en la hondonada de la pesadilla que nunca me atreveré a escribir.

Hoy vivo!

Día de Huelga General

Madrid, las calles, M-20020620.

Hoy es huelga. Pero no es huelga sino que hacemos que la huelga sea. Esta diferencia es esencial.
Quiero salir a la calle, a las calles de esta mi ciudad para saber qué estamos haciendo. Lo primero que veo al salir (¿cómo no?, me pregunto sin extrañarme) es un coche de policía patrullando.
Las putas de Ballesta no hacen huelga. Pero claro que tampoco se sienten representadas. Sin embargo, antes de entrar en Gran Vía, noto el primer destello de esperanza: un coche con cuatro sindicalistas vociferan un llamamiento ¡a la huelga! desde sus sonrisas – me siento parcial, pero iban sonriendo, esa es la verdad.
Sorpresa: Los escaparates de Zara están cerrados pero hay guardias en la puerta. ¿Trabajan dentro hoy?.
2 helicópteros surcan el cielo. Ayer sus focos me recordaban las películas de fugas de campos de concentración (no fugas de muerte) pero luego pensé que estábamos en un país libre y me sentí mejor. Me pude ir a dormir sin pedir permiso.
Tengo derecho a la huelga aunque esto parezca incomprensible en mi entorno laboral que aún se pregunta: huelga… ¿para qué?.
También las mujeres son hermosas caminando en las anchas aceras de Gran Vía, recién arregladas por nuestro egregio ayuntamiento y hoy regadas de octavillas de UGT.
Todo parece bastante calmado a pesar de los esporádicos coches que blanden banderas rojas como si tuviese algún sentido ese viejo símbolo de sangre de clase. Claro que son las 9 y media.
El centro de Madrid es intenso. Me gusta su intensidad.
Un megáfono desde una furgoneta de CCOO lanza su mensaje incomprensible. Va precedida de un coche patrulla de nacionales. Ellos no llevan megáfono. Su acción me resulta demasiado comprensible.
El servicio de limpieza de la ciudad está barriendo las octavillas. No sé si barren especialmente despacio o es impresión mía.
Más banderas.
El Galache está abierto pero hoy quiero seguir en las calles. Ver cómo van y vienen los autobuses rojos de los servicios mínimos, taxistas y siempre parejas de policía motorizada.
Todos los medios disponibles al servicio de la ley y el orden (¿qué ley? pero, sobre todo, ¿qué orden?).
Me pongo al lado de 10 policías nacionales a escribir que no entiendo qué labor hacen en frente del corte inglés de preciados. Supongo que garantizan la seguridad laboral de quien hoy no ha ido a trabajar.
Voy hacia Sol.
Son las 9:51 según un reloj de esta calle. Justo al lado, varias furgonetas de municipales. Se oyen a lo lejos vítores y silbidos, sin duda potencialmente peligrosos y dañinos (¿para quién?).
Motoristas dispuestos que se mueven con rapidez. Intrépidos. De repente todos se van. Sólo quedan 4. 4 policías juntos es un número pequeño.
Los comercios están cerrados.
Cortefiel tiene la puerta a media asta.
Se mueven los 4 municipales.
Una pareja de nacionales que no vi donde estaba viene en mi dirección.
Hay un cartel prohibiendo fijar carteles. ¿Qué es un cartel?.
Tengo miedo a las masas y hay una manifestación a 50 pasos frente a mí.
Algunos manifestantes con banderas vienen hacia mí, pasan a mi lado. Por supuesto, 2 patrullas mantienen la calma. Gente a mi alrededor. ¿Qué hacemos? se preguntan. Yo también me lo pregunto. Van a dar porrazos a una mujer que está poniendo pegatinas en un escaparate. La cuestión está candente. Hablan de hacer algo contra el corte inglés. Tiene sus desventajas ser uno de los símbolos de este estado de bienestar. Me miran con dudas sobre cuál es mi posición en el conflicto. Yo no lo tengo claro pero sé que las telefónicas, hoy, siguen recibiendo ingresos.
Vítores simples, contundentes: Huelga Huelga Huelga y yo en medio de la calle escribiendo, un perro ladra. Los municipales pasan a mi lado. Todo en calma. Este piquete informativo bromea sobre lo que puede y no puede ver el helicóptero. La gente de UGT quiere unirse con la gente de Comisiones pero hay líderes idiotas en todas partes.
La manifestación entera viene hacia mí. Sus gritos de Huelga Huelga Huelga suenan cada vez más fuerte y cerca. Piden el cierre. Solo ante el peligro. Me voy a apartar para dejarles paso. Voy a seguirles porque están haciendo historia. Estoy seguro de que algo va a pasar. Banderas de papel plastificado.
El helicóptero está encima de mi cabeza, de nuestras cabezas y alguien con un cuerno emite su ruido característico, el que seguro que ha hecho en más de una ocasión futbolera. ¿Cómo se organiza una masa semejante? ¿Cómo se articula?.
Un coche de policía municipal se atribuye la vanguardia. Todo ha de estar bien definido. Se vuelve a poner en movimiento y los vítores me rodena. Banderas y jornada de presión. Hay que cerrar porque hay huelga general. Gritan intimidando a los que hoy trabajan. Hay que decir lo que hay que decir. ¿Cómo en este momento el silencio puede ser una acción?. Un tipo le dice a una estación de cambio de moneda que baje el cierre. Le hacen caso.
Un hombre encorbatado se cabrea porque le ponen una pegatina en su escaparate. La gente está agresiva. Pero es que hay gente con ganas de que esto no quede en palabras.
Una cámara toma todo lo que puede. Inmediatamente, una barrera de policías acordona el local. Me sumo. Soy uno más caminando con todos ¿por qué? no sé, lo que sé es que no quiero dejar pasar este momento en el que las piernas me tiemblan cuando oigo que hay que cerrar porque hay huelga general. No puedo parar de escribir y no puedo parar de andar. Ando y escribo. Ahora la Mexicana y Cortefiel han bajado sus puertas ¿durante un rato?. Virginia se pregunta lo mismo que yo y las pegatinas cubren la ciudad. ¿Cuántos policías de paisano?.
A nadie les gusta que otros no se unan. Todos sabemos que esto tiene que tener cohesión. Sin unión no tendrá sentido… ¿opción personal? ¿existe?.
El rodilla es el nuevo sitio sitiado. Se oyen golpes de cristales. Bajan los cierres. Aún no ha llegado la policía. Aquí se curra de rodillas.
No quieren bajar el cierre por completo. Esto es estúpido. Golpes. Algún agarrón. Se niegan a cerrar. Intentan discutir. Hoy no es día de discusión, es día de acción.
Nos movemos.
Se han roto carteles del Rodilla.
La rendición de Breda de las banderas rojas. El corte inglés es intocable.
Antidisturbios con porras y casco. Dan miedo. Nadie se acerca. Me tiemblan las piernas no me atrevo casi ni a mirarlos. No me puedo creer que vayan a embestir pero ellos también tienen ganas. Uno de ellos se acerca y todos vienen detrás.
Una furgoneta blindada. Tienen ganas de repartir ostias. El helicóptero sigue mirándonos. Ahora también me tiembla el pulso.
Llevan guantes negros.
Les sonrío pero el miedo convierte mi sonrisa en una mueca.
Van vestidos de azul oscuro y sus cascos negros. Otros nacionales detrás y uno de ellos les dice que cuidado con este que está apuntando.
– bueno, ¿les damos o no? ¿o esperamos un poquito?
Yo tengo pánico pero no quiero moverme de esta farola en la que me apoyo.
Hoy es mi día de silencio y me acabo de dar cuenta de que el silencio, de que mi silencio, se ve como algo agresivo. El enfrentamiento de miradas. Se van a otro sitio. Veo que se van y aún me tiemblan las piernas. No tengo fuerzas en los brazos. Estoy sudando.
Aún mi corazón está a más revoluciones de lo normal y no quiero despegarme de esta pared. Voy a guardarme la cartera en el bolsillo porque puede ser que pierda mi mochila. Espero que no, pero…
¿Se puede hablar con estos monstruos del Orden? Mucho me temo que no. Hoy no pueden ser personas. Hoy tienen que ser animales. El corte inglés mantiene sus puertas abiertas.
Coches y coches de policía.
Estado de sitio en Callao.
La gente contesta a ofertas de un periódico de izquierdas en apoyo a la huelga general de forma que no les oiga nadie.
En Gran Vía hay coches patrullas por todas partes. Nadie quiere hacer huelga salvo estos cuatro que creen que va a servir de algo.
Los municipales motorizados me miran mal porque les miro (igual yo también les miro mal).
Estoy en la acera y casi me embiste un autobús.
Se me está acabando el papel.
Voy a volver a andar.
No haga huelga, señor jubilado, pero cuando menos no se enfade.
En una zapatería el trabajo hoy consiste en quitar pegatinas de los escaparates. ¿Por qué los quitan si esta tarde van a tener más?. Son ganas de reafirmar que ellos no hacen huelga. Pero ya es bastante claro con tener abierto.

La puerta del ayuntamiento.
No me acerco.
La plaza tiene manifestación. La calle no puede ser cortada. El tráfico no ha de ser interrumpido. Sólo necesitan una mínima excusa para embestir. Todos sabemos que lo están deseando.
Un petardo.
La gente deja banderas en la basura. Hay cansancio. Ojeras.
Gente va y viene. Me miran.
Otra vez otro helicóptero.
Tiran más banderas. Esto se está disolviendo. No se hace nada.
Otro estallido.
No sé qué está pasando.
Hay gente que está triste, amargada y eso no tiene nada que ver con la huelga (¿o sí?).
Coches de policía que pasan despacio junto a los manifestantes. ¿Contra qué?. ¿Contra qué se está luchando y por qué?. ¿Por qué no se lucha todos los días?.
Hay que transformar el cotidiano de los hombres. Hay que hacer poesía cada día.
Un chaval me pregunta que si soy periodista No, soy escritor de poesía y te vienes a inspirar aquí pues claro acaso hoy se te ocurre un sitio más intenso. Ha habido movida en callao has visto como estaba de maderos y sí, sí que lo he visto. Te puedo asegurar que sí lo he visto. He tenido tanto miedo que aún huelo el temblor. Me temblaba el alma, este alma de poeta cobarde que no hace otra cosa que escribir. Ahora nos vamos a la plaza mayor le dicen a Félix. Hala, arrear.
Nos vamos para allá. Me acuerdo de Maiakowski. Cómo vivió, cómo murió. Coherencia hasta el fin. ¡Gloria a Maiakowski!.
Los manifestantes se cruzan con unos cuantos guiris haciendo fotos turísticas. Un tal Villa está hablando (dicen) y yo no sé quien es pero le aplauden así que no tiene que ser de este ayuntamiento que hoy (qué curioso) está trabajando. Se cruzan conmigo. Pasan a mi lado y yo estoy escribiendo. Me miran. Silencio. UGT y CCOO están juntos más o menos y es que hay una intención común porque hay algo que hacer, que tenemos que hacer, todo. Elegir. Optar. Decidir para con todo eso Decir, hablar comunicarse expresar contar palabras… y más. Hoy es día de acción. La palabra será una acción como también el silencio es una acción. Este estar aquí retratando el día, este estar, esta forma de vivir, este respirar, es una acción.
Coches y más coches de policía. También hoy nacionales y municipales unidos. Motoristas con cascos antidisturbios. Casi no queda nadie en la plaza de la villa. Se han ido a la mayor. Se están autoencerrando. Ahí es fácil embestir de forma incontrolada o bien todo lo contrario: perfectamente controlada.
La hostilidad se puede respirar.
Otra manifestación viene calle mayor arriba. Eso sí, perfectamente escoltados. Igual para que no se sientan solos. Los de comisiones son más temidos y más ruidosos. Está bastante claro. Uno de los carriles de la calle está tomado. Me acuerdo de miguel diciendo que la libertad no se pide, se toma.
Otra vez antidisturbios impresionantes para que la cosa no se desmande. Eso es. Todo dentro del Orden. Furgonetas blindadas se apostan frente la plaza.
La concentración de policía es mayor que la de manifestante. Esto es de locos. Un policía no me mira bien tras sus gafas oscuras, opacas como su cerebro hoy. Se siente seguro junto a su coche patrulla DGP-2123-RA. Aún no es delito tomar nota de una matrícula de coche pero tranquilos, uno de estos días lo será. Una excursión de turistas se detiene al otro lado de la calle. Son más de 40. Cámaras toman nota de lo que está pasando pero todo es aparente. ¿Qué haremos mañana? Todo seguirá igual. Amargados unos y otros, tristes sin querer un cambio en el que no creen. Los antidisturbios en motos se mueven. Corbatas delatan a alguno que otro que anda entre una huelga general como si no tuviese nada que ver con él.
Patrullan andando a ambos lados de la calle. Ponen motores en marcha. Un perro mea en la misma papelera en la que estoy apoyado. En realidad no mea, caga.
Me ofrezco a sujetar al perro pero la dueña me sonríe y dice que no hace falta. Se mete en la manifestación.
Voy a tener que vulnerar un cuaderno que no estaba pensado para esto.
Seguimos en calle mayor, cerca de la plaza de la villa. Policías y manifestantes. Hojas de un cuaderno dedicado a la imagen hoy dedicado a la acción. Hoy hasta mi sudor es una acción.
Gritos. Vítores. Más Policía. Policía de tráfico para que ni siquiera eso se detenga. El Orden ordena y manda, como tiene que ser. Un vagabundo es reprendido por 6 policías. 6 agentes por borracho. 2 coches patrulla cortan las calles (ellos sí pueden) para dar la vuelta. Una furgoneta hace lo propio y el guardia de tráfico deja pasar un autobús de 2 plantas sin techo que tanto le gustó a mi sobrino.
De cuando en cuando oigo risas que agradezco como reflejo de la ilusión que creo que debería estar reinando en esta monarquía.
Policías nacionales en la acera contraria. Como tantas otras cosas, nos hacen pelear a la contra y es tan cansado que en ocasiones se van las ganas de seguir y, entonces, me lleno de pensamientos negros de los que me sacan los manifestantes pasando a mi lado, rodeándome en este río humano y comprometido contra el que me doy cuenta de que ha llegado el momento de darme la vuelta y unirme otra vez. Vamos hacia Sol. Los bares no cierran. Disparidad de opiniones al respecto de lo que hay que hacer ante ese sector tan deseado. Igual puede ser un refugio en un momento dado si las cosas se ponen como parece que pueden ponerse a la mínima.
En un cierre he visto un cartel:
Este establecimiento
permanecerá cerrado
el día 20 J.
Disculpen las molestias.

Entonces me acuerdo (si es que puedo decirlo así) de las reticencias bolcheviques para con los pequeños comercios y me doy cuenta de que son la masa inamovible.
Hay gente al lado de sus comercios cerrados transitoriamente. Los últimos huelguistas pasan y vuelven a abrir puertas. No hay respeto. O no hay voluntad de cambiar nada. Todo seguirá igual mañana y tendré la sensación de haber perdido el tiempo pero tenía que intentarlo. Me gustaría explicárselo a ese pequeño comerciante, pero no es el momento.
Parecen sectas, dice un hombre que está esperando que pasemos. Yo no le importo mucho porque lo único que hago es escribir.
Andamos despacio. Gusano de Arrakis que vive drogado con la especia del entretenimiento. Fútbol y toros. ¿Qué se paralizaría si España juega la final del mundial?.
En un país con estas prioridades, ¿qué se puede esperar?.
Al menos, tendremos que ver si en la manifestación de esta tarde los asustados no a la policía sino a la pérdida de dinero o estabilidad se unen para decir algo. Veremos si somos más que para decir que no queremos que nuestro equipo pase a segunda, que no queremos que muera en otro policía en Euskadi o que nos parece mal la intervención de tropas en Burundi por parte de los EEUU sin saber ni cual es la capital de Burundi… ¿existe Burundi?
Más de 10 furgonetas blindadas azules de la policía nacional jalonean la plaza de la puerta de Sol. Aquí no va a pasar nada que no se quiera que pase. Hay pancartas en la plaza. Unos altavoces preparados para hablar esta tarde. Frente al corte inglés se hace clara la impunidad del poder y que el poder lo tiene el dinero. Es un pensamiento simple pero abarcable en un vistazo directo mientras a mi espalda un tipo grita que dios te ama con un libro en alto y diciendo que no importa perder el trabajo sino el alma. La gente se pincha.
Delante de la puerta del corte inglés hay tanta tensión que se corta el aire. Bufidos y pitidos a cada uno que entra o sale. ¿ Por qué no dura todo el año?. Silenciosamente, en pequeñito, este año voy a negarme a entrar en el corte inglés. No se puede entrar ni salir en el corte inglés. ¿Por qué no entramos todos, les hacemos trabajar y no compramos nada?.
Mucha gente tiene cámaras de fotos y retratan este momento. Hay gente que se empeña en entrar y se grita o corea viva la lucha de la clase obrera y yo me cuestiono si se pueden seguir usando esos términos. No se actualizan términos que llevan detrás un concepto y, esto, es un problema.
Policías con guante negro no quieren mancharse con nuestro sudor ni con nuestra sangre.
Esto empieza a ser ridículo.
Frente a una puerta del corte inglés los gritos y los bufidos, en otra puerta, 4 nacionales haciendo chistes entre ellos y dejando entrar y salir clientes sin problemas. Este símbolo es excesivo para mí. Los maderos no son obreros. Pero los maderos en realidad podrían ser los mayores revolucionarios pero no lo van a estar [dispuestos] porque nadie les explica que ellos también van a estar en paro.
Esto ya no tiene sentido.
Me voy.
Cada 50 pasos me encuentro un grupo pelotón de nacionales con su imponente figura, furgonetas blindadas por estas calles peatonales, por todas las calles de las que se dirá que no sintieron sensación diferente a cualquier otro día, que un grupo de alborotadores han provocado altercados aislados que, en suma, no ha habido huelga general.
Pero eso no podría ser negado si tú supieras, porque hubieras estado, que sí, que sí ha habido, está habiendo huelga general.
¿Qué pasará fuera del centro de la ciudad?.
¡Únete a la huelga de poesía cotidiana!
Lucha con todo tu ser.
Sé coherente.
Vive de acuerdo a un compromiso aun a costa de tener que cambiar tu forma de vivir.
Si no eres feliz lucha a la contra y, cuando lo seas, sigue luchando por mantenerte feliz. Recuerda siempre que esta vida es esa enfermedad mortal que se cura con la muerte y si no te gusta la frase, deshazte de la muerte a golpe de besos, de abrazos, de satisfacción, de vida. Nunca estés amargado.
Actúa. No dejes que te puedan. No te pongas excusas. No te salves (que diría Benedetti).
Mantén tensa la cuerda y come mucho, come mucho para que nunca te falten las fuerzas.
Haz de cada día una revolución, de cada mañana un despertar, de cada beso un amor. ¡Qué nunca haya besos sin pasión!
No vivas triste. No seas enfermo mortal.
Haz de cada sonrisa un contacto nuevo. Haz un amigo cada vez que alguien te hable. Deja que tu alma se exponga en tus miradas, siente cada injusticia como un cuchillo que te clavan en el pecho, cada dolor ajeno que se troque anejo.
Que no te haga falta Orden para mantener la calma. No tengas miedo a ensuciarte pero procura que no sea sangre.
Disfruta, en fin, con cada momento.

Quiero arrullarme

en el suspiro-temblor
de tus labios-besos

No soporto que en una cafetería me retiren el vaso o la taza por el mero hecho de que haya terminado su contenido. Si sólo viniese por el contenido el precio me parecería vergonzoso o, más bien, sinvergüenza. Pago por la compañía de esa taza o ese vaso. Casi tengo ganas de reclamar o de irme.
Menos mal que aún me queda el vaso de agua.
Tengo miedo de beberla y quedarme solo.
Aunque quizás es el siguiente paso en la evolución de las especies.
Un cristal azul a través del
que ver tu corazón.

Café Galache, M-20020521

Momento

Suena música americana en el altavoz y reconozco una armónica pero no tengo ganas de prestarle atención. Una niña pinta con un bolígrafo y habla con su voz aguda pidiendo jugar y jugar. Su acompañante, que podría ser su abuela, gruñe a la camarera que es nueva y aún no me reconoce. No.
Hoy es un día gris clarito. La luz entra a borbotones a través de las enormes cristaleras y la gente se va. Se van y se van. No les retiene nada. El frío está aumentando. La voz aguda de la niña morena también está aumentando.
Nadie quiere jugar contigo.
Huele a sucio. Huele a miles de mesas limpias con la misma bayeta, el mismo insulto barrido una y otra vez.
Piden la cuenta. Una señora gorda vestida de negro. Tremendamente gorda. Vestida muy de negro. Huele mal. Una mujer y un hombre van con ella. La gorda gorda está a mi lado. Ahora mismo está a mi lado. Ahora ya no y no puedo olvidarla. La gorda gorda de negro negro. Tremenda. Y se va. Se fue. No quiero que la historia cambie de tiempo. Vuelvo.
Ya no está más. Ya no están más. No quiero contar una historia. Una pareja habla bajito en el rincón. Ella se recuesta en la pared de su derecha y sorbe su té con parsimonia.
A lo mejor no es té. A lo mejor no es parsimonia.
No sé.
Mi café se está enfriando. Sale la camarera del turno anterior. Son varias las camareras que salen del turno anterior. Quiero que me salude. Quiero ver su pelo de colores pero no está.
No hay nada qué contar. Sólo un autobús rojo ha pasado por el centro de Gran Vía como si fuese la primera vez. Yo estoy escribiendo como si fuese la quinta vez. Algo así como tontamente. Tonto tontito, saltaría. Grititos en el teléfono mientras me imaginaba el abrazo final en el que rompería todos sus huesos.
Soy un cráter de felicidad,
vértigo de frustraciones
látigo de vida que acaricia el tiempo.
El café está frío.
Definitivamente.
No quiero seguir escribiendo
Glu
bla
burrr
bru bru bru
gra era (o cra
— v
m
guyi jullam

Esto no es una broma