Robert Cappa

¿Qué pinto yo en una exposición de fotografía en el Reina Sofía?
Lo primero que pensé fue en proponer comprar un libro con esa ironía manida, gastada que, posiblemente, nunca fue ingeniosa. Quizá hubiese salido, incluso, más barato. Por supuesto, menos costoso en tiempo, habría pasado mis ojos por las hojas sin darme el tiempo de reflexionar. ¿Qué gilipollez de reflexión iba a hacer con unas fotos de una guerra olvidada?
Hay guerras todos los días. Lo vemos en el telediario. Fotos escalorfriantes con colores intencionadamente provocativos llenan horas de documentales.
Bueno, pues ahí estaba yo, por 500 pelas. Precio para la cultura.
Me cobraron el suelo que gasté, los fotones que absorbí y el resto para pagar funcionarios que cobran (creía yo) también de los impuestos con los que, actualmente, se está financiando una guerra.
500 pelas: dos o tres cañas. Dos o tres cañas para disponer de tiempo y reflexionar frente a unas fotos de gente viviendo (y también muriendo, claro) en época de guerra y miseria.
Está lejana en tiempo, pero era España.
Colchones. La gente se aprovisiona de ellos. Antes y ahora.
Frío. Antes y ahora hay quien no puede soportarlo y muere.
Desilusión. Fanatismos. Desarraigo. Precariedad.
Pobreza. Soledad…
Antes y ahora.
Veo en Gran Vía fotos vivas instantáneas pero las paso como las hojas del libro que no compramos.
Reflexionar cuando se está en contra de tantas cosas es tan agotador que, a veces, conduce a estados desesperanzados y, estos, a conclusiones o soluciones personales peligrosas.
No es conveniente poner bombas y el suicidio resulta demasiado irreversible.
Necesito confianza en soluciones de compromiso; basadas en él.
Necesito las enseñanzas de Sylvia que me apartarán del mal camino.
Dos o tres cañas… al menos, podría intentar coquetear.
Las guiris estaban ocupadas o, al menos, eso preferí pensar.
Las no guiris seguro serían intelectuales en busca de un lugar, un tiempo y un personaje para lanzarse a la reflexión. O igual estaban como yo, allí dentro, por casualidad ahorrándose dos o tres cañas en su hígado y perdidas en su soledad.
No. Tonterías.
O sí. Yo qué sé.
Quien, desde luego era diferente, estaba allí por muy distintos motivos que el resto, era la vigilante. Evidentemente. Entonces re-paré en ella.
Era fea. Bueno, no, ni eso. Era vulgar. Nada sobresaliente en su rostro, ni sus ojos, ni su nariz, ni su sonrisa… Claro que tenía tal cara de aburrimiento que ver su sonrisa habría sido, cuando menos, sorprendente. Iba vestida de uniforme azul. Otro policía en Madrid: nada nuevo con las setas.
Uno sesenta y cincuenta y tres kilos. Morena con melenita de corte de pelo convencional posiblemente con un tinte casi imperceptible para no impactar. Gesto inexpresivo como el blanco techo abovedado de las salas de la exposición. Su cuerpo, naturalmente más libre que su mente, no paraba de protestar por el hastío de horas condenadas privadas de televisión, teléfono o su novio. «Quizás mejor» piensa en su mente aborregada.
¡Qué ambiciosa y presuntuosa especulación! Vuelvo a mirarla.
Realmente no sé nada de ella. Es otra de esas fotos vivas y me hace pensar que «conocerla» sería más verdad que el pan y la tierra. Eso sí habría merecido la pena de entrar allí. Tras esa mirada perdida e inexpresiva se podía explorar más allá de los límites descubiertos por el famoso Cook. Más allá de esa no-sonrisa se perdían para siempre mensajes que nunca fueron metidos en botellas. Tesoros, esperanzas, abismos, soledades, frustraciones, fanatismos, cegueras, desilusiones, tristezas…
Yo estaba allí, por dos o tres cañas, viendo una exposición de fotografía que no llegaba a
ningún punto de mis fibras. Esta mediocre trabajadora (no es un juicio) me estaba obligando a reflexionar.
¡Mierda!.
Y entonces volví a las fotos.

Una mujer vallecana me miraba con esos ojitos de barrio miserables y yo ya no tenía la posibilidad de transgredir esa mirada, de inundarme de sus palabras, de ir más allá de una imagen plana y acabada.
Fotos. Mis fotos.
¿No eran, también, acaso, imágenes planas y acabadas?
Fotos. Mis recuerdos.
Una gitana, con su bebé en la cintura, me pide una ayuda: yo giro la cabeza y pienso:
Fotos. Mi presente.
¿Y con mis amigos? ¿Estoy profundizando o estoy perfilando detalles?
¡Maldita sea!
No lo sé.
Me siento un poco perdido y solo. Quiero entregarme más pero no sé hacerlo. Quizá no es buena idea forzarlo y es mejor esperar. Pero, a veces, pierdo la paciencia y vuelvo a sentirme, por causa mía, solo, desarraigado, frustrado, triste, con una estabilidad emocional precaria y formando parte de una exposición cutre de fotografías por dos o tres cañas cada día.

    Madrid, 19990330
    Argumosa 7.
    Yo, solo, en una terracita.

Érase una vez en América

Érase una vez un caminante despistado en cuerpo y alma que tropieza en vida con la cándida mirada de Mythreyi.
Ella es una amiga de Xabi que él conoció en Ames, Iowa (USA). De procedencia y nacimiento en Bangalore, India.
Ella y una amiga suya (Elvira, Zaragoza, Spain) pasan un par de días en mi casa a primeros de enero de 1997. Nos vamos juntos a Donosti y pasamos la noche de despedida de Xabi que se va a Strassbourg. Pasados un par de días, Myth se afinca en mi casa y, después de dos semanas, también estaba dentro de mi corazón.
Algo peculiar había pasado entre los dos y ambos lo habíamos sentido. No le llamemos amor, mejor, contacto ultradimensional. Aunque también hubo parte dimensional, una noche, después de una cena.
Pero el tiempo alcanza un final y ella se vuelve a USA, su lugar, mientras yo me quedo con mi asumida confusión solitaria. Sus llamadas se repiten y sus mails se amontonan sin contestación o contestaciones de una frialdad maquinada. Definitivamente, tengo que ir a verla.
Ahora estoy en una agradable cafetería en Minneapolis escuchando el concierto de Jazz de la habitación contigua.
El 16 de Marzo arribé al John F. Kennedy de NYC. Aún sigo preguntándome porqué y para qué he venido. Quizás no hay respuesta.
Eran las 3 de la tarde, hora local, y yo iba con un par de jóvenes asturianos que se habían cruzado el charco para ver a un colega que vivía solo en NYC. En el avión me ofrecí a echarles una mano con mi inglés para llegar a casa de su anfitrión. En el control aduanero de la frontera nos registraron exhaustivamente aunque en mi caso no encontraron nada más que ropa sucia o fea y, el suyo, una fabada que, por supuesto, confiscaron. En la misma salida estaba su amigo esperándoles y nos fuimos los 4 en un taxi a su casa en Glebe Street. Allí estaba su hermana y una pareja de innegable aspecto neoyorkino. Ella insiste en buscarme un lugar para pasar las noches en NYC pero a mí empieza a no gustarme la idea de seguir con ellos cuando empiezan a sacar droga y dinero de lugares insospechados de su vestimenta y equipaje.
Aparte de oír comentarios del tipo “es una ninfómana, pero, por 50 pavos la noche te deja estar en su apartamento”. Mi pregunta inmediata fue: “¿pago yo o paga ella?”.
Pero las cosas aún se enrarecieron más con la llegada de James. Un tipo alto y calvo con perilla y gafas oscuras embutido en una gabardina que sólo dejaba ver el brillo de sus botas.
Era un tipo majo pero yo me sentí cómplice de algo dejándole el mechero que me había regalado Patricia para prepararse un high.
Por suerte no contactaron con la amiga y otra con la que sí lo hicieron no estaba interesada (¿en qué?) así que cuando salimos a tomar algo les dije que yo mejor me iba a un hotel y les llamaría al día siguiente. Eso sí, acepté su sugerencia de hotel por 50 dolares la noche que resultaron ser 60.
Aquello, más que un hotel, parecía la casa de los horrores.
Llegar a la habitación andando los pasillos angostos y tortuosos con mi mochila a la espalda y trepar al sexto piso sin ascensor siguiendo a un tipo incapaz de articular palabras era, de por sí, una experiencia sobrecogedora. Especialmente al cruzarse con alguno o alguna de los que aquella noche iban a ser mis vecinos.
La habitación, sin baño, era tan pequeña que aún no me explico como metieron la cama. Esto, un televisor estropeado y un espejo sucio y roto constituía todo el mobiliario de mi alcoba.
Abrí la ventana con intención y esperanza de aire fresco y espacio abierto pero a no más de 20 centímetros se alzaba un muro de ladrillos tostados y ennegrecidos de hollín.
Pero, aún así, la frustración no igualaba a mi cansancio así que extendí las sábanas para dormir cuando vino mi mayor sorpresa al encontrar restos de sangre seca en lo que iba a ser mi arrope aquella noche inolvidable.
Afortunadamente, uno de mis compinches del vuelo había robado para mí una manta impecable de Air Europa. A pesar del infrenable calefactor que sólo dejaba de hacer ruido por la convicción de unas patadas, dormí tapado hasta la cabeza.
Al día siguiente, decidí ser rico en NYC.
Todo cambió entonces y se convirtió en una agradable ciudad en la que tuve el centro de operaciones en el Herald Square Hotel en la 32 St. entre Broadway y la 5ª Av.
Subí al Empire State, anduve perdido hasta encontrar la 41 St. y allí, esquina Madison Av., una agencia de viajes en la que conseguí la reserva de hotel, el vuelo a Ames y la simpática ayuda de Marcia.
Caminando al norte de Manhatan, me vi inmerso en Sant Patricks Day y una nube de policías y bomberos desfilando por las calles. Gasté un carrete en algo tan original.
Esa tarde, teatro en Broadway, conseguí la entrada barata en TKTS y ya de paso una cinta de Elvis bajo encargo de Celia. Crimen perfecto.
Al día siguiente, soho, little Italy, Chinatown, Wall Street. Había quedado a comer con Sulatha, una amiga hindú de Myth que vive en NYC. Fue un día muy completo que terminó en Stars War en 23th St.
La llegada a Des Moines no tuvo mayor interés que el ya potenciado por el reecuentro con la razón de mi viaje.
¿Abrazo, beso…?
Yo traía decidido un No que explicaría basándolo en mi confusión de sentimientos. Lo que creo que no había sopesado era su potencial cautivador ni su exigencia de una respuesta más determinada por mi claridad.
Mantener un no con claridad sólo podría ser mediante una crueldad que quiero evitar por mi cobardía.
Un sí fuera de todo momento en el que estoy con ella es imposible pues me atraen demasiado las mujeres para querer ser fiel.
Y ella está exigiendo esa fidelidad.
Pero estar con ella es tan agradable…
Ames es un pueblo exparcido con un ambiente cosmopolita que le da el hecho de tener la Universidad del Estado de Iowa.
La rota voz de la mujer del Jazz me recuerda una tarde que pasé en un concierto en vivo en el subway de NYC. Los cafés de Ames son lugares exquisitos elegidos con cariño y cuidado para ser de mi mayor agrado. Y lo son.
Y si las cafeterías fueron elegidas con mimo, también lo han sido las actividades, como valses en un entorno victoriano, salsa y merengue en un lugar que siempre me traerá duros y tristes recuerdos pues por fin se convenció de que el no era bastante definitivo; tampoco se queda atrás un teatro, una fiesta de la cerveza, varios días de cine cariñoso o una conferencia sobre cometas.
He escapado al nevado norte con la excusa de ver el cuartel general de 3M en Saint Paul, Minnesota. Necesitaba unos días de separación para mantener la cabeza clara en su confusión.
No quiero decidirme por algo de lo que me arrepentiré en una semana pero resulta tan tentador decirle un sí…
Esta ciudad parece de lo más aburrido que he visitado en mi vida pero poco importa teniendo en cuenta la belleza elegante de las mujeres que la habitan. Hace un frío del carallo y el suelo nevado es realmente bonito.
Lo mejor que puedo hacer es irme al hotel y mañana unos paseos y a Saint Paul. Me haré una foto en frente de 3M, llamaré a Daddy y volveré pasado a Ames.
Tengo ganas de volver a Madrid y darle un par de besos y un abrazo a mis amigos aunque sé que sentiré algo especial en algunas, como Almudena o Patricia de quien tanto me he acordado en estos días. Quiero ir a San Clemente con Evita y los amigos de allí, pero, sobre todo, tengo la apremiante necesidad de hablar con Xabi.

Minneapolis, 19970325.

Al Fin!

Hoy he hecho la primera copia impresa de mi libro.

Tengo ganas de librarme del lastre que sé que significa para mí. Es, con palabras del genial Rafa Mora, tiempo de otro tiempo.
Serán escritos de otro yo renacido, con ojos maduros, de más duros, espero que no insensibles sino observadores profundos capaces de excavar la mierda para encontrar la realidad. No quedarse en las flores ni en los cipreses. Fin de los almendros y los lirios.
Ha llegado el momento de refrescar el ánimo empezando por mis escritos.
Esto debe enlazar con la metamorfosis de este capullo que subscribe y ha decidido sobre su vida. Ya no la ubicación, ya no la compañía, ya no la profesión.
Es tiempo de exploraciones. Y conquistas con o sin lucha pero con objetivos revolucionarios, rebeldes, libres, radikales de verdad; tengo que dormir en el suelo de mi calle, tengo que pedir pa’l metro, tengo que ligar con esa chica, tengo que ser quien no me atrevo. Crecer.
Hay un futuro por invadir esperándome.
Hay un futuro haciéndose en este instante que lleno viejas hojas australianas.
La espalda preciosa me impide ver la voz agradable y dicharachera de una sureña pelo largo.
Espero a Sylvia. Casa Antonio.
Mañana vamos juntos a Manzanares y yo he terminado un sueño.
Quizá no venga. Yo estoy en la gloria de esta música rumbosa y pleno de alegría respiro de otra forma.

Madrid, Viernes 15 de Enero de 1999.

Historia de una comida

Cuando estábamos instalados en el Barclay Hotel en Bayswater Rd, comenzamos a buscar el Gure Txoko; traducción literal, Nuestro Rincón.
Era un domingo cuando nos habían dicho que allí había buena gente que organizaban comidas buenas, como a buenos vascos corresponde, claro, a horas más bien tardías por aquello de que aún no son australianos.
Pero nosotros, impacientes, nos presentamos alrededor de las 14:00 en Liverpool St. y, tras haber buscado durante un largo rato en lo larga que la calle es, este rincón.
No creo que ni el mayor optimismo de Iñaki alcanzase a imaginar lo que allí encontramos.
El Txoko, como corresponde, es un local pequeño y tosco con mesas de madera grandes que terminan dejando un hueco donde hay una barra de aluminio tras de la cual no hay más «barman» que cualquiera que quiera una cerveza, una coca cola, un vino o sólo invitar a alguien a algo. Cada uno paga lo que consume cobrándose a sí mismo con la confianza de una gran familia.
El local es realmente tan pequeño que ha de ser y es acogedor, todo cual habla con cualquier otro y todos con todos comparten en cierta manera, con ese Gure Txoko, sus vidas en una vida común, en el más epistemológico sentido de la palabra Iglesia.
De primeras, se nos acogió con brazos abiertos con un calor, un sentir sincero como sólo de un vasco se puede esperar. Absoluta y realmente indescriptible porque las palabras resultan demasiado frías para explicarlo.
Nos enseñaron la cocina que es el otro cuarto que complementa el txoko que olía divinamente a comida «de verdad» y mientras nos iban explicando el funcionamiento respetuoso de su sociedad que basa sus excasas reglas en eso, en el mutuo respeto y el afán de mantener vivo el fuego que siga preparando las comidas los domingos.
Pero Gure Txoko No es un restaurante que abre los domingos, es mucho más, es su gente, es el símbolo de una amistad y una hospitalidad y, por tanto, es algo vivo, que nació, tuvo su infancia, tiene su madurez y tiene experiencia pero no vejez, no se siente una muerte acechante sino una renovación por la juventud nacida bajo ese cuerpo y muy distinta, como nueva generación que es, de sus ancestros, pero que tiene en común con ellos el amor por lo profundo del significado de Gure Txoko y la intención de perpetuar las consecuencias implicadas.
De la cocina, los mayores, socios fundadores aventureros que se lanzaron con dos cojones y poco más al intento de crecer en otra comunidad, nos enseñaron el frontón que tanto habían disfrutado en su juventud y que habían creado de la nada y, en parte, de la Opera de Sydney con unos toques de picaresca sin los que no se habría logrado abrir camino en esta selva. Ellos lo lograron. Y forman parte, como no?, de su sostenimiento, con la gente, también emprendedora que llegó después y fueron abrigados como ahora lo somos nosotros por los brazos abiertos y cariñosos de este txoko, es decir, de estas personas.
A las 15:30 aún no habíamos empezado a comer y seguíamos charlando bajo el influjo de unos zuritos y unos gorris contándoles nuestros proyectos mientras nos preguntaban interesados, fundamentalmente, para saber la manera de ayudarnos de forma óptima.
Luego empezó la comida cuya mayor característica es familiar, esa, sin duda, es la palabra. Buena por casera, consistente en sopa, garbanzos con berza, carne con tomate, unas frutas, regado todo ello en vino o cerveza y sin más límite que el de nuestro apetito.
Durante ella, fuimos regalados, entre otras cosas, por pedacitos de sus vidas que nos abrieron para que aprendiéramos del libro que pueden ser. Más que un libro, una gran enciclopedia, conpendio de biografías de personas vivas, inacabadas incluso aunque algún pedacito parezca acabado.
Y como ejemplo de lo más tierno y bonito que puede que nadie me halla contado nunca sirva la historia de un navarro que nos contó (él con nudo en la garganta y los demás con lágrimas contenidas) cómo se había encontrado, décadas después, con una novia que no llegó a serlo en su tierra cuando él se lanzó a su nuevo mundo y en busca de una nueva vida.
Y, como todos sabemos, una buena comida no se termina cuando se acaba la comida, es decir, aún quedaban cosas por contarnos los unos a los otros para lo que nos acercamos a la barra formando un grupo circular de experiencias vivas experimentando el estar allí, juntos, ayudándonos no sólo, que ya era más que suficiente, con la copa de sobremesa, sino con actos como presentarnos gente de nuestro interés y ofreciéndonos su disponibilidad. Disponibilidad franca, clara y sin ningún interés propio pero mucho ajeno. Disponibilidad que revoluciona, refresca, revitaliza, refortalece el concepto de generosidad. Generosidad tal que me hace cambiar mi oscura visión del ser humano con un torrente de luz y de esperanza.
Como no estar con ellos en Navidad si ya son parte integrante y serán de mis amigos?
Y acá juntos, desde Australia, deseamos comenzar un nuevo año y lo deseamos realmente por esperar que el espíritu del Gure Txoko siga vivo un año más y quede algo de su impresión en nuestros corazones, ahora y siempre.

Sydney, 281295.

Septiembre, 1995

Ha pasado un nuevo día que ya es viejo, ya es ayer y voy camino de regreso a casa, a mi solitaria centrica casa de Anton Martin, en la que pasar la noche solo, como tantas otras veces, como tantas otras noches en las que compartir el lecho con la almohada y la Soledad, peremne amiga y compañera mía.
En el autobus, junto a mí y tan lejos, sin embargo, sentada una joven apulvarada y encarmintada que algo tendrá hoy que ver con su novio y en el resto del autobús, tercera edad y yo con mi amiga, con mi eterna amiga Soledad.
Fácil se ve que el tema me obsesiona y no puedo ver las bellezas de este mundo pero es que su perfume no me deja concentrarme en otra cosa que en mi soledad desesperanzada pues acaso existe una verde esperanza duradera que, cómo licor de manzana, me haga creer que no todo va mal y que queda una salida dentro de los límites de la continuidad de la vida mía?
Vida mía… y pienso en ella.
Vida mía… telefoneándole.
Vida mía; Patricia; vida mía.
El tráfico denso, pastoso me permite escribir hoy en este transporte el que siempre maldigo hacerlo…
Perfume y labios rojos, auriculares aislantes, párpados celestes y brazos cruzados me alzan a mirar descarado su rostro inconsciente, su barbilla suave y su cuello suave; al menos desde aquí, lejos en la distancia llena de la niebla del aislacionismo que nos rodea…
Despertar; ha despertado!
Sus manos examinan la máquina de música que le mantiene aislada… manos, dedos, reflejan su indiferencia y me propelen de nuevo contra mi … siempre lamentándome!.
Nos metemos fuera de la rutinaria ruta y tengo ocasión de preguntarle que si seguimos yendo a Madrid y … finalizamos la conversación.
Ella se baja antes que yo sin que mediásemos otras palabras que el «me dejas pasar?» de rigor y le digo que si y, allá va, en el barrio de Raquelt internándose y yo… a Plaza Castilla y sigo solo; una noche más.

Esto no es una broma