La puerta abierta

Bajo la mesa azul
lloraba un niño,
lloraba triste siempre
solo, un quejido.

En la cama pequeña
murió su infancia
creció su adolescencia
bajo una cama.

Triste de tanatorio
se abrió a la vida
un niño que lloraba
mientras reía.

Al alba abrió los ojos
de verde claro
llenando de silencios
papel mojado.

Y un grito en la distancia
le hirió en el alma,
arrancó sus orejas,
mientras lloraba.

El paso de los siglos
sobre la cama
tiñó de sangre negra
tinta del alma

una herida profunda
de tanatorio
que quemó su esperanza,
cerró sus ojos.

Pero un golpe de luz
le abrió la puerta
lo encontró allí, dormido
bajo la mesa

aullando rimas tristes
por sus heridas.
Quedaba algo que hacer:
La Poesía.

Voy viviendo al ritmo de mi sombra

me he tropezado
dando una patada a un cubo de basura
sin intención
cuando la sombra que lo habitaba
ha calado mis huesos
hasta lo más hondo
de tu corazón.

no sé qué ocurrió,
si algo se ha roto,
si los verbos me vuelven loco
o tú.

no sé, sinceramente,
cómo he llegado a ser parte de ti
a no ser más que sombra
a no ser más
que una sombra
que vive al ritmo de ella misma.

quizás sea el principio
de mi independencia.

Una inmensa sombra

He visto sangre de carne macilenta vomitar un llanto de miseria frente a mí
olido orines de hiel vertidos contra las rocas de iglesias convertidas en impúdicos urinarios públicos
pero grito
lloro
no hago nada
no sé qué hago
cuando recuerdo que
entre dos coches
un pantalón desaparecía
para que su culo
pudiese cagar,
apenas sus rodillas escapaban
del hedor y
unos pedazos de mierda
adornaban la calle
que
entre dos coches
vestía una inmensa sombra
para cubrir la vergüenza
de no tener Dios.

se acabó

tenía anillos dorados.
él la miraba intimidándola y la tensión
se podía cortar
entre los dos.
la mujer frente a ellos
respiraba
muy fuerte.
tenía pendientes dorados de aros enormes,
él un pendiente pequeño en su oreja
izquierda.
su gesto rudo no se escondía en la falsa sonrisa
y ella sabía que él quería matarla.
la mujer frente a ellos
miraba hacia mí.
yo veía en su rostro duro las huellas de la carcel.
tenía el pelo teñido de un rubio dorado,
él, pelo corto, casi a cepillo
y los dientes muy sucios.
quería escaparse por la ventana pero no era posible
y hablaba.
no paraba de hablar y yo no podía oírlo.
la mujer frente a ellos
no podía escapar.
– no quiero saber nada de ti.
a él no podía oírle.
– no creo ya en tus negocios
un teléfono móvil sonó en el fondo
y ella intentó levantarse.
él intentó besarla.
sus uñas marcaron una distancia prudencial
y la mujer de enfrente
se tragó un grito.
pasó un brazo detrás de ella
y ella no aguantó más.
se escabulló de su lado al pasillo
y olí su perfume
de aroma dorado
su olor a sudor siguiéndola
y la expresión de alivio
de la mujer que había estado
frente a ellos.
no pasó nada más
que yo sepa
cuando bajaron del autobús.

Esto no es una broma