Durante varios meses, Carmen y yo hemos estado viendo las siete temporadas de esta serie norteamericana, que narra las peripecias del equipo presidencial de los EEUU, dirigidos por un ficticio líder del Partido Demócrata, interpretado por Martin Sheen (con cierto parecido hacia un parcialmente idealizado Bill Clinton).
Dicen en wikipedia, de esta serie:
El ala oeste de la Casa Blanca (título original: The West Wing) es una serie de televisión estadounidense muy popular y ampliamente aclamada por la crítica. Fue creada por Aaron Sorkin y se emitió desde 1999 al 2006. […] La serie está ambientada en el ala oeste de la Casa Blanca, donde se ubica el Despacho Oval y los despachos de los principales miembros del equipo del presidente, durante la ficticia administración demócrata de Josiah Bartlet (Martin Sheen).
Es una ficción, no hay que olvidarlo, pero en ocasiones parece un reportaje, un documental dramatizado, más incisivo que los de Michael Moore, y mucho más ameno. Es una ficción y, sin embargo, parece más un oráculo que una obra de imaginación, parece estar hecha con la intención de fabricar un voto favorable a demócratas del tipo Obama, que, como anoche, ha vuelto a ganar unas elecciones dramatizables hasta dar lugar a posibles obras de ficción.
Ha sido una serie tremendamente buena, que no comprendo porqué no se ve en los canales españoles, enseñándonos un poco sobre lo que de verdad esconde la gobernanza de un país. Los capítulos devanaban las diversas situaciones que enfrentaban los «técnicos» de gobierno, teniendo que negociar con una realidad compleja, muchas veces incómoda, que da lugar a conflictos éticos de manera permanente.
No da soluciones fáciles (a veces sí, pero es ficción!), a problemas realmente complejos, incluso puede que insolubles (¿en agua?). Es rápida, dinámica, de una velocidad tal en los diálogos, con una profundidad en las reflexiones que, en muchos casos, exige una atención muy superior a la habitual delante de lo que a veces se desprecia como caja tonta.
Esos diálogos, famosos hasta conseguir ser el sello de prestigio de Aaron Sorkin, se desarrollan a toda pastilla, durante largos travelings a través de los pasillos y los despachos de ese Ala Oeste, son, sin duda, de una calidad inigualada en ninguna otra serie de televisión y en contadísimas películas.
La última temporada, sin haber perdido fuerza desde las primeras, aunque, como toda serie (¡de ficción!) pierde algo de emoción, algo de novedad, inevitable, acompaña a unos candidatos por el proceso de elecciones, desde antes de la nominación hasta la investidura, siempre el 20 o 21 de Enero.
El candidato republicano (y todo su equipo) es tratado con respeto, con dignidad, sin caer en las fáciles descalificaciones o considerarlo un estúpido que va en contra de lo único respetable. Es interpretado magistralmente por Alan Alda (que consiguió un Premio Emmy como mejor actor de reparto de una serie dramática en 2006) que, de alguna manera, referencia remotamente a McCain, también como este era un senador presentándose frente a Obama (¡pero esto ocurrió en el 2008!). En la serie, presentándose frente al congresista Santos, un latino atractivo, de unos 45 años, con una mujer también joven y bella, resultando finalmente ganador gracias a la participación del voto latino, del voto negro (las minorías) y ganándose los votos de mujeres, de quienes sabe rodearse convenientemente durante la campaña.
Es sublime el respeto que se tiene de toda la fidelidad al protocolo, de toda la documentación y asesoría que se ve en cada gesto de los ayudantes, de los guardias de seguridad, de las secretarias… hasta el punto de tener por momentos la impresión de estar viendo una noticia en un telediario.
Hábilmente, entrelazan la ficción dramatizada de los acontecimientos políticos con una telenovela de relaciones entre personajes más o menos inverosímiles pero con los que resulta tremendamente sencillo empatizar, logrando, de esta manera, dotar a la serie de más de un nivel de lectura posible, para entretener al tiempo que, en gran parte, resultar formativa, ilustrativa, reflexiva.
Cada capítulo es una obra de arte, un pedazo de documento, una maravilla para almacenar en la memoria, pero, sin duda, el mejor fue el primero de la tercera temporada, capítulo especial que se emitió unos días después del famoso 11-S. Con un rigor maravilloso, sin caer en fáciles posicionamientos superficiales, introduce, en la ficción, lo que había ocurrido en la realidad.
Pero, sobre todo, repito, resulta sorprendente que esta serie terminara de emitirse en 2006. Aún no conocíamos a Obama, aún no sabíamos que en 2 años el sistema entraría en una crisis internacional sin precedentes, aún no sabíamos que el tipo de campañas electorales se iba a parecer tanto a la que se retrata en la séptima temporada de la serie… Fue un completo oráculo, resultaba sobrecogedor sentir que se estaba viendo el futuro.
Reportaje, ficción, documento, información, utopía política, oráculo, reflejo de una sociedad y, además, divertida, entretenida, amena, rápida, profunda, seria, rigurosa… Bufff… por favor, que la gente la vea. Es útil volver a creer en los debates, en la política, representativa o asamblearia, pero en el diálogo, en la razón, en el respeto, en la posibilidad de encarar la realidad con la complejidad que la caracteriza, asumiendo, en parte, los conflictos éticos que serán inherentes a nuestra nueva vida, el modelo de vida que tenemos que encarar, que aprender a manejar, para que no sea quienes sí lo conocen los únicos que lo manejen.
No lo voy a poner más fácil, quien quiera hacer el esfuerzo, que lo haga. Es preciso aprender a responsabilizarse de la necesidad de esforzarse. Es un primer (primerísimo) paso. Pero si no damos este…