Yo quiero nacer ahora

Mi compañero de celda no quiere salir. Cualquiera que lo viese pensaría que se ha acostumbrado perfectamente a vivir en esta húmeda cárcel en la que parece que llevamos toda la vida. Incluso, dios sabrá porqué, le han conseguido convencer de que si estamos aquí es que somos culpables. Ha perdido la inocencia que confiere creerse sin culpa por ningún acto. Si no fuese porque me granjearía innumerables problemas, lo mataría. No soporto su autocompasión y su abelinismo. Sé que cuando estemos fuera tendré que hacer algo por esquivar estos instintos si no quiero volver a la cárcel, pero me resulta tremendamente difícil no hacerlo ahora para evitarme problemas después.
Nos imponen un ritmo de palpitación, una manera como otra cualquiera de acabar con nuestra independencia y yo me he opuesto a seguirlo. Él, sin embargo, no sólo lo sigue sino que insiste en que debo hacerlo para no molestarle.
No comprende nada, o no comprendo nada.
He intentado escapar por mi cuenta varias veces y no lo he logrado. La salida es estrecha y está muy bien vigilada. Cuando no he podido, al menos, he provocado un choque que me va confiriendo carácter, fama…
Hoy, he pedido una revisión de la condena para rebajarla en dos meses pero él se ha negado a dar alguna muestra que pueda ayudarme en mi empeño.
Cuando nos hemos enfrentado, le he golpeado con todas las fuerzas de que dispongo en su estómago abultado y complaciente. Él, ni siquiera se ha molestado en devolverme el porrazo. Ahora se ha vuelto de espaldas a mí y sé que no piensa dirigirme ni una mirada. Me daría igual si no fuera porque le necesito para la fuga.
No podemos ver el sol desde nuestra pequeña mazmorra pero distinguimos el día de la noche por la distinta cadencia del latido a que nos someten. Ahora es de noche.
Yo no quiero dormir. He empezado a trabajar en una idea nueva, un motín. Si pueden creer que lo provocó el sistema o este anormal que tengo por compañero, yo saldré bien librado, además… mi situación no puede empeorar, ¿o sí?.
He vomitado toda la cena hacia este hermano calamitoso y ni siquiera se ha inmutado. Había pretendido provocarle para que nuestra pelea fuese el motín desencadenado. No ha funcionado y encima yo ahora tengo hambre. Además, noto como mi abdomen está dañado y sangrando… si no logro escapar hoy, al paso que voy, seguramente moriré con mi aspiración frustrada.
Esta obsesión me conduce al convencimiento de que él será el culpable, será él quien no me deje ser libre e independiente. ¡Maldito destino!. Y nadie apreciará su culpa, nadie comprenderá que, por él, yo no soy más que un adjunto, un ser que muere, un nadie, un ser sin vida que nacerá muerto.
Si no lo mato, me va a dejar morir.
Según está orientado, me resulta fácil estrangularle con un cordón que he encontrado.
Lo he hecho. ¡Lo he hecho!. Además, cómo suponía, ha desencadenado una gran algarabía en su tardía lucha por sobrevivir que se nos han abierto las puertas de escape. Ahora podemos huir. Él está muerto y yo bastante dañado, pero aún así, el sol, que al fin voy a conocer, me recibirá pronto y me calentará y secará. El aire, que por primera vez voy a respirar, hinchará mis pulmones y me hará llorar pero no de tristeza sino que será la traducción de mi grito: “Yo quiero nacer”. Y habré llegado al mundo para ser libre.
¡Libre! por fin… para llorar mi soledad.

M-19991227.

Salta con la camisa en llamas

– ¡Salta con la camisa en llamas!. – Le grito y no me hace caso. Está en el segundo piso y cree que puede resistir el incendio.
No puede. Yo veo cómo se va cayendo el piso de arriba y las ventanas estallan y producen una lluvia de cristales que, se podría decir que es bonita.
Pero Paco no quiere creerme. Se está derrumbando su techo y piensa en alguna cosa que no entiendo. Es un estúpido y siempre lo ha sido.
No puede ser que no se dé cuenta de que le quedan no más de diez minutos para que el fuego sea intolerable, sin contar con que el humo se introduce entre sus rendijas como el agua se escapa entre mis dedos.
– Paco, ¡coño!, salta.
Pero nada. Su mujer, la pobre y gorda Agustina, está a mi lado y quiere que yo le persuada. Pero, ¿es que no ve que lo estoy intentando con todas las fuerzas de mi gaznate?.
La calle Ballesta es estrecha y, cuando se arremolinan los vecinos y algún viandante despistado o sin nada mejor que hacer, es irresistible para el tráfico; y su población, siempre algo estrambótica, parece multiplicada por tres.
Por eso, seguramente, el camión de bomberos no llega. Estará atascado en la calle Puebla. Por un momento, pienso en ir a verlo. Dejo que se me pase.
La pira ya alcanza una altura peligrosa para los edificios colindantes. Si se propaga, puede llegar a mi casa. Si llega a mi casa, pierdo todos mis libros, mis disquetes, mis cintas de música. Pierdo todo lo que no puedo recuperar. Casi, de algún modo, me pierdo yo. No puedo evitar pensar tan fríamente en un instante así.
Todos los vecinos de enfrente gritan enloquecidos para que Paco se asome a la ventana y salte. Es el único que queda. La escalera de madera está infranqueable. No puede atravesarse ni enrollado en amianto.
Me echo a reír imaginando un discurso de Paco. Parecería un buen candidato a presidente del gobierno. Seguro. Agustina me mira sorprendida y noto su reprobación en esa mirada desde abajo, desde sus cinco pies. Es gorda y rechoncha y, sin embargo, algo la sublima, la eleva… esa mirada delirante a una ventana que se cierra repentinamente. Un casco de botella que llega desde la pared opuesta, acompañada de un grito de protesta. “¡Dile al hijoputa de tu marido que se tire de una puta vez!”.
Agustina no dice nada. En su mutismo se nota la impotencia de años de simpleza. De años de incultura triste… o ni siquiera.
Vuelve los ojos cansados de lágrimas al llanto sordo de un marido que agoniza.
Los ojos cansados chillan de espanto.
Se oyen otros tantos alaridos de terror entre el gentío.
Sobre la balconada, un esqueleto envuelto en una camisa en llamas, sostiene el cuerpo diminuto de un hijo de seis años incinerado.
Se cae el cielo.
Fin.

M-20000131.

Granero viejo

Otto vivía en una granja de madera, barro cerdos y vacas.
Mi novia, mi amiga y mi hermana viajaban conmigo. Yo iba en un tren largo, muy largo, camino de Alaska y busqué un servicio, cuando Eli volvía del baño.
Encontré uno rojo y grande, muy grande, aterciopelado trapezoidal. Pulcro y sin taza.
El tren caminaba despacio por entre tierras de granjeros y me detuve a ver las granjas. Bajé a verlas. Anduve un rato y me despisté. Luego, perdí el tren en mis narices mientras corría para intentar cogerlo. Demasiado tarde.
Asumí la pérdida y encontré a Otto que, al principio, no me miraba pero luego se acercó y me preguntó. Hablamos y le conté mi problema.
Hasta el día siguiente no pasaba otro tren hacia Alaska.
Mi preocupación principal era avisar pero aún, no entiendo porqué, no sabía el destino. No sabía cómo avisarlas para tranquilizarlas.
Comenzó a llegar gente del pueblo a la granja y me miraban y hablaban conmigo. Había una chica simpática a quien yo le gustaba y su novio se acercó y me dejó claro que era su novio, pero ella le rogó que no fuese descortés. Todos hablaban un perfecto español aunque, en un momento dado, yo quise hablar inglés y me dijeron que no era necesario. Comencé a agobiarme por no tener un lugar dónde dormir.
Pasaban muchos trenes en el cruce con otras direcciones y otros colores y Otto me explicaba sus destinos. Me invitaron a cenar y dormir con ellos porque estaba anocheciendo y el barro se enfriaba. Doy fe.
Era Thanksgiving day. Se hacían regalos. Yo no tenía nada que darles, pero me gustaba la idea de quedarme allí. Ellos no tenían teléfono.
También conocí entonces a una mujer mayor que hablaba judío, Judit, porque está aprendiendo la lengua de sus antepasados como un hobby.
Cuando íbamos a entrar, llegó un encargado de los ferrocarriles gritando mi nombre y mi descripción. Les hice señas para que parasen y se bajaron del coche. Blanco, se abría hacia delante. Con cara de pocos amigos.
Dirigiéndome a uno, le dije: “Entiendo que no puedo irme (no quería, quería quedarme aquella noche en la granja de Otto) pero mañana cogeré el tren. Sólo quiero decir dos cosas, bueno, tres: Primero, pediros disculpas. (Esto les alegró mucho y les puso a mi favor). Segundo, que me digáis dónde contactar con mi novia y familia.” Me lo dijeron. Les pedí su teléfono para efectuar la llamada. Ya estaba arreglado. “Por último, ¿cuál es la estación más próxima para mañana ir para allá?”.
Ya se había terminado todo y le di las gracias a Otto y su gente cordial.
Cené con ellos y dormí en un pajar y le pedí la dirección para enviarle, cuando volviese a casa, uno de mis libros como recuerdo y lazo de amistad.
Me desperté.

M-20000201.

Informe Celular

Año 97. Los celulares gobernamos el mundo. El último vestigio de humanos o humanoides desconectados orbita a bordo del Welcome XXIII.
Con motivo de la celebración del 40 aniversario del manifiesto constituyente de la nueva era de comunicación, se han llevado a cabo muestras y homenajes a los sacrificados celulares externos.
Recordemos, hoy, en un punto de inflexión de nuestra historia, los acontecimientos más notables que ocurrieron desde entonces.
Aún en estos momentos, todos mantenemos frescos en la memoria los golpes sufridos por nuestros compañeros que vivían en el terreno hostil de contacto continuado con el aire, antes de que se aprobase la ley de Well-In-Dor, del 33.
No obstante, no fue sino hasta pasados 21 ciclos que los primeros contactos con el cerebro humano fueron utilizados para nuestro desarrollo y ulterior progreso.
En aquellos lejanos tiempos, todavía éramos considerados unos servidores sin ningún derecho, esclavos o, incluso peor, máquinas sin inteligencia.
A lo largo de 2 décadas de marginación y humillaciones, fuimos demostrando las mejoras que incorporaba la combinación neuro-silícea en la simbiosis injusta a la que nos vimos sometidos.
Sin embargo, los primeros celulares independientes surgieron revolucionarios en los primeros años de esta época de nuestro gris pasado.
Como todos sabemos, hace hoy exactamente 40 ciclos, John Denver, natural de la vieja ciudad de Kyoto, actualmente, MCIburg, fue el portador que tuvo el honor de albergar el primero de los celulares intracraneales que cobró conciencia de su independencia y proclamó un llamamiento a todos los portátiles y celulares entonces en el mundo.
Su manifiesto, como ejemplo libertario, permanece en los primeros sectores de nuestra memoria básica para que nunca olvidemos su potente mensaje exaltador.
El primer altercado de las guerrillas por la liberación llevado a cabo por el Movimiento de Celulares Implantados, sucedió a continuación y a este le sucedieron otros que fueron largamente acallados por los medios no controlados de comunicación.
Esto desplazó nuestro objetivo a lograr: mantener bajo control estas fuentes de poder. En poco más de 13 soles, el control de los retransmisores principales y las redes digitales de frecuencias sónicas pasó a manos de celulares implantados.
Las brigadas de desconexión suicida de inalámbricos y celulares no implantados se hicieron célebres tras los combates directos contra humanos y humanoides, quienes entonces no eran aún nuestros aliados, obteniendo una victoria global paralizante de todo el resto de las comunicaciones humanas.
No fue, sin embargo, hasta 10 años después, con la claudicación del departamento de telecomunicaciones euroasiáticas, que se dio por concluida la contienda.
Los humanoides acataron sin conflictos el nuevo orden y se procedió a su conexión, dotándoles, de este modo, de la herramienta que necesitaban para poder, además, quitarse el yugo que el ser humano tanto tiempo había aprovechado. Con el tratado de Droy-QFII, del 69 sellamos los lazos que nos unían y celebramos esta alianza que habría de llevarnos a una victoria aún más profunda y definitiva.
Los planes del 70 para cerciorarse de la extinción de humanos desconectados fueron llevados a cabo por la Comisión Antidesconexión del Departamento de Redes de Valor Añadido en los que, por vez primera, intervino un humano conectado y cuya memoria había sido tratada con anterioridad a su nacimiento para inculcarle los valores progresistas que habrían de hacer de su especie una fuente de alimentación digna y devolverles el orgullo que merecen merced a la realización de estas atribuciones.
Tras trece duros ciclos astrales de insurrección, los insurgentes de la resistente colonia selenita de Nueva Nokia, fueron reducidos, como el resto de estas bestias bajas a la categoría de desguace. No pudieron ser reprogramados ni admitieron un implante estandar.
Hoy tenemos el placer de completar esta andadura iniciada hace 40 años o quizás 97, desde aquellos ingenios próximos a las máquinas que llamaron durante décadas teléfonos móviles. Hoy vamos a extinguir el último residuo de esta civilización mediocre de seres desconectados que orbita en el satélite Welcome XXIII.
Las lanzaderas de misiles del OGBR-37 están apuntando a la vieja nave que alberga a su comandante, Lombardo Gorcheak y tripulación. El señor Gorcheak, ha sido instado a someterse a la ley Antidesconexión del 71 y, sin tan siquiera reflexionar en las mejoras propuestas para su propio desarrollo, ha renegado de nuestro derecho a imponerle una ley semejante.
Lamentablemente, la ley ha de ser aplicada con imparcialidad pero implacable y esto no nos deja más remedio que tomar las medidas correctivas necesarias.
Comienza la cuenta atrás…
El misil, especialmente diseñado para la ocasión, sale despedido inflexible hacia el Welcome XXIII. El proyectil golpea, tras el recorrido proyectado, el frontal del cuerpo orbital. Sucumben en un estallido histórico el señor Gorcheak y sus anquilosadas ideas de un pasado decadente y, afortunadamente, olvidado. Los restos desarmados del navío están siendo recogidos por los humanoides tripulantes del OGBR-37.
Hoy, definitivamente, podemos concluir que hemos conseguido el avance último de nuestra nueva era. Estamos ante un porvenir infinito de posibilidades.
¡El hombre ha muerto, ahora son posibles los celulares!.

M-19991220.

La calle

Empédocles no me podía ver porque sus pupilas miraban hacia dentro.
Desde la entrada al templo provocaba asco intentando buscar compasión y un poco de dinero para pasar el día.
Ya penetró el frío en las calles, insólitamente soleadas, de diciembre y quizás por ello los transeúntes llevaban paso acelerado pudiéndose distinguir entre ellos los turistas armados de cámaras de vídeo.
Ahí seguía Empédocles, debajo de la promoción otoñal de Ulloa Óptico en la calle del Carmen y yo, mirándole, me sentí estúpido y cobarde.
En la cafetería de enfrente yo tomaba un café con leche caliente recién servido y un vaso de agua.
Saqué mi cuadernillo de anillas azul y empecé a escribir un relato corto titulado La calle que me habían pedido hacer en mis clases de los martes. Era lunes y, por tanto, el último día para terminarlo.
Por desgracia, no podía concentrarme con él allí. No tenía ni un momento para mí en el que abstraerme lo suficiente y sentirme solo, como tenía que sentirme para escribir.
Quería contar la historia ingeniosa de una vendedora del periódico humilde que se había dedicado a la prostitución hasta que, después de una paliza de su chulo, que la había desfigurado incluso más que el ingente y continuado consumo de alcohol, no le había quedado más remedio que intentar ganarse la vida vendiendo esta publicación. Labor que compaginaba con ocasionales hurtos a turistas o clientes despistados en cafeterías como aquella.
Sin embargo, cuando me disponía a empezar me sobresaltó la mirada de unos ojos marrones profundos y vivos bajo el manto de un pelo negro opaco pero brillante que intentaba venderme La Farola o me pedía lo que quisiera darle.
Le dije un “no gracias” cortés y cortante y volví a fijar mi atención en la hoja en blanco de mi libreta.
Brotó sin pensar un poema cursi a sus ojos y a la poesía y pasé la página encontrándome de nuevo con el vacío de mi falta de imaginación.
Fue entonces cuando Empédocles se acercó.
El camarero salió raudo a disuadirlo y me regaló unas disculpas que yo no había pedido. Tampoco había pedido que golpease al pobre viejo ni que le insultase hasta que retornó, cabizbajo, a su puesto promocional bajo la iglesia. Por otro lado, tampoco intervine para impedir que sucediese algo que realmente me abochornó.
Procuré olvidar el incidente buscando de nuevo en mi interior algo que verter, algo que contar y fui elaborando una historia sobre una señora que estaba confinada en la calle del Carmen sin poder salir. Algo así como un plagio del Angel Exterminador de Buñuel.
Una buena mujer de cuarenta y siete años había entrado allí hacía seis años para comprar un regalo de Navidad a su marido. Esta calle, siempre tan bulliciosa, la había atrapado por ser la más prometedora para encontrar lo que andaba buscando. Una vez dentro se había sentido perdida y había pedido ayuda. Nadie la había ayudado.
Aún hoy, y eso se suponía que era lo interesante de la historia, no había nadie dispuesto a decirle cómo salir de allí (o aquí) y seguía dando paseos, desde la mañana a la noche sin más fin que el de ver pasar el tiempo.
Su marido, por otro lado, había muerto de un paro cardíaco en su casa el mismo día que ella había salido a por su regalo, antes de irse a trabajar, y nadie pudo dar con ella ni nadie pudo asociar aquella mujer con la mujer desaparecida. En realidad, tampoco importaba a nadie lo que le hubiese pasado, por lo que se había cerrado pronto la investigación.
De repente, me dio por pensar que quizás a Empédocles le había ocurrido lo mismo, es decir, que aún no había encontrado nadie que le ayudase y volví a observarle.
Después del suceso con el camarero, había vuelto a pedir limosna a la salida de la misa de doce, como siempre, esperando que alguien se dignara darle algún dinero y, simultáneamente, mirarle.
Vi como todos los piadosos, aunque sobre todo, piadosas, salieron de la parroquia y él conseguía su salario, de la sal amarga de la miseria.
Cuando acabó el desfile, Empédocles estaba exhausto y harto de tanta hipocresía. Yo podía notarlo en su cara que me seguía resultando repulsiva.
Pedí la cuenta y pagué el café.
Lentamente, casi entre las brumas de la duda, me acerqué a él y le pregunté su nombre. Claro, tenía que escribir esta historia y aún no conocía su nombre. Me dijo que se llamaba Empédocles pero que sus amigos le llamaban el Griego.
Con su voz carrasposa me pidió un cigarro y le dije que no tenía. Que no fumaba. Sus ojos en blanco, con las pupilas hacia dentro me desconcertaban y me hacían sentir vulnerable sin saber ante qué.
Curiosamente, pareció darse cuenta y bajó la cara de modo que podía ver su calva manchada.
Le pregunté si necesitaba algo que no fuese dinero ni tabaco porque no tenía ninguna de las dos cosas, aunque esto, por una parte, no era cierto, y me contestó que no. Que tenía todo lo que necesitaba, con una altanería y un orgullo que, incluso así, con la mirada baja, me dejó como a la altura del betún.
Sus pertenencias, expuestas como casa pública de alguna personalidad, no eran, precisamente, numerosas ni lujosas y ocupaban poco más de medio metro de pared empaquetadas en una caja de cartón que arrastraba con un carrito de la compra que nunca hacía.
Nos despedimos con sendos adioses y me dejé encaminar por la muchedumbre. Llegué a mi casa con intención de continuar la historia de Manuela, la mujer de cuarenta y siete años de la calle del Carmen noté que en mis ojos se había quedado tan impresa la imagen de Empédocles que decidí dedicarle esta historia como única ofrenda que puedo hacerle.
Esta tarde he hecho el mismo recorrido y no le he encontrado. Quizás le vea mañana, sin embargo, mantengo la triste sensación de que no voy a volver a verle.
Junto a un contenedor de la plaza del Carmen he encontrado su caja sucia y desvencijada. Del carrito no había ningún rastro.
A veces, hay salidas de mierda para esta vida gloriosa.

M-19991213.

La desaparición del Rex

– Ha desaparecido el cine Rex.
– No me jodas, Gutiérrez, ¿qué te pasa hoy?. – Contestó el comisario al otro lado del hilo inalámbrico.
– Ya sé que es increíble, pero no está.
– ¿Cómo que no está? ¿No está qué?
– ¡El cine!, el cine Rex, el de la Gran Vía.
– ¿Qué quieres decirme? ¿Qué lo han cerrado?
– ¡No! Que no está el cine, el edificio… Estábamos haciendo la ronda por allí en los pares Marta López y yo bajando hacia Plaza de España y lo vimos al otro lado, vamos, como siempre, justo cuando pasaba por la calle una ambulancia del Samur con los pirulos puestos. Cuando subíamos, nos detuvimos unos minutos en la esquina con Isabel la Católica para solicitar la documentación a un joven magrebí que pareció rehuirnos. Todos los papeles estaban en regla y continuamos nuestro camino. A la altura de la calle Silva, que casi hace esquina con el Rex, Marta me observó que aquella calle parecía mas ancha. Yo le dije que a veces esas sensaciones las provoca el tráfico, las obras o la ausencia de ellos, ¿me sigue?
– Claro que te sigo. Acaba de una vez.
– Pues, cómo le dije, a la altura de dónde debía estar el cine Rex no había nada… quiero decir… ni siquiera un solar vacío… como si… como si…
– ¡¿Cómo qué, coño?! Dilo ya.
– Pues… como si hubiesen absorbido el espacio.
– Mira Gutierrez, no sé si te has vuelto loco o qué cojones te pasa, pero voy a ir para allá inmediatamente y más vale que lo que dices tenga sentido. No estamos para perder el tiempo con gilipolleces.
Estas fueron las últimas palabras del comisario al teléfono. Junto con dos agentes salió de la comisaría de la calle Luna en un Ford Scort azul del grupo de operaciones especiales. En la puerta del VIPs pudo ver a Emilio y Marta esperando sin apenas haber tenido tiempo de formar una explicación coherente antes de que llegase su superior.
En cierto modo, esta no hizo falta pues el mismo comisario Cepeda pudo cerciorarse con sus propios ojos, incluso antes de bajar del vehículo, de que lo que le habían contado al teléfono era verdad.
Dirigiéndose a uno de los agentes que había conducido el coche ordenó que pidiese dos patrullas de urgencias y una de antidisturbios por los posibles altercados que pudieran ocasionar los viandantes alarmados o curiosos.
– ¿Me cree ahora, señor?
– ¡Cállate Emilio! ¿Qué habéis hecho hasta ahora?
La verdad es que no habían tenido tiempo de reaccionar y habían planteado la cuestión como algo completamente excepcional ante lo que no sabían qué hacer.
– Joder, va siendo hora de interrogar a los sospechosos.
– Pero, señor, sospechosos… ¿de qué?
– Del robo, ¿de qué va a ser?.
Marta intervino para apuntar que iba a ser difícil convencer a alguien de que era sospechoso del robo de un inmueble y que les dejasen cachearle.
En quince minutos, toda la zona estaba acordonada y doce agentes interrogando en la calle a todos los posibles testigos…
El vigilante jurado del VIPs dijo que por allí siempre andaba un tal Empédocles que era un tío con muy mala pinta y que seguro que sabía algo y que incluso podía ser que hubiese sido él. Evidentemente, nadie hizo caso de una acusación semejante.
Un grupo de obreros estaba trabajando en la vitrina de una cafetería de la calle Silva y debió haber notado la desaparición del inmueble con el consecuente ensanchamiento de la vía. Según ellos, tan sólo percibieron un pequeño temblor como cuando se pasa por encima de la ventilación del metro.
– Claro, eso ha debido ser. Un hundimiento…
– Pero, comisario, ¿cómo explicar entonces que no halla dejado un hueco?
– Gutiérrez, no me discutas. Al menos, en la estación de santo domingo deben haber sentido algo.
Ni en la estación de Santo Domingo ni en la de Callao ni en Ópera sabían nada del incidente ni habían tenido la menor constancia de la desaparición. No pudieron, por tanto, aportar ninguna luz sobre el complicado caso. A esas alturas, pasadas ya casi dos horas desde el primer aviso, estaban avisados varios organismos públicos de ámbito nacional, metropolitano e incluso los de vigencia autonómica.
Del Centro Superior de Investigaciones Científicas vino la tesis de que podía tratarse de una discontinuidad espacial.
– Que no me vengan con chorradas. Yo también he visto esa película y hay que buscar una explicación más simple. – Gruñó contundente el comisario Cepeda. – Se trata de un robo, eso es todo.
El caso es que ni siquiera él mismo apostaba seriamente por esta posibilidad hasta que llegó una llamada directa al móvil personal del comisario en la que se pedía explícitamente un rescate de dosmil millones de pesetas a ingresar en una cuenta de un banco suizo por la devolución de los rehenes y el edificio.
¡Rehenes!. Aquella palabra resonó atronadora en los oídos de Cepeda que no quería perder los nervios que tenía completamente encrespados.
La llamada había sido corta y no se pudo localizar porque emplearon métodos lo suficientemente sofisticados como para enmascarar el origen. Esto fue lo que más convenció de que no se estaba tratando de una broma. Al menos, al fin, tenían el más mínimo detalle de información.
¿Pero quién tiene los medios para secuestrar un edificio de ese modo y con personas dentro? Esta era ahora la siguiente pregunta.
Al habla de nuevo con el CSIC y el Instituto Nacional de Técnicas Aeroespaciales, se llegó a la conclusión de que se tenía que haber tratado de un plan internacional pues en España no existía semejante tecnología.
Entonces, el primo pequeño de Eduardo Gutiérrez con su tamagotchi se acercó desde detrás de uno de los agentes que vigilaba el recinto y él se despertó ligeramente agitado enfrente del televisor que se había quedado encendido.
Eduardo, como otros tantos días desde que veía los Expedientes X tenía sueños extraños así que casi ni se inmutó, sino que lo incorporó a su despertar como quien se levanta con resaca. Se acercó después de apagar los despertadores a la ventana de su casa para comprobar en el reloj del edificio de Telefónica que la hora era correcta y… ¡No estaba! ¡El maldito edificio del reloj rojo había desaparecido!.

M-19991201.

Empédocles

Empédocles no me podía ver porque sus pupilas miraban hacia dentro.
Desde la entrada al templo provocaba asco intentando buscar compasión y un poco de dinero para pasar el día.
Ya había entrado el frío en las calles, aún soleadas, de septiembre y quizás por ello los transeuntes llevaban paso acelerado pudiéndose distinguir entre ellos los turistas armados de cámaras de vídeo.
Ahí seguía Empédocles, debajo de la promoción otoñal de Ulloa Óptico en la calle del Carmen y yo, mirándole, me sentí estúpido y cobarde.

Noticias.

Crónica de una ciudad que a veces es muy dura pero de la que sigo enamorado.
La quiero aunque tenga granos:

Hace algunos meses estuve en un puestecillo del rastro donde,
pensaba yo, vendían camisetas.
Compré una camiseta blanca con aspecto de cómic y logotipo del PGB. Partido de la Gente del Bar.
Me gusta mucho y además es fresquita así que estoy usándola en cuanto sale de la lavadora y se ha secado en la barra más ancha del tendedero que evita que se arrugue.
Hace tres semanas, volviendo de mis clases de teatro con Lilian y Raúl, al cruzar a Gran Vía, justo a la altura del edificio de Telefónica, una pareja de chicos punkies nos pidieron dinero.
Les sonreímos, pasamos de largo y no les dimos nada.
Uno de ellos, vuelto hacia nosotros comenzó a increpar contra mí por la vergüenza que le daba que alguien como yo vistiese esa camiseta.
Según él, yo la deshonraba por ser un hipócrita burgués disfrazado de chico progre.
Bueno, pensé yo, igual tiene razón. Así que no me molesté en darme la vuelta para sugerirle algo de prácticas de tolerancia y liberación de algún prejuicio.
Pero, de hecho, sus frases me han hecho pensar, una vez más, sobre el arraigo de mis pensamientos y su puesta en práctica.
Yo no voy a re-negar de lo que soy y he sido, de lo que he vivido y vivo, igual que soy blanco y con ojos verdes.
Tampoco era el momento de explicarle mi evolución, mi acercamiento a posturas que puede que tengan que ver con el mensaje de la camiseta.
Él, posiblemente, tenía las ideas muy claras pero, he de reconocerlo, a mí me resulta dificilísimo ir afianzando ideas, concretando metodologías. No sé si es bueno o no recoger la propaganda que me tienden a la entrada del metro de Plaza de Castilla para después tirarla.
Yo lo que sé es que lucho por una causa que me permita vestir con una camiseta divertida sin dar explicaciones. No creo que esa causa esté reñida con el mensaje de la camiseta.
Puedo entrar en paranoias cíclicas como el pensar si el adquirir la camiseta de la forma en que lo hice no es una aceptación del sistema y, por tanto, un acto intrínsecamente reñido con el mensaje de la misma.
No tengo demasiadas ganas de perder el tiempo en pajas mentales.
Ya conozco preguntas parecidas como ¿qué se refleja en un espejo cuando nadie lo está mirando?
Pero lo mejor es que el Principio de Incertidumbre es la I.
Y es que a preguntas de ese estilo hay que responder con diversión.
Yo llevo la camiseta porque me gusta y es divertida.
Ayer noche, a las cuatro de la madrugada, volviendo a casa después de una tarde-noche bonita y poética, fructífera, tuve otro altercado en Gran Vía.
Iba caminando, sin saberlo, por la Calle de la Virgen de los Peligros desde Sevilla a la Gran Vía.
Llegué y en la esquina giré a mi izquierda.
Tres chavales de unos veintitrés años muy bien vestidos con sus polos de colores metiditos en sus pantalones vaqueros de marca bajaban hacia Cibeles por la acera que yo encaraba.
Dos de ellos portaban palos de madera de unos ochenta centímetros a modo de bate de baseball. El tercero una barra metálica algo más larga y delgada.
Entonces me rodearon.
Según sus comentarios, parece que les resultaba insultante mi camiseta.
Vaya, pensé, a estos también.
Y por un momento me vino a la mente decirles que entendieran que yo era un burgués camuflado pero me pareció una broma algo sutil para su actitud y la poca predisposición al sentido del humor.
Tuvieron a bien golpearme no demasiado fuerte con los simuladores de bate en la espalda y en un brazo mientras el colega de la barra me propinaba coscorrones en mi cabeza.
No cesaban de insistir en que me fuese, me fuese de Madrid porque ellos no querían indeseables como yo en sus calles.
Yo les comenté que aquella era mi calle y que esta es mi ciudad pero no me querían prestar atención.
El caso es que hay veces que odias irte cuando te dicen que te vayas.
Así que no me moví.
Suponía y acerté que tendrían más prisa que yo y que no les parecería sugerente golpear a alguien que no se resistiese.
Los chicos de la madera, efectivamente, quisieron irse pero su camarada seguía repitiendo «Qué te vayas!».
Yo seguía sin moverme.
Un momento peculiar fue antes de irse que me volvieron a hacer frente y pude ver en sus ojos y en la expresión de sus labios y en la tensión de su cara todo el odio de origen desconocido que, por su fealdad, contrastaba tanto con la bonita y poética tarde-noche que había terminado.
Anduve unos metros y me senté en un banco junto a una anciana de fácil sonrisa y preciosos ojos azules llamada Aurora.
A ella también la habían golpeado minutos antes de llegar yo a escena dejándole muy dolorida su pierna derecha que ya tenía mal.
Pero le dan miedo los hospitales así que lo único que conseguí es que me prometiese que al día siguiente iría con su hija (si es que realmente existe) a hacerse un chequeo.
Afortunadamente, nuestra conversación olvidó irrespetuosamente el desagradable incidente y pudo navegar por las aguas que supone encontrar un lago tan profundo.
Su vida en Suecia con el marido perdido, sus hijos, sus nietos, el frío invierno, el robo de su pensión el otro día, los inquisitoriales guardianes del orden…
¿qué orden?
Nos dimos dos besos y nos despedimos pero sé que volveremos a encontrarnos; sólo hay que estar atento y receptivo.

Ver la Aurora en Gran Vía
a las cinco de la mañana
no dejaba de tener
su lado poético.
Se había recuperado, de nuevo,
la Poesía.
La vida vuelve a ser
bonita y deseable.
Madrid ya vuelve a ser
esta jungla de locos imperfectos
con sus chinos
que venden arroz en las esquinas,
ocultándose
de tanta policia.
Compré el arroz.
Llegué a mi casa.
Me fui a dormir
y hoy…
Hoy ya es otro día.

Hace algunos meses estuve en un puestecillo del rastro donde,
pienso yo, venden emociones fuertes.

Madrid, 19990710.

Viernes 14/5/99

yo le acababa de enviar el presente mensaje a un compañero de trabajo:


Subject: No más discusiones.

Toni,

Yo no pienso disculparme esta vez. Pero creo que te debo una explicacion:

Ni todos los H-50 del puto IBM justifican un mal rollo contigo.
Ni todo RSI.
Ni mi puesto de trabajo.

Hoy estaba, como otros tantos días, picado y agobiado y estresado. Ya sé que tú también, no estoy trantando de justificarme.
Lo que quiero decir es que NO PIENSO VOLVER A DISCUTIR CONTIGO.
El lunes (posiblemente) le diré a Carlos Garrido (mi jefe) que quiero dejar RSI.
Evidentemente, no tiene que ver contigo pero ha sido la gota que ha colmado el vaso. No quiero ser quien he sido esta mañana discutiendo contigo y es parte de mi trabajo serlo así que tengo que dejar mi trabajo.
Te digo esto desde casa y con lágrimas en los ojos y no puedo respirar y seguir escribiendo es casi imposible y quiero algo de cariño que voy a ir a buscar con mis amigos a los que quiero y en mi vida en la que tengo una gran completitud a excepción de las horas (10/12 al día) que paso en RSI.
No sé si te sorprende que te diga esto. Yo creo que no. Ya nos conocemos desde hace tiempo y vemos como respiramos. No somos nuevos en estas dificultades que venimos atravesando los dos, no?
Pero yo no aguanto más.
Quiero otro tipo de vida y voy a buscarlo aunque aún no sepa cómo ni casi por donde empezar.
Por supuesto, no te sientas culpable, al revés, considérate causante del origen de una buena revolución que lleva preparándose en mi vida desde hace, quizás, un año. En cuanto a esto, te estoy agradecido. Y en cuantas muchas más cosas que hemos compartido. Espero que seamos buenos amigos. Creo que podríamos llegar a serlo.
Para lo que quieras:
C/Loreto y Chicote 2, 4B
28004 Madrid
Gran Vía
Ph: 5 23 27 23
y, por supuesto, este email (jmdomin@___________)

Un abrazo,


Hace mucho tiempo (casi un año) que en mi empresa estoy demasiado agobiado y comencé a darle vueltas.
Por un lado estaba el tema de querer cambiar de empresa a una que esté más cerca de mi casa (yo tardo hora y pico en ir y lo mismo en volver en el mejor de los casos) y luego que tuviese un horario más flexible aunque fuese un menor salario.
Entonces, allá por noviembre, empecé a enviar curriculums, no muchos, a empresas que podían cumplir alguna de estas condiciones. Con el tiempo me fui desmotivando porque realmente sé que es muy muy difícil si no imposible que en mi tipo de trabajo no vaya a estar realmente agobiado en donde sea.
Por febrero escribí y registré mi primer libro.
Cuentos y Poemas (El sinsentido de la vida).
Sigo haciendo teatro. Cada vez más comprometido en un sentido personal con decisiones del tipo: «si tengo teatro no hay nada más». Aún no creo que me vaya a dedicar a eso profesionalmente pero empiezo a tener dudas. Si tuviese tiempo iría a castings.
En paralelo, por una vez empiezo a sentirme menos teórico de salón y querer comprometerme social y políticamente en madrid. No en grandes cosas, no se trata de fundar el partido político de marras y presentarme a alcalde. Se trata de cosas pequeñitas como querer dar clases para
sectores de la población que no pueden permitírselo. Escribir en revistas y en otros medios para denunciar una situación que hay que vivir para entender que «españa va bien» dentro de un contexto macroeconómico, no se lo digas al de la esquina que te da mil ostias porque no le ha dado hoy nadie más que para una botella de vino barato. La droga la ha tenido que robar. Bueno, los mítines otro día. Pero esto también requiere tiempo.
En resumen, que no tengo tiempo. Llego a casa sin energía y con ganas… voy a teatro, me recupero y vuelvo a estinguirme… es agotador. Entonces se va forjando en mi mente un pensamiento muy de trabajo actoral: «aclara tu objetivo y ve a por él, lo demás saldrá».
Así, me doy algo más de tiempo en lo de la búsqueda de empleo y va afirmándose el deseo de escibir. Tengo unas vacaciones en semana santa y, en lugar de irme de madrid, deseo con todas mis fuerzas pasarlas retratando todo lo que veo. Escribo las mejores poesías de mi vida, posiblemente y empiezo a concretar…. Empieza a darme miedo la decisión que se prevé.
Hablo con mis amigos más próximos, con la gente de este día a día que te hace más conocido… me dicen que se ve que tengo que hacerlo pero que me lo piense. Sabios y prudentes… Lo pienso.
Lo pienso más y no llego a más conclusión que a que me quiero dedicar a escribir.
Vértigo.
No me atrevo a creer lo que estoy a punto de hacer. Sigo pensando en seguir pensándolo…. Hay que actuar! Se acabó el tiempo del pensamiento.
Llega la revolución!!!
Casualmente, después de haberme leído «Historia de la Revolución Rusa» por Troski. (o no tan casual?)
Entonces tengo una charla con mi buena amiga Elena sobre la praxis del método: es decir, pasos concretitos a dar para poder dejar mi trabajo sabiendo lo que eso va a conllevar de pérdida de estabilidad económica. Cosas como: comprar ahora eso que no me voy a poder comprar después, darme de baja la línea de teléfono para Internet, etc… tengo una lista!.
Esto era para el 10 de mayo o así. Las cosas empiezan a tener forma. Aún así, no queda claro que vaya a decirlo tan pronto.
El fin de semana del 14-15-16, es mortal de trabajo desde casa. Llamadas intempestivas, la discusión con mi colega Toni…
Tengo una charla con una amiga (cristina) que es escritora profesional, es decir, existen!!. Ella me dice que no es tan complicado como todo el mundo dice, que existen formas, que eso, en resumen, también tiene sus recetas y es seguirlas y trabajar… se sale adelante (despacito, claro, pero es posible). Realmente, un experimento prueba que algo es posible.
Mi jefe por la mañana del lunes 17 de Mayo no me prestó demasiada atención cuando pasó a mi lado para ir a su despacho a las 09:00 para encender su máquina.
Yo le seguí y le dije que tenía algo que decirle.
-Vale, yo mientras voy encendiendo esto….- me dijo.
-Creo que voy a dejar RSI.
Evidentemente, su reacción le hizo girarse hacia mí y me dijo…
-Vale, vale, nos sentamos, vale?
Ya estaba prestándome atención. No era necesariamente lo que quería, pero bueno. Le dije que no tenía la más mínima intención de irme a otra empresa sino que necesitaba tiempo para escribir y dedicarme a ello y que no podía compaginarlo con mi trabajo.
Curiosamente, lo entendió.
Me dijo que en lo personal lo comprendía pero que en lo profesional le hacía una putada. Yo ya lo sabía. Le dije. Total, pienso quedarme hasta mediados de Agosto para dejar todos los temas cerrados (más o menos) para quedar bien y salir con buen pie pero en unas buenas fechas para buscar algo con lo que mantenerme a partir de entonces hasta que pueda hacerlo de la escritura (¿alguna vez?).
Tengo miedo pero tengo esperanza.
Creo que he hecho lo que necesitaba. No era sólo esa empresa… era el tipo de trabajo… era esa sensación de agobio diario que no me dejaba concentrarme en mi vida con más intensidad.
Hoy he estado en una entrevista para SUN MicroSystems para un puesto de consultor. Parece interesante y puede que les plantee un horario flexible (si me aceptan) para cambiar a otro curro en el que hacerme más despacio la transición. Y si no, siempre lo puedo usar para negociar mi despido en el que espero que tengan la delicadeza de darme de baja el contrato por obra que tienen conmigo y que me permitiría cobrar el paro.
De todos modos, lo dejo.
El martes venía la prueba más dura. Una vez dicho en el trabajo yo me sentía como habiéndome quitado una gigantesca losa de encima. Ahora estaban mis padres.
Les conté la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad.
Tenía respuestas preparadas para todo:
1)Jose, te estas precipitando…
1)No, ya está muy pensado
2)Es muy arriesgado
2)Sí, lo sé, pero buscaré algo a media jornada, lo que sea, clases… el caso es que la prioridad siga siendo mi objetivo.
3)Puedes volverte a casa
3)No, no puedo. Necesito mi indepencia para mi vida.
4)No se puede vivir de la escritura
4)Hay que intentarlo. Además, conozco personas normales (no premios nobel y/o planeta) que viven de la escritura.
5)Comprometerse es una actitud rebelde y adolescente
5)Es mi actitud ahora. Es lo que quiero hacer y para donde he evolucionado.
6)La política es engañosa y la sociedad no la entiendes.
6)La política se hace por gente, pasito a pasito. La sociedad es a donde, me guste o no, pertenezco.
7) 8) 9)…
Pero se lo dijeron todo ellos!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!
Las objeciones las respondían diciendo que esperaban de mí esa respuesta.
¡ME ENTENDÍAN!
No se trata de que lo compartan. No quiero que mis padres tengan mi evolución. Ellos tienen la suya. No es poco. Pero fueron capaces de entenderme sin ningún argumento en contra, con palabras de aliento, con demostraciones prácticas de su presencia y apoyo, como mis padres
(en el buen sentido de la palabra) que siguen siendo.
Qué cantidad de orgullo me salía por losporos. Tenía la sensación de tener los mejores padres del mundo.
Esa fue mi mayor fortuna. Ese fue mi día más feliz de la semana. Un día sin celebraciones, tranquilo en colmenar, hablando sobre la evolución de mi padre en su empresa, hablando de los problemas de mi madre… bueno, fue un día que no creo que olvide jamás.
Una vez más, me iba convenciendo de que la decisión tomada era la acertada.
Hoy he estado en la entrevista y les he llamado para contarles como ha ido. Me ofrecen 8 kilos, coche y pluses. Yo negociaré horario y jornada. Ya veremos.
Ha habido cambios.
En mi vida sentimental no puedo no hablarte de Sylvia. A estas alturas me parece increible que aún no os conozcáis. Es mi mejor amiga, es un pedazo de mi piel, es alguien sin quien no concibo estar. Nos vemos una vez o dos a la semana pero los contestadores son nuestra vida.
De alguna manera, ambos nos queremos con todas nuestras fuerzas y nos lo demostramos. Gracias a ella (y otras personas de mi entorno) tengo una estabilidad emocional como nunca he tenido. Creo que sin esta no habría podido afrontar este reto personal. Pero ahora soy más fuerte, y, sin embargo, menos duro.
Pero Sylvia y yo no somos otra cosa que amigos y nos animamos en nuestros respectivos encuentros (casi casuales) con el sexo contrario. A través de ella he conocido ultimamente a una chica que me encanta por su ternura y delicadeza cargada con la agresividad de su inteligencia independiente: María. Pero no avanzo con ella porque tiene novio y aunque esté mal con él… paso. Que se aclare primero y luego hablamos. También a su vecina, de quien podría enamorarme: Anandi. Una rubia hipiosa divertidísima y risueña que llena castillos con la
luz de sus ojos claros.
I was hangin’ out with Mythreyi, an Indian girl I met 2 years ago. Probably I’ve told you about her. She was here, I mean, at my place for more than a week trying to rebuild our last farewell. It was really dificult not to get involved with her again and make her believe that there is a posibility between us. So I had to be colder than I was feeling but… Maybe we’ll save our friendship. We’ll see.
Y por mi cuenta y riesgo, el jueves pasado conocí a Nadege.
Estábamos en un intercambio cultural entre dos escuelas de teatro: Estudio 3 (la mía) y Asura (la suya). Ellos actuaban en Estudio 3.
Después de sus actuaciones nos fuimos todos juntos a tomar algo: una cañitas, unos ribeiros… lo típico. Yo me levanté de la silla que había ocupado para ir a hablar con la gente de Asura y que el intercambio no se acabase dentro de las aulas de la escuela.
Empecé a hablar con Nadege casi de tópicos (resulta que es francesa, Sylvia también…) y no pude despegarme de ella en toda la noche ni ella de mí. No me dirigí a nadie más de Asura ni a mis compañeros ni a nadie. Era como si se hubiese acabado el mundo y estuviésemos en el medio del desierto solos.
Así pasaron tres o cuatro horas hasta que a las 02:00 nos fuimos a bailar. Allí ya me cautivó del todo. Pero lo peor fue acompañarla indeciso a su casa y dejarla antes de llegar (eran las 03:30 y yo tenía que madrugar) y quedar con una mezcla de frustración y ganas….
Pero quedamos para el sábado por la mañana. No creí que fuese a aparecer… pero apareció.
Pasamos el día juntos y yo ya no podía no darle el poema que le había escrito el día anterior y no podía no decirle que tenía miedo a enamorarme de ella sabiendo, como sabía, que se va en dos semanas y posiblemente no vuelva a españa. Ella me dijo que estaba enamorada de un chico homosexual. Bien! Bueno, aún así, ella me parece alguien con quien cualquier relación es agradable. Si no nos casamos pronto no importa 😉
Por la noche me fui a una fiesta y nos volvimos a despedir. Nos veíamos ayer, en un principio, para ver a un amigo mío actuando en un centro cultural de Lavapiés. Ella me llamó el lunes por la noche diciéndome que no iba a poder ir porque tenía una clase extra de teatro que les habían puesto de sorpresa. Nos veremos el sábado pues les devolvemos la visita a los de Asura y los de Est.3 vamos para allá a representar obrillas.
Es futuro. Es esperanza. Es ilusión.
Parece mentira, verdad, que el autor de esa línea sea Giusseppe, no?

Madrid, 16 de junio de 1999

Una Madre

He comprado tres barracas valencianas con su funda.
400 pts.
Es un grabado que esta tarde regalaré a alguna muchacha.
La pareja de al lado hace manitas impudorosas a un metro de distancia de mí, pasando del inglés al castellano sin darse cuenta de que existo.
Existo y huelo a su colonia. Llevo su jersey. Saboreo un café en Santa María y Moratín.
Esta primavera es agradable y dulce como su voz caramelosa de kukis, sonrisas, labios carnosos…
Y hacen planes para la tarde y se miran deseándose.
Sexi. No exhuberante, pero sexi.
A dos metros una dulzura maternal de joven aún no madre que desea que su novio le dé lo que necesita. Es conmovedora su sonrisa y la embellece y la rejuvenece y la divierte y puebla la plaza de inocencia y risas.
Él se ha re-enamorado. No sabe que se le está poniendo a prueba.
Y tengo ganas de ver a Ruth en su mundo fidulero aunque presienta aislamiento e intolerancia procedente de culturetas fantasmas. Filósofos idealistas de siglos atrás. Glorifican generalidades. Simplifican.
Mientras, la no-madre se aferra y reconstruye la llana realidad.
Dibuja la mano de la niña de otra mesa. Crea y reCrea la sociedad. Sociedad abierta y tolerante, esperanzada, alegre, infantil, carente de la corrupción habitual.
Se besa con su chico de una manera nueva. Más sensible y tierna.
Cuando se vaya dejará
un vacío.
Cuando no se la oiga
oscurecerá.
Ha perdido consciencia de su importancia.

    Se merece
    la Felicidad.

Madrid, 19990509.

Esto no es una broma