¿De qué vive un poeta?

Ayer en una clase de poesía
me preguntaron
¿de qué vivía Paul Eluard?

Yo había estado presentando su contexto
su relación con Gala
su pertenencia al Surrealismo
su estancia en Suiza en el momento adecuado
para conocer el nacimiento de Dadá
su amistad con Bretón
su militancia política…

y no tenía ni la más remota idea
de si vivía de la poesía
aunque estaba casi seguro de que no.

Poeta no es aquél que vive de la poesía
sino aquél que vive para la poesía.

No pude evitar darme por aludido
si bien
algo en mi interior me decía
que yo no era
ni remotamente parecido
a Paul Eluard.

Hice un repaso
(no solo mental)
sobre de qué vivían
(de qué ingresaban dinero)
los poetas y artistas que conozco
vivos y/o muertos
comentando cómo, muchos, cobraban en especies
en obra plástica
como Duchamp y Picasso
y cómo el primero había ayudado a coleccionistas
de la talla de Peggy Guggenheim
a acercarse a obra de autores que nunca habría conocido
o cómo Baudelaire
uno de los primeros escritores malditos
había escrito un libro titulado
Cartas a mi madre
en las que
cada vez que terminaba
le pedía dinero para sus re
ediciones
de las Flores del Mal.

Dinero que
en última instancia
salía de las manos de su odiado padrastro
burgués militar hasta la médula
que habría querido impedir
el desarrollo artístico de quien estaba llamado a ser
el revolucionario mayor de la poesía contemporánea.

Charles
como muchos otros
ingresó de traducir obras ajenas
como haría Paul Celan
o Paul Auster
o tantos otros
que tenían
con ello
la oportunidad de trabajar en algo cercano
a aquello para lo que querían trabajar.

Algunos habían vivido de participar en publicaciones
tan prosaicas como la prensa
y ahora las tertulias televisadas
o radiadas
en cierto tiempo.

Otros
de hacer obra de encargo
en paralelo a la obra que deseaban hacer
tanto cineastas
como pintores
como fotógrafos
como escultores
como arquitectos.

Había ejemplos de todas las clases
de todo pelaje.

Muchos tenían trabajos más o menos ignorables
e ignorados en sus biografías
como Bukowski el cartero
y luego tantos otros trabajos ocasionales
o Henry Miller jefe de personal
o Auster negro literario
o pintores diseñadores gráficos
y recordé la entrevista que hacían a un escritor español
cuyo nombre no recuerdo
en la que afirmaba que una de las mejores profesiones
para un poeta o novelista
era la de barrendero
por la disponibilidad de tiempo
estabilidad económica
aporte de experiencias únicas
y mínimo consumo cerebral.

Porque sí
el cerebro se gasta
en determinados trabajos
y así yo preferí
trabajar de teleoperador
a administrador de sistemas o consultor tecnológico
porque mi para qué
se veía mucho menos turbado
en un trabajo eventual
que no requiriese la participación
de mi mente.

De un tiempo a esta parte
muchos artistas y ocasionalmente
algún poeta
habían vivido de la subvención pública
que era un camino razonable
para quienes están haciendo obras
de marcado carácter contemporáneo
exentas de la posibilidad de crear un público espectador
habiendo abolido la expectativa.

Parecía que se había hecho posible
el deseo de Maiakovski
expresado tan maravillosa e inteligentemente
en su poema
Conversaciones con el inspector fiscal sobre la poesía.

Pero no podía durar.

Ahora están
navegando en el mar de dudas de la carencia más absoluta
en una economía que más que de guerra podríamos llamar
de postguerra
de país vencido.

O estamos.

Y vamos recogiendo migajas
en forma de trueques
ayudándonos entre nosotros
a seguir adelante
comprándonos entre nosotros las obras que
en muchos casos
solo leemos nosotros o vemos nosotros.

Y vamos fabricando más jabón para esta burbuja
que nos mantiene aislados
como en un lugar impoluto y limpito
carente del problema de la subsistencia
en el que no hablamos de qué es lo que hacemos
para ingresar dinero.

En muchas ocasiones
(y me incluyo)
tenemos familiares o amigos
que ejercen un mecenazgo
puntual
con el que vamos tirando
y tiramos
porque somos cigarras en un mundo de hormigas
a quienes molesta el ruido de las cigarras.

No sé de qué vive Paul Eluard
pero sí sé
seguro
cómo vivió
y para qué vivió.

Vivir es
tan difícil
cuando se hace contracorriente…

Referendum por la Sanidad Pública

referendum sanidad

A pesar de estar a favor de la sanidad pública, tanto como para opinar que no debería haber sanidad privada (lo mismo lo aplico (y más) para la educación), este tipo de encuestas no me convencen. No creo en su objetividad para empezar, están planteando una pregunta sin contexto: ¿Está a favor de una sanidad pública y en contra de su privatización? Pues claro que sí, pero ¿a costa de qué? ¿De dónde se extraen los fondos para su mantenimiento?

Para mí esta pregunta está inscrita en la de la elección de un modelo de estado, no puede ser respondida de manera aislada porque carece de sentido.

Aun así, contesté un sí, aportando mi firma, mi DNI, etc… pero he de reconocer que fue más un gesto de apoyo a quienes están tan motivados como para seguir movilizando conciencias. No creo en el carácter vinculante de estas consultas populares, pues, entre otras razones, «votan» quienes ya tienen la predisposición a decir que sí. Si se considera un éxito que haya más de un millón de firmas a favor, habría que tener en cuenta que habrá más de 30 millones que no han dicho nada, muchos de los cuales (por ser positivo no más de 10 millones) no desean cambiar el modelo de estado que está llevando asociado el desmantelamiento de todo servicio público que pueda ser privatizado haciendo mayor la ruptura social y acabando con la clase media… pero es la misma clase media la que ha elegido este modelo.

Sigo sin ver, de ningún lado, una propuesta coherente, de estado, verosímil, que me convenza. Algunos puntos de Equo me convencían, hasta haberles votado, pero no su capacidad movilizadora, nula.

Ups… hoy estoy pesimista y no veo muchas formas de salir de esta desbandada con algo en las manos que no haya caído en el camino.

1 de mayo

El Cuarto Estado, de Giuseppe Pellizza da Volpedo

Es una de mis fiestas del año que considero más sacras, pero mañana voy a trabajar.

Voy a darle una clase a Marta, pero es que sé que será de las últimas. Sé que va a terminarse la posibilidad de enseñarle matemáticas o química. Me digo que habrá más personas estupendas a quienes dar clase, alumnos, alumnas, que serán tan interesantes como ella, pero no acabo de creérmelo.

Es responsabilidad de los trabajadores hacer de un festivo como este algo especial, un momento de reflexión, de recuerdo, de reivindicación de derechos arrebatándose, pero yo voy a ir a trabajar.

No puedo decir que no pudiera haber escogido otro día. Me dieron a elegir trabajar el viernes, que ni siquiera es festivo, o el miércoles 1 de mayo. Y yo mismo elegí el 1 de mayo. Otros alumnos me pidieron clase y les dije que no trabajaba en este puente. Pero tengo preferidos…

Y cuando se hace con tal placer, ¿se puede considerar trabajo?

Parece que el trabajo ha de estar asociado al sufrimiento. (Impersonal que no tengo tiempo ni ganas de desgranar en este día) Y no puede ser voluntad propia… parece.

Sin embargo…

mañana, 1 de mayo, día de los trabajadores, yo voy a trabajar.

El doble espacio

¿Cómo puede ser que me moleste tanto una cosa tan invisible, tan insignificante, como el doble espacio?

En algo están claros: en las prisiones, cuando las rejas se cierran, es otro  mundo. Aunque no tienen necesariamente que cerrase las rejas para cometer violaciones de derechos humanos.

Hoy, en un artículo que he estado tentado de leer, en una publicación cubana en la que hablaban de las condiciones de los presos en las cárceles, me he encontrado este texto. Además de ligeras faltas de ortografía, ya de por sí molestas, no he podido seguir leyendo porque me he fijado en que entre otro y mundo hay un espacio sobrante.

No hablo de juegos tipográficos más o menos intencionados, no, hablo de ese espacio que se ha colado por una pulsación rápida de pulgar sobre la barra, hablo del descuido, de la falta de cuidado, de la desidia y la pereza a la hora de repasar la calidad de la escritura de un texto. La importancia del significante. Y cuando pasa en un periódico o en una publicación que presume de profesionalidad en cuanto a esto mismo, me parece especialmente grave, molesto, inaceptable.

¿Qué es un espacio sobrante?

Cuando se separan las palabras con un procesador de textos o algo similar, se añaden espacios para delimitarlas, pero ¿por qué con tanta frecuencia se añaden más de uno? Con un espacio es suficiente, es lo justo para que las palabras tengan aire alrededor, pero si tienen más aire no debería ser un problema para nadie, ¿no?

Pues para mí es un problema cuando se añaden espacios en blanco de más sin ninguna razón. No puedo aguantar algo que considero signo de dejadez máxima y, además de un desaliño, me resulta sintomático de cómo se trata al lector: alguien que no se va a dar cuenta de algo tan nimio como un espacio de más, un huequito insignificante, una pequeña oquedad innecesaria, aparente inocua. Pero ahí está, ahí radica el verdadero problema: no se le da importancia a la escritura si no se ve, como si la escritura fuese todo visible, cuando está, verdaderamente, basada en el contrapunto entre llenados y oquedades, entre tinta y blanco… entre sonido y silencio, por decirlo en términos musicales al más puro estilo John Cage.

Creo que este odio por el doble espacio me viene de ahorrador, de cuando un espacio era un byte (ahora también lo es, en términos de almacenamiento de información electrónica, dentro de una sencilla codificación ASCII extendida (aún puede ser más si se trata de unicode)) y había que eliminar todos los no imprescindibles para su envío telemático, por ejemplo. O para su almacenamiento magnético.

De aquella época, derivó cierto respeto por el texto como algo matemáticamente convertible, algo mensurable, y esa medida era discreta, cuántica, de bloques enteros de 8 ceros o unos exactamente, ni más ni menos. Y, sin embargo, hay a quien le da igual 8 que 16, porque no se trata de euros, sino de despreciables ceros o unos, sís o noes.

Y así, van dejando huecos de más donde no son necesarios, como al final de una oración o de un párrafo, pero este es más difícil de ver, ¡aunque se puede ver!, y también al principio de una oración, usándolos para cuadrar o maquetar texto, con fuentes no monoespaciadas, lo que resulta un descalabro desde el punto de vista del diseño del texto sobre el papel o sobre soportes de pantalla.

Pero el que peor llevo, el que no soporto y me irrita cuando lo encuentro, es el doble espacio en mitad de un texto (sin que se trata de ninguna licencia poética) por dejadez, por descuido, por desprecio del lector, por suponer que nadie se va a dar cuenta, que no hay que perseguirlo, que se puede dejar así, que se va a leer igual… ¡No! y 100 veces ¡No!

¡Lectores, rebelaos! ¡Que no os cuelen un espacio donde no haga falta! Os están llamando lerdos, incapaces de ver lo invisible, os dejan de respetar, os relegan a una posición pasiva, de complacencia y confort.

Voy a dejar varios  espacios en esta frase  que puedes contar y pensar si  sobra alguno.

Pensar o forma de pensar

Ayer vi una publicación en un muro de esos de las redes sociales en la que una muchacha se lamentaba de que había tenido que eliminar a un «amigo» por quejarse de su forma de pensar repetidamente. Parece ser que le achacaba el hecho de ser «roja«, de izquierdas, más o menos insistente al respecto. Ella defendía su ideología, pero decía que no soportaba que se metieran con su forma de pensar.

Pero yo me quedo con una cosa, al tal amigo no le molestaba la forma de pensar de la muchacha, sino lo que pensaba.

No es lo mismo.

No es lo mismo en absoluto.

Pensar no es lo pensado.

Pensar es una acción. Lo pensado, un objeto.

Verbo frente a sustantivo.

A mí lo que suele molestarme es la forma de pensar, la mala forma de pensar, aquella que ignora la lógica, el método de pensamiento que puede conducir a lugares más o menos comunes, pero fundamentados, eso sí, lo que no me importa es el lugar, sino la forma de llegar.

Pensar es una acción apasionante que ocurre en el universo más delicioso concebible. Quizá por esto sigo leyendo a Wittgenstein. Él sí sabía la diferencia entre pensar e idea.

O, como diría una canción, el pensamiento no puede tomar asiento, el pensamiento es estar siempre de paso… del gran Luis Eduardo Aute, artista, cantante y pensador.

Cuando se asienta, se muere, se objetiza, se concreta, se detiene… y huele mal. Es lo que tienen las ideas fijas, que son como lagos de agua estancada, viscosos y putrefactos, aparentan tener más fondo del que en realidad tienen y no merece la pena, ni siquiera, saber cómo han llegado a estar tan verdes.

Una mala acción

13plumasNo, no es de moral de lo que hablo, sino de arte, arte de acción. Y no es una referencia a la maravillosa acción que realizó Isidoro Valcárcel Medina en la convocatoria del Acción10MAD.

El viernes pasado estaba convocado para realizar una acción dentro de un evento lleno de eventos que es la presentación del libro de Ana Matey, titulado 13 plumas. Nos había hecho llegar a varias personas (13), varias plumas, envueltas y con la propuesta de realizar una acción que iba a solaparse con acciones de otras tantas personas. Debíamos llegar sin avisar, sin ser presentados, y accionar directamente.

La propuesta era divertida y fue bien, pero quedé bastante descontento con mi acción. Desde varios días atrás, pensé poco en ella, en la acción, hasta el punto de que barajé dejar de hacerla para poder darle una clase a mi alumna preferida, más que nada porque en esa acción me pagaban y como performer no. Aunque no era solo una cuestión de dinero. Ambas cosas me apetecían, pero ninguna mucho. Faltaba motivación. No tenía claro qué quería hacer y eso acabó pasándome factura.

¿Qué exactamente no me gustó de mi performance?

Faltó presencia, pero, sobre todo, faltó nitidez. No estaba bien perfilada, no estaba bien definida, como si fuese una improvisación deslavazada en la que iba haciendo un poco lo que me venía en gana, pero sin haber decidido, tampoco, que iba a ser una improvisación. En resumidas cuentas, fue hacer por hacer. No hubo un proyecto, no hubo poesía, no hubo intención.

Que faltase presencia era perdonable, porque yo había supuesto que iba a solaparse con otras 13 personas y no quería llevar una acción muy aparatosa, muy presente, muy ampulosa que requiriese atención, pero acabé por ignorar estar en un lugar especial, en un momento especial, pero ni siquiera en un cotidiano lugar elegido. No había elección. Y sin ella, la presencia era huera, vacua, vana, como de juego sin gracia.

Pero lo peor fue que no sabía ni cuando terminar. Y el tiempo, marcado forzosamente en 13 minutos, se me hizo eterno, lo que es absurdo, pues no era ni la mitad de lo que me gusta tardar. Pero 13 minutos llenándolos con naderías, con pequeñas acciones sin objeto, fue tan largo que, de hecho, terminé antes porque no le veía sentido a continuar.

Este sábado tengo la oportunidad de resarcirme, de disculparme para conmigo mismo, realizando una acción que sirva, de algún modo, como presentación de su libro. Hummm…. elegir acciones cotidianas para realizarlas y dotarlas de valor artístico no es un problema, el problema es hacer sin haber elegido. Esto se convierte en la más vacía pretensión y un artista conceptual no puede permitirse caer en estos vacíos vicios. Sin concepto, sin idea, sin decisión consciente, una performance es solo una tontería, una tomadura de pelo y una falta de respeto.

Debo disculparme, pero lo haré con una acción. Espero que, la próxima vez, será seria, rigurosa y definida.

Voy a echar de menos a una alumna de matemáticas

Quedan pocos días para que no tenga más clases con mi alumna preferida de particulares. Empecé a hacerle amar las matemáticas, la química, incluso a interesarse por la física, hace cuatro años. Estaba en tercer curso de ESO, creo recordar. Sus padres (y ella) consideraban que tenía dificultades especiales para comprender la materia. No estuve de acuerdo desde el primer día. Se lo dije y me creyeron. Ellos creyeron en mí y creo que ha sido útil y positiva mi aportación a su desarrollo, que, por otro lado, es variado y profundo, curioso, inquieto, ávido de conocimiento, de muy diversos tipos de conocimiento, como debe ser para no caer en especializaciones sectoriales que fabrican miradas agudas, pero no amplias.

El problemaAyer estuvimos haciendo unos ejercicios que, a modo de trabajo con el que sacudirse el problema de resolver exámenes, su profesor les ha propuesto terminar esta tercera y última evaluación de su segundo curso de Bachillerato. Uno de los ejercicios no nos dio tiempo a hacerlo durante la clase que tuvimos de dos horas de duración, pues intenté que, aunque yo le estuviese ayudando, fuese ella quien lo resolviese. Ética como su familia hasta límites tan inhabituales que avergüenza, que sorprende, mi alumna no se negaba a esa forma de afrontarlo, no solicitaba una solución fácil que sería la de que yo le resolviese todos los problemas y ella copiase: no, a ella le gusta aprender. Sí, ni más ni menos. Parece mentira en los tiempos que corren, parece contradecir lo que se dice constantemente de los adolescentes, pero así es: a ella le gusta aprender, desarrollar sus capacidades, pensar por su cuenta, razonar, solucionar problemas que no es que le resulten fáciles, no, es que ha entendido que en esto consiste la esencia de ser un verdadero ser humano, no en tener soluciones, sino en buscarlas, en tener problemas que hay que afrontar. Eso es ser un ser valiente, digno de llamarse humano. Lo contrario es convertir la humanidad en un conjunto de individuos adocenados de los de escapismo y truco fácil, de los seguir corrientes, de aprovechados, de inmorales personajes que esperan vivir con un cerebro de bajo consumo.

Estoy tan orgulloso de haber conocido a alguien así que me hace recuperar la fe en el ser humano, en la posibilidad que aún queda de que vaya mejor que como está yendo, que casi estoy dispuesto a darle clases gratuitamente. Y eso hice ayer, por la noche, cuando llegué a casa, después de haber estado dando clases a otros dos, muy distintos, niños cretinos malcriados, me puse a resolverle un problema que nos quedó pendiente.

Eran las 21:30. Comencé ordenado, recordando la forma de escribir el Tractaus de Wittgenstein, e hice las siguientes cuatro hojas, que contuvieron un error que me tuvo atascado durante unos minutos. Di con él, en la derivada de la función, justo cuando ella me contactó por whatsapp.

1

2 correg

3

4

La llamé. Estuvimos casi una hora hablando al teléfono y le ayudé a resolver la gráfica de la segunda función. Le fui siguiendo el razonamiento por teléfono, lo que resultaba más difícil de lo esperable, y acabamos teniendo casi la misma representación gráfica:

5 6

Terminamos pasadas las 22:30. Yo me quedé feliz de haberla podido ayudar. Ella quedó tranquila por darse cuenta, entre otras cosas, de que puede resolver problemas que, tiempo atrás, consideraba que jamás podría resolver. Pero ya no es la niña pequeña a quien comencé a dar clases, ahora es una persona a punto de convertirse en una de las más interesantes que yo haya conocido. Y saber que he formado parte de esa evolución me llena de orgullo, me hace feliz, de una manera que no sé explicar y que, supongo, sienten los profesores y, a veces, olvidan.

Fin de una era cinematográfica

Hoy he tenido la tristeza de encontrar esta noticia: Alta Films: fin de una bella película La primera distribuidora española de cine de autor cesará su actividad por falta de público y de apoyo de RTVE.

No salgo de mi tristeza. Siento que algo acaba de morir, estaba agonizante, pero acaba de recibir la puntilla, el punto final.

Ya hacía tiempo que se veía venir, que esto estaba acabándose, que la manera de ver cine, de proyectar cine, de hacer cine, tenía que cambiar… pero no deja de ser triste.

He escrito sobre el tema repetidas veces, como cuando comenté la famosa Gala de los Goya con la salida de Alex de la Iglesia. Como entonces, sigo sosteniendo que hace falta una visión más europea de la industria cinematográfica, pero no es el único problema.

Elegí el lugar en el que vivo porque había cines cerca. Había tantos cines que apenas recuerdo sus nombres: Los Luna, el Imperial, Los Rex, el Rialto, Capitol, Avenida, Palacio de la Música, Palacio de la Prensa, Callao, Acteón… y luego estaban los Renoir, los Alphaville (donde hace más de 10 años presenté mi libro Territorios), los Princesa…

Mi vida está rodeada de recuerdos en salas de cine. Gran parte de mi vida ha ocurrido allí. La maravillosa magia de ver una película como Bailar en la Oscuridad en la penumbra silenciosa de los Alphaville, es inalcanzable en casa, por ejemplo. Como crítico de cine, vi muchas películas por las mañanas, en horario de prensa, en los cines Palafox, pero también en las salas privadas de las distribuidoras, en el cine de la academia, en el instituto francés, en la Casa de América, en la peculiar sala del Pequeño Cine Estudio…

Tantas películas… tantas historias…

Y hoy cierran o anuncian su cierre próximo las salas más emblemáticas del cine-cultura de Madrid: Los Renoir, Renoir-Princesa, Lido, Roxy… Los cines que presumían, con razón, de una exhibición diferente, protegida y protectora de una forma de entender el cine que ha tocado a su fin.

La industria del cine entretenimiento ha terminado de asesinar a su hermana, la industria del cine de autor. Quedarán fracciones de autoría dentro del cine entretenimiento (que me encanta, no es su enemigo, es, simplemente, el superviviente, momentáneo, de una guerra sin cuartel contra la cultura).

Pero ¿cuáles son los enemigos dentro del conflicto que está terminando con el cine-cultura o cine-autor?

No está claro. Al menos, yo no lo tengo nada claro.

En parte, podemos culpar, simplistamente, a Hollywood, de su invasión, de su imperialismo, de su afán devorador, pero no es el responsable de los males que aquejan al cine de autor. Es la herramienta que usan quienes quieren terminar con él o a quienes no importa su sostenimiento.

Así como Bisbal no es el responsable de que se prostituya el Teatro de la Ópera, sino que no hay voluntad de protección y fomento de la cultura, la inútil cultura, como tal. Pragmatismo, entretenimiento, diversión, lo demás, ¿para qué sirve?

Ya hablé largo y tendido de la financiación del arte, de la cultura, en general, en varios artículos de este diario, pues es algo que me interesa y me afecta personalmente, pero citaré un texto especialmente significativo de una entrevista que me propuso el Colectivo Artón hace tiempo:

¿Piensas que en España la gente muestra interés por el ARTE?

Depende: la gente, en España, llama ARTE a cosas que yo no llamo ARTE (ni arte) como puede ser un músico más o menos enlatado que se permite el lujo de dar un concierto en el Teatro de la Ópera porque, pretendidamente, es un artista no elitista que ayuda al sostenimiento de una instalación como esa.

Tuve una árida discusión acerca del concierto navideño de Bisbal en navidades de este año en la que yo sostenía que jamás debería estar cantando allí porque ya tenía su lugar donde exhibirse y no en un lugar reservado (o que debería estarlo) al arte de la ópera. Aunque esto sea poco rentable, claro. Y acabamos otra vez en lo de siempre: el dinero y un sistema basado exclusivamente en ese valor como criterio objetivable de calidad.

Por no hablar del culto a ARTISTAS como pintores hiperrealistas o algún habitual de calendarios, otrora criticado Dalí, o algún cineasta más o menos pretencioso, o algún performer espectacular (¡contradicción!) como la aclamada Pina.

Ahora, se me olvida que yo soy gente. Soy poca gente, pero soy gente. Y sí, me gusta algún arte. De alguna persona que lo hace. No todo el arte ni todas las personas. Y no es una cuestión de género o forma. Me gusta o no me gusta. Siempre me interesa, eso sí, su función.

Podríamos hacer una pregunta parecida sustituyendo ARTE por CULTURA o CINE.

La forma de financiación basada en subvenciones me parecía imposible de sostener en una sociedad que está privatizando todo lo privatizable. No habría dinero público para invertir en cultura si no lo hay (presuntamente) para invertir en sanidad o educación infantil.

Cambiando radicalmente de tercio, la última vez que fui a ver una película a los Princesa, fue para ver Lincoln, una película del mainstream, que, no obstante, tenía muchas ganas de disfrutar en pantalla grande. Tras la espera, la sala estaba casi completa, elegí fila 5 y tuve durante toda la proyección, larga, como bien sabía, a un tipo de una altura no excesiva que, no obstante, impedía que pudiese ver la película con calidad. Además, el sistema de audio estaba reducido a una mínima estereofonía frontal, tan básica como la que tengo en casa. Los subtítulos me dieron dolor de cabeza, pues tuve que estar esquivando una cabeza ajena durante casi 3 horas… Y lamenté haber ido.

Entiendo que el problema no es sencillo, no es solo una cuestión de proteger la creación cinematográfica, sino también la calidad de las salas de proyección. Me dije a mí mismo que iría menos a ver cine al cine después de aquello. Es duro, pero mi proyector, el de mi casa, hace que sea complicado mejorar la calidad de la sala… pero deben seguir luchando por ello… o morir.

A esto se suma la famosa y criticada piratería, aunque esto es una soberana estupidez: apenas nadie piratea películas de producción europea, la mayoría de la piratería (denominación que aborrezco para una práctica mucho menos censurable que la reproducción técnica y compartición del soporte asociado con desconocidos, propio de una sociedad mucho más virtual e hiperconectada, que ha llevado la Era de la Reproductibilidad Técnica a su punto álgido), la inmensa mayoría, insisto, de las copias no autorizadas se realiza sobre cine entretenimiento, el que no está, de momento, en peligro de extinción.

Lo que sí que ha puesto de manifiesto es la necesidad de una comercialización/financiación diferente, como la que ha llevado a apostar por aplicaciones informáticas a costes ridículos que, sin embargo, aún pueden hacer ricos a más de uno. El caso de Whatsapp es especialmente significativo: más de 100 millones de personas usan esta app en el móvil y si tiene un coste (razonable) de 0,80 €/año, asegura un beneficio millonario.

Sí, hay posibilidad, incluso, de seguir comercializando cine Europeo de autor, pero utilizando Internet para el consumo privado en salas pequeñas, usando plataformas que deben tener más títulos de los que tienen, como Filmin.es, por ejemplo. Pero a unos precios aún más reducidos. El modelo de ingresos por venta de entradas ya no es sostenible, hay que inventar otro. Y no por la subida de IVA ni similares, sino porque la producción audiovisual asociada a una mínima cuota de pantalla hace imposible el ingreso de dinero para hacer una película de mediano presupuesto.

Si el cine de autor es cultura, requiere inversión pública. Si no, no hay nada que hacer, es decir, si no se considera cultura o si no se quiere invertir públicamente en desarrollo de la misma.

Hay un problema adicional al hecho de que resulte complejo definir CULTURA o ARTE, está el hecho de la rentabilidad del suelo en Madrid: siempre va a ser más rentable una sala transformada en gimnasio, como los desaparecidos cines luna, o en centro comercial de ropa, como el Avenida, o comprado por un banco rescatado con dinero público, como el Palacio de la Música (esto último ya huele tan mal al escribirlo que no sé si quiero, siquiera, comentarlo).

Por otro lado, la producción de una película de bajo presupuesto nunca había sido tan accesible, tan posible para infinidad de autores menores, menos conocidos, que deben ser mirados para rescatar lo que, de ninguna manera va a morir: la cultura. Surgirá de entre las cenizas para reinventarse, rehacerse, ser y estar en otros lugares, en Internet, para empezar, en otras salas, polivalentes, etc, aunque cierta profesionalidad se pierda (pero esta es otra historia).

El Cine se resistirá a desaparecer. Pero los cines tienen los días contados.

Y entonces ¿qué sentido tendrá seguir viviendo en Madrid? ¿Elegiría ahora mismo esta ubicación para vivir?

Conexión permanente

Hay que estar siempre conectado
te dicen
como si fuese verdad
de la obligatoria
y te argumentan que
si tienen teléfonos móviles
es para eso
para estar siempre conectados
y no para la posibilidad de eso
para poder estar conectados a voluntad
y es que
para ello
es preciso
tener voluntad.

No saben decir no
cuando se desea decir no
aunque se argumente que no se desea decir no
verdaderamente.

Y te responsabilizan de sus decisiones
como si no fuese más que suficiente
intentar ser responsable de las propias
de las que nunca desconecto
ni escribiendo una sucesión
indecente
de frases impersonales.

FaceBook no es culpable de que yo use FaceBook
más de lo que deseo hacerlo.
Whatsapp no es culpable de que yo use Whatsapp
más de lo que deseo hacerlo.
El email no es culpable de que yo use el email
más de lo que deseo hacerlo.
Orange, Movistar, etc, no son culpables de que yo las use
más de lo que deseo hacerlo.
El portero automático no es culpable de que yo lo use
más de lo que deseo hacerlo.
Este blog no es culpable de que yo use este blog
más de lo que deseo hacerlo.

Quizá el problema radica
en que es más fácil identificar el sujeto
de la oración
SUJETO culpable
que de la oración
SUJETO desea.

Quizá, sí, quizá.

Esto no es una broma