piedras de noche

las campanas suenan – hoy también –
el policía corre con una porra en la mano
casi tropieza conmigo
las campanas
un silbido indica al policía por donde ir
un borracho imita a julio iglesias
y una prostituta que es nueva en la calle
no sabe qué pasa
y mira
mientras suenan
repican
alegres las campanas

toda la plaza mira al policía que corre
con una porra
negra y maciza
en la mano derecha y
hay silencio.

los coches se detienen
las campanas se callan – hoy también –
el policía desaparece
y el borracho
vuelve a cantar
algo sobre las mujeres
y la pared y
palabras que no se pueden
entender
piedras de noche.

Para sobrevivir en este mundo hay que perder el corazón

sangrar menos
llorar menos
vivir menos

para durar más
más duro
más frío
más seco
más y más

hasta que el corazón se estabilice en hebras rojas
que fluyen calientes
llamando la atención
detrás de cada mirada que pide auxilio
que pide insoledad
que pide vida

pero es tan tarde que yo
voy a dejar que el viento azote de vida mi cara
que la vida me robe todos mis instantes
y los lleve
tan lejos como el mar
el cielo
los árboles frutales
los olivos de jaén
mujeres andaluzas
un ramo de pestañas que endulzan ficheros
en los que me pierdo para no morir.

la voz no sale de mí

se encierra y quiere vivir
siendo adivinada
pero no puede ser
y escribo
para decir que estas malditas brujas
no paran de mirarme
que así está perfecto de café
que no tengo más fuerzas
que quiero estrangular un fichero de un giga
que nada tiene sentido
que no viví la guerra de vietnam
que nos seguimos matando
que me da miedo la policía de mi calle
que me da miedo entrar en una tienda que vende kebabs
que todo y nada y eso…
que sí y no
que puede
que no sé, sobre todo, no sé
(si siquiera escribir)
y estoy encerrado porque salir al mundo
supondrá asumir que no estoy solo
(y será duro
como la tiniebla
en la que
la ducha de piedras construye carreteras)
encerrado
(musgo que no se permite libertad)

cuánta frustración cabe en un verso
cuánta pena en un escalón del metro
donde suben
borrachos asesinos
suben a ritmo de caballos trotando
(yo también subo)
(aunque no quiera asumirlo)
yo también subo
y no escribo.
No me detengo unos segundos a escribir
aunque llevo como siempre el block de notas
y un bolígrafo bic
para no desperdiciar ese momento
en el que salen (imos) del metro
sin humor ni amor
y suben imos la escalera
borrachos asesinos
pisando vida
robando tiempo
frustrando futuro
inactuando devenires

… seguimos (igo) sin gritar.

la gente no para de pasar al otro lado del cristal
y yo estoy muy cómodo
a este lado
al lado de mi café (con leche
el vaso de agua
el libro de otro
que no soy yo
porque no me atrevo a estar expuesto
al otro lado del cristal
por donde pasa la gente con sus rostros de piedra
su tristeza sin fin
su soledad
– incomunicación –
al contrario que en esta ficción a este lado
del cristal
cálido y sereno
como este poema
que no se atreve a gritar.

Aliviar el dolor de vivir

ya que estoy aquí haré el trabajo –
¿y cuál es el trabajo?
Aliviar el dolor de vivir.
Allen Ginsberg

De plástico. Sabroso.
De carne fresca. Bien en su punto con un poquitito de
salsa roquefort
cortada con mantequilla
sabor a sal
a azulcantes canciones
que traen de vez en cuando
un ruido (melodía y todo lo demás)
hasta mí
que reposo el café
a punto de quedarme dormido
a punto de quedarme dormido
y otras escaseces
que da la vida.

Esto no es una broma